Los candidatos no podían ser más distintos, Donald Trump y Kamala Harris. Trump un estafador consumado capaz de violar las leyes porque el sistema se lo ha permitido gracias al dinero. Kamala es una fiscal que refleja los valores legales de una democracia institucional ya legendaria. ¿Por qué el electorado decidió votar por un candidato que ha prometido romper la tradición del traspaso pacífico del poder? Y la pregunta venezolana, ¿es creíble que un candidato que amenaza la democracia de los Estados Unidos sea un aliado para recuperar la libertad del país?
La primera pregunta es propia de quienes señalan el peligro que representa Trump. Sin embargo, en el otro lado de la cancha, el partido demócrata es tomado como antidemocrático por estigmatizar el disentimiento. Hay un descontento telúrico con las imposiciones del ala progre sobre su interpretación de la historia, el odio visceral a personajes del pasado y sus obras, el desconocimiento o cancelación de valores culturales o éticos que no se ajustan a su agenda. Pero a mi modo de ver, lo que ha pulsado el botón de estas elecciones ha sido la venganza de quienes no hablan, el voto silencio. ¿Su tema crucial? el relajamiento de la educación, su disciplina, sus tradiciones y por otra, la imposición de una interpretación sobre la sexualidad que se ha extendido a las leyes, la educación, el idioma, y las prácticas médicas.
No compro la versión de que los demócratas perdieron a casusa de la economía. En números Biden superó al primer mandato de Trump con creces. Pasa que las encuestas no reflejan lo que se necesita saber. Para no entrar en detalles, un encuestado podría dar cualquier argumento para “justificar” su voto de sí o no.
Las instituciones de los Estados Unidos están de camilla y con Trump no mejora el enfermo. Si los demócratas tienen sus fascistas progres, los republicanos tienen sus fascistas maga y en algo están de acuerdo: ambos detestan la democracia. Un afamado experto sobre Adolf Hitler, el historiador Timothy Ryback, afirma que el fascismo se caracteriza por su objetivo de destruir la democracia. Adolf Hitler y Joseph Goebbels conocían muy bien las normas y el funcionamiento de la democracia para servirse de ella y eliminarla. Ryback asegura que Trump no ha leído a Hitler, pero sabe algunos pedacitos. Como Hitler, Trump no concede victorias. Hitler se declaraba victorioso hasta por los peores números de unas elecciones, y sin embargo presentaba querellas irrisorias ante los tribunales. Lo hacía sólo para sembrar dudas y eso le dio frutos después.
Algunos venezolanos desconfían del partido demócrata porque hasta hace poco estaban idealizando al régimen venezolano. Biden es un político tradicional que trató con mano de seda a los miembros de una mafia. Sin embargo, después de sentirse burlados, rectificaron, cambiaron a algunos burócratas y mostraron las estrategias de presión, pero ya la desconfianza estaba sembrada. Las acusaciones contra Biden sobre que gracias a las licencias petroleras Maduro ha tenido dinero para reprimir y causar estragos, ha calado hondo. De suyo hay quienes no les importa el mal que Trump pueda significar para los Estados Unidos. Solo un detalle: tal decisión es riesgosa no sólo para los gringos sino para el mundo.
Lo positivo grande
Tenemos un equipo resteado con los venezolanos y su libertad. Cuando llegue Trump a la Casa Blanca se encontrará con que los venezolanos decidimos y comprobamos con creces cómo queremos vivir. Cualquier negociación pasa por honrar esa voluntad declarada de años y coronada el 28 de julio. No hay espacio para las ocurrencias de los lobistas y burócratas “expertos” que han enlodado la paz de la región a cambio de ingentes sumas de dinero.
Lo digo porque justamente no confío en Trump. Si se le ocurre negociar podría decidir a favor de sus fines más personales. El hecho de contar con el equipo de María Corina Machado y del presidente electo Edmundo González Urrutia no tiene precio. Ellos se prepararon para cualquiera de los dos escenarios y eso les da el espacio y las estrategias que aseguran en este momento.
Notas sobre Donald Trump y Kamala Harris
Para quienes piensan que Donald no puede ser resentido porque es millonario, se equivocan. La infelicidad del resentido, que pareciera hasta contagiosa, estriba en no estar agradecido con la vida. La muestra es que Trump miente sobre sus supuestos logros, justamente porque no está a gusto con los que tiene. La envidia no le permite apreciar lo que pueda tener. Su resentimiento es de larga data. Él sabe que no es aceptado por la élite de Nueva York. Si a ver vamos, tampoco lo fueron los Kennedy ni los Bush con la élite de Boston y, por cierto, estos últimos debieron mudarse para Texas si es que querían ser presidentes del país. A su manera Kennedy y los Bush se hicieron respetar, pero no Trump. El distanciamiento de la élite con Donald estriba en su fortuna extraña y poco respetable, cosa que ha sido comprobada con creces en sus prácticas mafiosas. Rancia como pueda parecer, la élite no se equivocó con Donald.
Kamala es un personaje para conversar por un largo rato, pero por ahora digo dos detalles sobre ella. Es una mujer de clase media alta y educada en Berkeley. Su alma mater es, como las de muchas universidades prestigiosas del mundo, crean izquierdistas de pose que usan las prioridades de la izquierda como un manual. La pose de izquierda da glamour y sirve para manejar las “culpas” asociadas a su posición social. No me extraña que Kamala haya fracasado en su misión de resolver el problema migratorio en la frontera, donde los temas de desigualdad, crimen y políticas erradas se dan la mano. A esta fecha aún no tiene respuestas. Un problema derivado de la falta de visión de los Estados Unidos sobre la América Latina. No importa cuántos expertos tengan, las cuantiosas olas migratorias son el resultado de políticas mediocres y falta de interés en la región.
Ni el uno ni la otra. En un mundo más amable hubiesen estado políticos como Nikki Haley por los republicanos y Gretchen Whitmer por el partido demócrata. Repito, en un mundo más amable.