La Navidad en Venezuela siempre ha sido, no sólo muy celebrada, sino vivida con auténtica alegría. Ésta no ha sido así. Y es que cada año la Navidad es más triste. Ésta de 2020 tal vez sólo se pueda comparar a otra Navidad tristísima, la de 1999, días después de la tragedia de Vargas. Todavía no se sabía la magnitud del desastre y aun así estuvieron llenas de pesadumbre y melancolía. La de 2020 no se queda atrás. La tragedia es otra, con dimensiones mucho mayores. Es otro tipo de catástrofe natural, una pandemia. Pero además de la pandemia, en Venezuela hay corrupción, desidia, mala administración, violación sistemática de los derechos humanos, mentiras, manipulaciones y añada usted a la lista calificativos de su propia cosecha, estimado lector. Lo peor es que quienes están por detrás de esto es apenas un grupo de personas a quienes el país les importa poco o nada. Lo vieron simplemente como la caja chica de sus negocios personales. Y la mayoría del pueblo lo está padeciendo.
¿Qué decirle a alguien que busca esperanza cuando uno sabe que lo que viene es más desesperanza? No es momento de mentiras piadosas. Cualquier cosa que diga sobre el tema de cómo vamos a estar el año que viene tal vez se quede corto, por lo terrible que anticipo. Tendría que “decir la verdad por amarga que fuera” como canta Joaquín Sabina.
Entonces me puse a pensar en que, a pesar de que avizoro un panorama difícil, hay muchas razones que me hacen sentir bien y quiero hablar sobre ellas. Como ver el trabajo de los médicos y el personal de salud, que, con todas las circunstancias en contra, no dejan de luchar para salvar vidas, exponiendo las suyas a diario.
Pienso también en la gente que sigue emprendiendo a pesar de lo engorroso que se ha vuelto todo. De lo ingenioso de sus soluciones. En mi programa de radio por el Circuito Éxitos de Unión Radio tienen un nicho y eso me hace muy feliz.
Pienso también en las personas que trabajan duro, en ésas que no se rinden. En las que salen todos los días, sabiendo que pueden contraer COVID-19 en cualquier parte. Cuando veo unidades de transporte público abarrotadas de gente -cosa que no debería suceder- también veo a tantos venezolanos decididos a ganarse el pan de ese día con su trabajo, una bofetada a los indignos corruptos para quienes todo ha resultado tan fácil.
Pienso en los jóvenes que han decidido quedarse con todas las expectativas en contra, porque quieren construir un país distinto. En aquellos como Roberto Patiño Guinand, que no es que no se fue, sino que regresó a trabajar por los más desposeídos y eso lo convierte en “enemigo” del régimen. Como Luis Francisco Cabezas, otro “enemigo”. Pareciera que mientras más los quiere la gente, el grado de enemistad crece…
Pienso en los periodistas que -a pesar de las crecientes amenazas y represiones- continúan denunciando, investigando, señalando. En quienes tuvieron que salir por las amenazas, en quienes están aquí dando la cara.
Pienso en los artistas que trabajan literalmente con las uñas y siguen enriqueciéndonos con su arte. En este año hemos tenido momentos de alegría maravillosos con los videos que han montado para seguir llenándonos de cultura, el verdadero motor de un país.
Pienso en los que enseñan, porque su profesión en la Venezuela de hoy es todo un apostolado. Mi respeto y admiración para ellos.
Pienso en quienes trabajan como voluntarios en ONG que se ocupan de todo lo que el gobierno ignora. En quienes comparten sus alimentos y sus medicinas, aunque les hagan falta.
Y pienso en quienes se han mantenido honestos a pesar de que los valores se fueron al estricote. Una gran sonrisa se asoma a mi rostro y me digo “tenemos remedio”. La reserva moral es grande.
Que 2021 nos sea leve, apreciados lectores.