Es de utilidad refrescar un tanto el espíritu aprovechando los días navideños que se acercan, que aun con las inhóspitas condiciones sociales, económicas y políticas de la región (además de la pandemia, donde también tenemos incidencia fuerte de contagios) se invocan y se celebran como instrumentos de alientos y esperanzas. Suavizamos unos días los desasosiegos permanentes de un país y una región prisioneros de la maldad, mediocridad y de la ruina, para enfocarnos en un tema que siendo complejo e igual lleno de desafíos, nos permite escudriñar con gusto y pasión las perspectivas, fortalezas de este estado Bolívar y sus municipios, siguiendo con pulso firme las nuevas realidades y con estas, las posibilidades del plan regional de recuperación institucional y fomento del desarrollo para cuando el momento lo amerite. Esos cambios, algunos imperceptibles, que en estos últimos 30 años se constatan.
El encuentro guayanés con la civilidad, perdida por la destrucción del modelo revolucionario, tiene que darse con y desde la gente, a cielo abierto y en recorrido por los sectores y con los factores ahora invisibles. En primer lugar, los jóvenes, mujeres y las comunidades, nos atrevemos a enumerar; pero fundamentalmente en el intercambio directo con la población que ahoga sus penurias en la más completa orfandad, tal como quedó evidenciado con los resultados de los cuestionados comicios del pasado 21N y del que nada importante en proyección inmediata se obtendrá. ¿Qué puede esperarse con la espesa inercia, acomodos y conservadurismos que, ya vemos, arrastra a quienes se propusieron de protagonistas de supuesta alternativa? Y desde el gobierno regional, ni se diga, donde hasta la ceremonia de toma del poder es desvencijada y sin ofertas de corrección de rumbos significativos a las corruptas e indolentes gestiones revolucionarias precedentes; como pudiera anhelar una región ávida de esfuerzos constructivos y de urgente justicia social.
Ahora las comunidades, los sectores sociales, las ciudades grandes, medianas y pequeñas de nuestra región. La generación presente en la dinámica económica, así como el perfil de los intereses de los guayaneses, cambió diametralmente en estos últimos 22 años, y destaca de esos cambios tan visibles que un buen número de quienes deberían registrarlos lo niegan, se hacen los desentendidos o el cumulo de diagnósticos los imbuye de la “poesía” -o exquisitez- metodológica. Esto ocurre en el estado Bolívar, donde contrastan tales visiones con la agreste y violenta dinámica del arco minero, con la soledad y ruinas de las empresas básicas, con los elementos hundidos de la modernidad que hasta hace pocos años eran relevantes. Se explica la desconexión de políticos y afines anclados en el tiempo, devenidos en mediocridad y primitivismo. Explica la desconexión abismal de los que una vez fueron las “fuerzas vivas”, que disfrutaron de las mieles del desarrollo y ahora pasean sus necesidades, celebrando los brujos y estafadores que han aparecido aprovechando la crisis para fines propios y grupales: los eternos corsarios que han vivido desde la mitología de El Dorado, pasando por el comercio fluvial, la producción del pulgo, plumas y ganadería; las primeras concesiones mineras, hasta llegar al Plan IV de Sidor y el emporio industrial, vuelto trizas por esos mismos piratas, ahora rojos, con sus variopintos colaboracionistas del propósito dictatorial.
Guayana gentil
La descentralización política y administrativa es una premisa necesaria para los municipios del estado Bolívar, respetando formas de protección de la administración regional y de los preceptos nacionales. Deben abordarse con prácticamente todas las ciudades, ahora extendidas en población y con funcionamiento superados por el atraso urbano, producto de soluciones envejecidas y de la paralización de inversiones.
Lo es del mismo modo impulsar nomenclaturas que coadyuven la gobernanza en los propios municipios: nuevas jurisdicciones que contribuirán con el impulso de la democracia directa de los ciudadanos, ganando terreno hacia la implementación del gobierno electrónico. Y hay que hacer notorio que los índices de pobreza en nuestras ciudades ocuparán la parte más significativa de las orientaciones gubernamentales próximas, que significa que al empeño por el rescate del empleo, la producción y el impulso de inversiones a las pequeñas empresas de emprendimiento formal, que hoy son la gran reserva moral del mercado y del concepto grande de la libertad (Ciudad Guayana es ejemplo de pequeños nichos), el centro medular del rescate de las jurisdicciones locales lo constituyen los fondos que realcen los programas sociales, sometidos ahora al uso del control social por parte de la estructura gubernamental. La educación, siempre mencionada en los discursos, debe contar desde los entes más locales, con inversión inmediata hacia el rescate de la infancia, juventud y familia, con mecanismos de innovación en infraestructura (ahora demolida y en ruinas) y en recursos humanos (ahora en el puro corazón de la vocación). El estado Bolívar tiene su historia reciente de resistencia indígena; importante para la profundización democrática del futuro. La división político-territorial de la extensa Guayana tiene que integrar con audacia el protagonismo de las etnias, diseminadas y golpeadas; usadas como escudo propagandístico del modelo revolucionario, beneficiando a determinadas familias y no al conjunto de pueblos que casi han desaparecido. Es necesario cultivar los sueños con las coordenadas de la acción pública del presente y del porvenir. Eso sí, para encontrar la Guayana gentil es obligatorio enfrentar a los trúhanes de siempre y conocer con soltura nuestras nuevas realidades.