Soy parcial, estoy polarizada y me declaro no objetiva. Descaradamente subjetiva -soy un sujeto- vale decir un simple, mortal y efímero ser humano. Autodefinida así, me cuesta entender a los trapecistas-malabaristas que con su vara de medir intentan hacer equilibrio en la cuerda floja. Esos ecuatorianos, que no nacieron en Ecuador, están seguros que ese es el mejor lugar para informar, opinar, analizar, criticar, ilustrar y guiar. Pero sobre todo para predicar sobre su inmaculada objetividad y su virtuosa equidistancia e imparcialidad, que los sitúa en un espacio de superioridad, para darle palo a los que se atrevan a posicionarse en uno u otro extremo y defender el porqué de sus posturas.
Para estos equidistantes individuos es un pecado capital que el resto del género humano se coloque en uno de los polos, porque lo correcto es que le digamos amén a sus sermones, dogmas y profecías. Sin más, aceptar que ellos siempre tienen la razón, porque se sienten nimbados por una cierta gracia divina.
Cuando se vive en democracia cualquier posición es respetable, pero en dictadura es imposible ser imparcial, equidistante y objetiva, porque está comprometida, controlada y conculcada la libertad. En estos regímenes o estás con la macolla tiránica o con la disidencia, la oposición, los demócratas y el pueblo que sufre. Debido a las ejecutorias de un puñado de vagos y maleantes, que tomaron el poder para cometer todos los crímenes que sea menester para aterrajarse, perpetuarse y adueñarse del territorio al que le pusieron las garras del socialcomunismo.
Hay que decir que lo hicieron con la aquiescencia e ingenuidad de los electores, a quienes fanatizaron con un relato cargado de promesas, según el cual todos gozarían de una vida regalada y relajada. Sólo disfrutable en esos paraísos con sobredosis de igualdad y dignidad: señuelos y estafas usados por los camaradas para edulcorar y adornar las ofertas engañosas que les venden a las grandes mayorías.
En estos despotismos la igualdad se da en el terreno de la pobreza. Sus estragos los sufren amplios sectores de la sociedad. Digamos que la pobreza uniforma: empuja y nivela a la población hacia lo más bajo que se pueda llegar. Con el agravante de que siempre es posible sumergirse en fosos cada vez más profundos, como lo hemos experimentado los venezolanos en estos 22 años de socialismo. Los iguales en la pobreza -cada vez más extrema- rondan un 90% de la población, para que la élite dominante viva, goce y disfrute a cuerpo de reyes. Porque deben ser muchos los reyes que se acumulan en los cuerpos de los epulones que no caben en las pantallas, el único lugar donde los vemos, y desde el que, también, nos martirizan con su tiránica hegemonía.
Cómo ser imparcial, entonces, si has visto a tus mayores entrar en una espiral de miseria que intensifica su vulnerabilidad. Pero también ves a los jóvenes y a los niños sin ningún tipo de posibilidad de evadir la devastación y la ruina, en la que sobreviven atenazados por los terribles demonios de la precariedad. Cómo ser objetiva cuando tantos niños mueren porque los hospitales no cuentan con los recursos para tratarles sus patologías. Las mismas que son superadas en países vecinos sin mayores dificultades. ¡Carajo! algo como eso te expulsa de esa zona de confort de la tan cacareada objetividad.
Resulta imperdonable la equidistancia cuando el hambre cruje en el estómago de este sufrido pueblo. Ese que patea la calle y con el que compartes historias comunes, plagadas de innumerables privaciones. Verbi y gracia las referidas a los salarios miserables, que a duras penas alcanzan para medio comer. Mientras la cúpula de gandules y vividores -cuyo único trabajo es mantenerse en el poder a cualquier precio- es sobrealimentada por sus chefs, que disponen -con grosera abundancia- de los mejores alimentos. Esos que nutren aquellos cuerpos lardosos, amancebados y abarraganados en palacios y mansiones, que no les cuestan un centavo. De tal manera, que visto lo visto, me reafirmo en mi triple condición de parcializada, subjetiva y polarizada, y al ser víctima de tanta injusticia me sitúo al lado de los martirizados, excluidos y arruinados por esta dictadura castrocomunista.
Agridulces
Los camaradas pseuvecos revolucionan, incluso, a la corrupción. Compran hasta las postulaciones para participar en sus propias primarias. Muy baratas, por cierto. Sólo 90 lechugas verdes. ¿Qué diría el maestro Aristóbulo Isturiz de estos revolucionarios delitos electorales?