El naufragio de Güiria no pudieron ocultarlo a punta de hegemonía comunicacional, que impone lo que debe o no conocerse en función, siempre, de los intereses de la tiranía. Los cadáveres flotaron para que el mundo los viera, y se convirtieron en testimonio de cómo mueren los venezolanos en estos tiempos de socialcomunismo. Todos fueron excluidos y huyeron con el estómago pegado del espinazo. Se fueron en busca de comida para sobrevivir. Sólo eso buscaban en las primeras de cambio, después enviarían dinero a la familia que se queda en esta Venezuela, condenada a sufrir los estragos de la maldición hiperinflacionaria. También huyeron de la violencia estatal, de la condena a muerte por la falta de dotación en hospitales destartalados. Se fueron porque el hambre se instaló en la mayoría de los hogares y porque los escuadrones de la muerte rondan siempre la esquina. Escaparon porque se obstinaron de tragarse la sarta de mentiras e improvisaciones en torno del manejo de esta peligrosa pandemia que nadie esperaba, pero que tiene aprisionada nuestra existencia.
Como los cubanos de otrora y también los de hoy, se lanzaron al mar en una precaria embarcación después de pagar 500 dólares a los traficantes de la miseria. Una noche, seguramente de luna llena, llegaron a la costa y fueron embutidos en un peñero en el que suelen faenar uno o dos pescadores. Pero la tragedia de los venezolanos hace de un cayuco una fuente de riqueza para desalmados, armados e inescrupulosos con o sin uniforme. En torno a nuestra pobreza se han agavillado mafias que forman redes delictuales -de una y otra orilla- con la aquiescencia de autoridades civiles y militares. Seguro que cuentan con la asesoría de quienes tienen una dilatada experiencia en el tráfico de personas en el Mediterráneo. Claro, aquellas aguas permiten llegar a una Europa llena de promesas; en el caso nuestro, los compatriotas intentan salir de la pobreza socialcomunista.
Lo doloroso es que mientras en el viejo continente -con sus más y con sus menos- los que alcanzan la orilla son recibidos por Organizaciones no Gubernamentales (ONG) y hasta por los Estados, y les entregan una manta, les dan atención médica, comida y los alojan en espacios limpios, además de que muchos consiguen sus documentos para trabajar y se aclimatan en esos países del primer mundo, por estos lares son devueltos como llegaron. No les permiten desembarcar.
Niños, adolescentes, adultos y hasta ancianos ven frustrada cualquier ilusión de guarecerse de las inclemencias del tiempo y de las peligrosas aguas que separan Güiria de Trinidad y Tobago. No pueden estirar las piernas al impedirles pisar tierra firme. Reciben un trato inhumano por parte del gobierno de Keit Rowley del Movimiento Nacional del Pueblo, aliado del socialismo del siglo XXI. Dos regímenes con sensibilidades convergentes, que defienden al proletariado, a los oprimidos y a todos los condenados de la tierra, como los calificó aquel médico psiquiatra nacido en Martinica y militante socialista, Frantz Fanon (1925-1961).
De los naufragios de los que se van y de los que devuelven se sabe muy poco. Nunca tendremos información confiable ni siquiera del “Quiosco Veraz”, como el diputado pseuveco, Earle Herrera, bautizó a su programa oficialista en el canal 8. En esencia, para burlarse de los venezolanos y servirle -sumisamente- a una tiranía mucho peor que la de Gómez y la de Pérez Jiménez juntas. Para gente como el profesor Herrera lo importante es estar en y con el poder, aunque tenga que llevarse por delante sus principios y patear la verdad y la objetividad cada vez que se lo pidan. Tal como ha ocurrido con la desgracia de nuestros compatriotas, que murieron mientras soñaban con la libertad.
Aunque parte de la verdad se ha colado por las rendijas de la tiranía, por eso el mundo sabe que en estos días de pandemia 28 venezolanos se ahogaron en el Caribe. Sus cadáveres flotaron con agujeros de balas, amarrados unos con otros. Ojalá que la muerte de tantos compatriotas sirva para sensibilizar al mundo con relación a nuestra tragedia. Tan grave como la guerra civil en Siria, que expulsa a los nacionales hacia destinos inciertos y los obliga a depender de mafias, que trafican con la pobreza y la miseria de tantos seres humanos en todas las orillas del planeta.
Agridulces
Tarek Willians Saab, el poeta-fiscal, acusó al periodista Roland Carreño de conspiración, legitimación de capitales, tráfico ilícito de armas de guerra y asociación para delinquir. Pero encubre -celosamente- a los verdaderos culpables de la tragedia de Güiria.