jueves, 15 mayo 2025
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Neruda: el otro y el mismo

A pesar de la gruesa capa de prestigio que recubre la vida de quien nació como Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, ha salido de la oscuridad la leyenda negra de quien supo vivir a cuerpo de rey.

Confieso que fui una más de las voraces lectoras de los 20 poemas de amor, que me aprendí el 15 y escuchaba con devoción el 20, cantado por Ginette Acevedo, que incorporé, fervorosamente, a mi repertorio de cursilerías adolescentes. En Upata aquello era lo máximo. Me sentía plena repasando La Canción desesperada. Mucho se prolongó mi ciega admiración por el poeta chileno, que se hizo aún mayor cuando supe de su irreductible ideología comunista. Después llegó la veneración por Las Odas elementales, el Canto general, la Residencia en la Tierra, Los versos del capitán, Sonetos de Amor, Plenos Poderes, España en el Corazón, Canción de gesta y sus memorias Confieso que he vivido.

El título de sus memorias recoge la intensidad de su existencia, pero hubiese sido más sincero denominándolas ‘Me confieso un vividor’. Lo que realmente fue este individuo, que tocó la sensibilidad de muchísima gente -hombres y mujeres- y logró vender millones de libros en el mundo. Decidido y sin escrúpulos pasó por encima de todo aquel que le hiciera sombra, como ocurrió con Vicente Huidobro, Pablo de Rokha y hasta con el gran Nicanor Parra, quien murió en 2018, a los 103 años lúcido y desafiante. Con Huidobro la rivalidad fue a muerte, tanto que el impulsor del Creacionismo llegó a preguntarse “¿Es que mi presencia es un obstáculo para la felicidad del señor Neruda? Siento mucho no poderme suicidar en el momento”.

El descomunal ego de Neruda, su apremiante necesidad de contar con un séquito de incondicionales y el tratamiento irrespetuoso y altanero que le daba a quienes no le doblaban la cerviz, lo hacían un tipo verdaderamente infumable para propios y extraños. Pero, como ocurre con estos individuos, la leyenda dorada arropó su vida por completo, lo que se prolongó hasta mucho después de su deceso en 1973. Cuando propagaron aquella épica según la cual “había muerto de Chile”, justo porque ese año fue el golpe de Estado contra su camarada Salvador Allende.

A pesar de la gruesa capa de prestigio que recubre la vida de quien nació como Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, ha salido de la oscuridad la leyenda negra de quien supo vivir a cuerpo de rey, con cargo a su talento poético, a su egolatría y a su indestructible vínculo con el Partido Comunista, con Erick HonecKer, jefe de Estado de la RDA, y en especial con Stalin, a quien amaba por encima de todo. Tanto como Ramón Mercader. 

A quien nunca amó fue a su única hija Malva Marina (18-08-1934), nacida en Madrid de su matrimonio con María Hanegar Vogelzan. En la novela Malva de la escritora neerlandesa Hagar Peeters, se cuenta que esta criatura fue abandonada por el sensible poeta comunista, porque nació con hidrocefalia. No tuvo piedad con aquella niña enferma y dijo que era “un ser perfectamente ridículo”, “una especia de punto y coma”, “una vampiresa de 3 kilos”. Primero la ocultó y luego la abandonó, definitivamente, en Montecarlo, con apenas dos años. Allí llegaron cuando huían de la guerra civil española. Después de pasar las de Caín su madre y Malva llegaron a Gouda, Holanda, donde la niña murió en 1943.

En el libro de Malcolm Otero y Santi Giménez, El club de los execrables, reconocen a Neruda como uno de los poetas más populares del siglo XX, pero no dudan en afirmar que fue un sátiro, vanidoso, recalcitrante, padre monstruoso, envidioso y un iracundo amigo de los dictadores más sanguinarios. Premio Stalin de la paz. “Más cursi que Hello Kitty y más oscuro que Darth Vader”. Fue asiduo de los burdeles, donde gustaba escanciar champan con su corte de aduladores.

De humor bipolar, pasaba de ser un tipo amable a convertirse en un ogro violento. Este aspecto de la personalidad del Nobel chileno puede verse en la película biográfica, Neruda 2016, de Pablo Larraín, a la que prefirió calificar como un anti-biopic, pues se sintió abrumado con la personalidad de Neruda. Donde sí resulta encantador es en El Cartero (1994), basada en el libro de Antonio Skarmeta, Ardiente paciencia.

Es necesario decir que Neruda generó, recientemente, una nueva polémica cuando propusieron su nombre para el aeropuerto internacional de Santiago de Chile. La sola propuesta despertó una inesperada oposición por parte de varios sectores, entre otros del movimiento feminista, representado por Pamela Jiles del Partido Humanista “porque no están los tiempos para homenajear a maltratadores de mujeres, que abandonó a su hija enferma y confesó una violación”.

Agridulces

Ni Luis Parra ni Timoteo Zambrano se quedarán sin su curul-cambur, en una asamblea con tufo castrista y mayoría absoluta pseuveca. Volverán las focas a aplaudir rabiosamente y los alacranes -sin aguijón- palmotearán y ovacionarán a sus dueños.

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