martes, 11 febrero 2025
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Para no sacrificar a más Ifigenias

El 8 de marzo es el Día Internacional de la Mujer, ocasión propicia para pensar acerca de los tratos desiguales e injustos que también suceden en el mundo de la literatura.

@diegorojasajmad

Cada 8 de marzo se conmemora el Día Internacional de la Mujer. Esta iniciativa de la ONU, aprobada en 1975, tiene por objeto honrar y promover la lucha de las mujeres por la conquista de igualdad de derechos y oportunidades y, con mayor urgencia, hacer consciencia de los terribles daños de violencia, acoso y discriminación a las que se ven sometidas.

Aunque a algunos hombres les cueste creer, y lo nieguen con desdén e ironía, la violencia de género se ha convertido en una realidad y práctica común en el mundo de hoy. Basta con revisar las estadísticas que señalan que en Venezuela, solo el año pasado, se registraron más de 140 femicidios, además de un desmesurado aumento en casos de violaciones y agresiones físicas. Nuestro país, así, se ubica entre las primeras quince naciones del planeta con mayores casos de asesinatos de mujeres causados por el machismo. El sexismo no es un cuento de camino, es una enfermedad que pulula con saña e impunidad en nuestras sociedades.

La violencia hacia la mujer no se presenta solo en su expresión física. También el maltrato puede ser psicológico o verbal, y estos tratos desiguales entre hombres y mujeres han logrado camuflarse y pasar en muchas ocasiones inadvertidos. Mientras los hombres disfrutan de mejores oportunidades en empleos, superiores cantidades en los sueldos, mayor visibilización y promoción de sus conquistas y logros, las mujeres, en cambio, han visto mermadas y restringidas sus oportunidades de crecimiento por esta absurda discriminación.

En el mundo de la literatura no ha sido distinta esta situación. Recientemente hemos sido testigos de denuncias hacia concursos literarios cuyos jurados están conformados en su mayoría por hombres y premian, en consecuencia, solo a escritores hombres. De los 116 escritores premiados por el Nobel de Literatura, por dar un ejemplo, solo 15 son mujeres. Con el prestigioso y hoy abandonado Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos no ha sucedido algo distinto: de 19 ganadores, solo ha recaído el galardón en dos mujeres: las mexicanas Ángeles Mastretta y Elena Poniatowska.

Algunos hombres aquejados de sexismo argumentan que si no hay más mujeres con obras premiadas es porque sus escritos no son lo suficientemente buenos como para merecer un galardón. Esta es una falsa premisa que intenta esconder las desigualdades. Basta con nombrar a Virginia Woolf, Simone de Beauvoir, Sylvia Plath, Clarice Lispector, Margareth Atwood, entre muchas otras, a quienes la academia sueca que otorga los Nobel no ha volteado a mirar.

La historia de la literatura venezolana también exhibe estos dilemas y en ella resaltan los terribles defectos de ser centralista, defensora de los géneros tradicionales de la cultura letrada y, además, machista. Si se revisa cualquier manual de literatura venezolana se observará la aberrante desproporción entre el número de hombres y mujeres, a pesar de la abundante y significativa participación de las escritoras en nuestro país. Desde María Josefa Paz Castillo y María Josefa Sucre, consideradas las primeras escritora venezolanas, pasando por María Calcaño, Jean Aristeguieta, Luz Machado, Lucila Palacios, Conny Méndez, Enriqueta Arvelo Larriva, Ida Gramcko, Elisa Lerner, Elena Vera, Victoria de Stefano, hasta Natasha Tiniacos, Enza García Arreaza, Carolina Lozada, Liliana Lara o Carmen Rodríguez, entre muchas y muchas otras, ellas y sus magníficas obras luchan, en desventaja con las obras de los hombres, por su lugar entre los lectores presentes y futuros.

Un libro que puede mostrarnos y aleccionarnos acerca de estas sutiles y a veces toscas tramas de opresión hacia la mujer es Ifigenia (Diario de una señorita que escribió porque se fastidiaba) de la gran escritora venezolana Teresa de la Parra. Publicada en 1924, esta novela, que ha tenido traducciones al francés, al inglés y al holandés, cuenta la historia de una joven caraqueña de 18 años llamada María Eugenia Alonso, quien debe abandonar París y regresar a Venezuela debido a la muerte de su padre. Su espíritu alegre y de libertad se verá poco a poco constreñido por las férreas costumbres de la sociedad caraqueña que le impiden ser ella misma, como sus gustos por llevar el pelo corto, lucir escotes pronunciados, gerenciar sus propios negocios, tener opiniones o, incluso, leer.

En la novela no hay ningún personaje llamado Ifigenia, pero al final de la obra la protagonista se ve a sí misma como ese personaje mitológico, hija de Agamenón y Clitemnestra, que tuvo que ser sacrificado para que la nave de su padre pudiera seguir el rumbo hacia Troya. Así, María Eugenia Alonso, la protagonista de la novela de Teresa de la Parra, se rinde ante las exigencias de la sociedad y termina sacrificando sus gustos, sus ideales y amores para no perturbar más la tranquilidad de sus seres queridos. Con esta extraordinaria novela, Teresa de la Parra se convierte en nuestra Charlotte Brontë que denuncia a la sociedad y sus injusticias, en nuestra Virginia Woolf que anhela Una habitación propia para poder llegar a ser ella misma en un mundo que le impone tareas que no desea realizar.

Dicen que los libros curan la mente y el cuerpo. De ser cierto, con la lectura de Ifigenia, de Teresa de la Parra, podríamos adquirir mayor conciencia del sexismo y la violencia de género y así poder luchar con mejores armas contra ese gigantesco y terrible monstruo que nos carcome la paz.

Otras páginas

Las primeras: Entre las primeras escritoras venezolanas se encuentran María Josefa Paz Castillo y María Josefa Sucre. María Paz Castillo nació en Baruta el 26 de septiembre de 1765, ingresó al convento y tomó el nombre de Sor María de los Ángeles. Se conservan dos de sus poemas, Anhelo y El Terremoto; en este último relata la conmoción natural ocurrida en Caracas en 1812. La segunda escritora, María Sucre, nació en Cumaná en 1786. Hermana de Antonio José de Sucre y novia de Andrés Bello, fue activa militante de la independencia y por ello fue hecha prisionera en 1814. En la cárcel escribió algunas cuartetas pidiendo su libertad y la de sus compañeras de celda.

Todo tiene su tiempo: “No hay peor error en la vida que ver o escuchar las obras de arte en un momento inoportuno. Para muchos, Shakespeare se echó a perder solo por haberlo estudiado en la escuela”. Agatha Christie

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