lunes, 17 febrero 2025
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Museo Soto: paseo de terror irresoluto

El grito posible sobre lo que ocurre con el Museo Jesús Soto ha quedado tragado por las “travesuras” revolucionarias en las que nadie está obligado a rendir cuentas o asumir responsabilidades.

@ottojansen

Recorriendo el pasillo largo, semioscuro y sin aire acondicionado de la única sala que funciona en el Museo de Arte Moderno Jesús Soto, de Ciudad Bolívar, la sensación inmediata es el escalofrío de “Sé lo que hicieron en el verano pasado”. Que claro que no fue en el verano ni eran inocentes adolescentes como pasa en el célebre filme. Ha sido una década de la revolución con ilegal intervención de la fundación privada que administraba el Soto. Con actos de indolencia, abandono y paulatina destrucción de un símbolo de la Guayana que miraba hacia la integralidad modernista.

Fue en visita breve, muy reciente, en la que en compañía de amigos de Ciudad Guayana, hicimos una parada en el edificio siempre atrayente de la avenida Germania. Un paseo para la tristeza, debido al estado de las instalaciones, donde el ala cerrada al público es precisamente el salón de las obras de su creador y en la que dos impresionantes estructuras de color y movimiento fueron anfitrionas -ahora desaparecidas- de otros años del museo.

La pesada atmósfera del lugar con la compañía de unas jovencitas que sirven de guías, ausentes de la significación del maestro Soto para la venezolanidad y el presentimiento del deterioro de la institución que nunca es tan impactante como cuando se observa directamente, nos hicieron pensar en Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre la banalidad del mal, de la escritora Hannah Arendt, y en la posición batalladora del sociólogo guayanés Alfredo Inatty, cuya salida de la dirección del museo por requerimiento de la instancia superior supuso el hundimiento total, con la “filigrana” (a mazo limpio) del chavismo en Bolívar, que tuvo de ejecutores al general Francisco Rangel Gómez y a su secretario de Gobierno, Teodardo Porras. Ellos movieron sus fichas hasta llegar a la intervención por sobre los reclamos de la fundación del Museo a la que corresponde la administración del ente.

El propio proceso de discusión legal que en su momento se produjo (año 2012, recuerda el propio Alfredo Inatty), con sus silencios y reacciones; ese enfrentamiento que tuvo eco en la opinión pública bolivarense (contando con la presencia de Cristóbal Soto, hijo del maestro y venido de París como miembro de la Fundación) merece escudriñarse de los capítulos no conocidos que no terminaron en nada. Pero ante la hecatombe de otras áreas de la región y del país de estos años; más la letal preponderancia de la COVID-19, de los últimos también largos meses, el grito posible sobre lo que ocurre con el Museo Jesús Soto ha quedado tragado por las “travesuras” revolucionarias en las que nadie está obligado a rendir cuentas o asumir responsabilidades. Irregularidades que los “dialoguistas” o “alacranes”, quienes por lo menos durante 15 años han estado recibiendo favores del régimen en Guayana, no les cuestan nada olvidar; además de que la situación no tiene dolientes en la oposición democrática guayanesa, desconectada como se encuentra de todo pensamiento afín a ideas y trascendencia, que no les signifique la mal interpretada solidaridad de repartos de arepas y algunos operativos como forma de campaña populista.

La cuestión de la banalidad

La señora Arendt describió muy bien lo anodino, sin rasgo espectacular, del comportamiento del mal; basada en la experiencia concreta de un funcionario en una maquinaria instalada para que el exterminio funcionara llegado su momento. Los agentes, pudiendo ser el más distante y anónimo del régimen nazista -simpáticos o malhumorados- debían implementar sin escrúpulos, ni conciencia, la muerte y la destrucción de aquello que la propaganda del Estado proclamaba como natural.

La analogía del caso con el cercenamiento de la cultura, la producción industrial o artesanal, los valores humanos y elementos de la modernidad en Venezuela, y en esta Guayana (hundida en manos del fanatismo y la pillería) tiene distinciones que proporciona el tiempo, que no es el de la conflagración mundial. Pero hay numerosas semejanzas en la actuación, incluso en quienes aparentemente están fuera del chavismo y que son personajes conocidos en la administración pública local. Se explica porque el andamiaje institucional socialista de alcaldes, concejales y diputados del CLEB, no levantan su voz en la caótica situación general y en específico, en el caso del Museo Soto. Por estos mismos días, la periodista Elizabeth Fuentes, hizo unas claras precisiones al “ofendido” grito de uno de estos exfuncionarios, ligado a las tramoyas del poder en Guayana. El descendiente de uno de los interventores del museo manifestaba su horror por la decisión de viajeros internacionales en Maiquetía que, saltando por sobre barreras, no permitieron que les fueran aplicadas las arbitrarias cuotas de entrada disfrazadas de prueba rápida para la detección del coronavirus. Pues bien, el asunto es esa moral revolucionaria ambivalente: el señor en cuestión es hermano de quien fue impuesta por la Gobernación de Bolívar para el cargo de directora del Museo. Que no lo hizo mal, indica Inatty, pero fue, a nuestro pensar, pieza importante de las embestidas que terminaron con el control total de ese centro. La vanidad, lo trivial, según el criterio torcido de la “pureza” roja es que lo sucedido con el Museo Jesús Soto, no reviste gravedad (en su destrucción a cámara lenta) para el pensamiento chavista. Eso no importa; como tampoco importan la quiebra de las empresas básicas por los saqueos y corruptelas de grupos mafiosos regionales allegados al régimen que se hicieron millonarios y se largaron del país, quedando aquí los rastrojos de miseria y violencia social. Es la fiel expresión de la “banalidad revolucionaria” (apoyada desde grupos colaboracionistas), con la que se pretende amortizar, por ejemplo, el paseo de horror irresoluto que se vive al contemplar las destartaladas instalaciones del Museo Soto.