La crisis de Venezuela, en el sentido específico de la crisis del poder establecido en Venezuela, es definitiva. Hay que repetirlo porque es así. No tiene reversión. No es posible que se revivan los tiempos en que la hegemonía roja era aplaudida por una parte muy significativa del país. Esos tiempos se acabaron para siempre. ¿Cuándo y cómo será superada la hegemonía? No lo sabemos. En realidad, nadie lo sabe con certeza. Pero todo el mundo sabe que sucederá.
El turbomotor de la crisis es la catástrofe humanitaria que asola al país. No es una estrategia opositora de gran tino, o el coraje y la constancia de algunas de sus figuras, como es el caso, por ejemplo, de Juan Guaidó; y ni siquiera la coalición internacional que se ha formado en favor de la causa democrática de Venezuela, impulsada en todo el continente, desde Santiago o Lima hasta Washington y Ottawa. No. Lo primero es la catástrofe humanitaria. Ese es el turbomotor. Y uno de exclusiva autoría de la hegemonía despótica, depredadora y envilecida que todavía impera. Todo lo demás, por más importante que sea, es un efecto de la devastación de la nación venezolana.
No fue ayer, no fue hoy, tampoco mañana o pasado, pero más temprano que tarde ocurrirá el cambio político que ansía la abrumadora mayoría de los venezolanos. La jefatura de la hegemonía, empezando por sus patronos cubanos no hacen otra cosa que tratar de sobrevivir un día sí y otro también. Lo único que les importa es el continuismo, porque de eso depende todo lo demás. Y subestimarlos en las malas artes del continuismo despótico es un error mayúsculo. Se ha cometido varias veces. Esperemos que no más. En este punto particular hay que insistir en el tema de los patronos cubanos, porque el cambio en Venezuela pasa por desencadenar a Caracas de La Habana.
Hay que apreciar las cosas en perspectiva. En sus distintas dimensiones. De lo contrario no se entiende nada porque se distorsiona todo. Hasta hace pocos meses, la catástrofe humanitaria no había brotado políticamente. En realidad, ello sí aconteció en las elecciones parlamentarias de finales del 2015, y en las masivas protestas del 2017, pero muchos de los que estaban llamados a liderar el cambio, lo que lideraron fue la conciliación con la hegemonía. Pero en el 2019, la catástrofe humanitaria ha tenido consecuencias de toda índole en la proyección nacional e internacional del rechazo a Maduro y los suyos.
Es un proceso que no se puede detener. Se puede alargar, sin duda, pero no detener, ni mucho menos revertir. Maduro suele decir que tiene “nervios de acero”. Lo que tiene es un descaro de acero, pero si hacen falta nervios de acero para que el referido proceso llegue al cambio político efectivo. Lo que no es solamente un final sino más bien el comienzo de un camino erizado de acechanzas, que será el camino de la reconstrucción integral de Venezuela. Integral no sólo porque incumbe a sus más variados ámbitos, sino porque debe hacerse desde los propios cimientos.
No. No hay vuelta atrás. Eso lo temen los que tienen motivos para ello. Por eso se aferran al poder, a costa de sacrificar al conjunto de Venezuela. Pero les llegará su hora. La hora de la liberación de la patria.