La firme petición de la niña: Por favor, no nos detenga, nos arrojó e impuso una realidad: esto es indetenible; esto tiene rato sucediendo, pero no quisimos o no supimos verlo. Los modos de ver, escuchar, comunicar y sentir cambiaron. Como pedagogos y educadores estamos obligados a cuestionar y poner en crisis todas las teorías y hábitos que nos permitían ser personas transmisoras de saberes. Los dinamismos de los espacios y tiempos que van sucediendo nos exigen pensar, reflexionar, e interrogar desde esos nuevos y radicales modos de percepción e intersubjetividad. Lenguaje y acción educativa deben brotar de los contextos e intereses comunitarios. Ya es imposible insistir en el anacrónico enciclopedismo curricular; ya disfrazado de objetivismo, ya disfrazado de constructivismo, ya disfrazados de competencias.
Es ardua, difícil y compleja la tarea que tenemos los educadores y las educadoras. Mucho de lo que nos dijeron y aprendimos en las escuelas de Educación de las universidades debemos olvidarlo o actualizarlo. Conceptos, definiciones y constructos que forjaron nuestra vocación y nuestras personalidades docentes hoy atenta contra dicho forjamiento. Quizás nos quede la pasión, lo cual es suficiente, por colaborar con la formación y el desarrollo de personas dignas. Y digo que es suficiente, porque a partir de esa pasión puede y sucederá el maestro y la maestra necesarios para los acelerados e irracionales cambios humanos y sociales de hoy y mañana.
Insisto, es una madeja de alteraciones de 360º, estas realidades que retan el ético oficio de ser docente. Sin embargo, basta un orificio mínimo para que circule la brisa y las posibilidades de horizontes. Todo sistema caótico tiene un orificio. El de la escuela ha sido generado por la conciencia agónica de maestros y maestras: que a pesar de todos los, obstáculos, insisten; no sólo es insistencia, es amor por insistir. Esta conciencia los mantiene y convierte en guardianes del latido humano. Una mañana despierta y se dicen: Renuncio. Otra, se miran en el espejo y se dicen: Jamás renunciaré. Es lo que soy y amor ser: un maestro, una maestra. Necesito a mis alumnos y alumnas para darle sentido y altura a mi vida.
Así ocurre el orificio. Y salen al patio y se topan con la niña, que insiste en que no se detenga lo que aún no tiene sentido para su vida, pero lo desea. Y la maestra y el maestro ven, por primera vez, que para transformar en bienestar digno aquella realidad deben transfigurarse en nuevo maestro y nueva maestra; en nuevas personas que siguen amando el oficio espiritual de colaborar con los vuelos de hombres y mujeres. Y salen a buscar preguntas, ésas que les permitan conversar y construir los cambiantes caminos del aprendizaje. No quieren que otros le den soluciones, recetas mágicas, métodos unidireccionales. Quieren ser forjadores, labradores de sus propias experiencias. Algo vieron: educar es un oficio compartido.