¡Feliz año 2023! Nos reintegramos al hábito de las reflexiones, en la columna que semanalmente compartimos desde Correo del Caroní. Lo hacemos intentando, con toda la determinación, alejarnos del rito optimista, pero asumiendo, aun cuando parezca enrevesado y paradójico, el optimismo como fuerza creativa; de plantearnos preguntas en este mundo, Latinoamérica y en nuestra Venezuela, agobiada por la inercia, la tiranía, el cinismo, la falsedad y la elementalidad de propuestas para la sociedad libre.
De esas taras queremos huir, para la apuesta de luchas con sentido y ética. A encontrar bases que sean suficientemente sólidas para la elaboración productiva, la felicidad, la calidad de vida, el respeto a los derechos humanos, aun cuando estas bases contengan limitaciones, pero sin negar capacidades de avances y satisfacciones colectivas.
¿Miedo a la libertad?, del texto de Erich Fromm, que repasamos puntualizando detalles, y aspectos que se vinculan con el tiempo del mundo actual, teniendo en consideración que el libro fue escrito en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial. El título lo concebimos inicialmente al observar el espectáculo exorbitante del Mundial de fútbol, en diciembre pasado, que sirve a las corporaciones y las fuerzas poderosas del planeta para encandilar a las masas y crear semidioses, mientras la condición humana es condenada a la muerte cuando alza la voz por los derechos de la mujer y de las sociedades en libertad. El tema que nos enfermó preferimos dejarlo hasta allí, por las aristas de todo orden que implican el fanatismo deportivo, de las naciones y las visiones específicas de la materia; quizás era demasiado extenso para unas sencillas opiniones de una columna. Pero lo que no podemos silenciar, aunque sea con el trato en breves líneas, es el caso del escenario político venezolano (con la “guinda” de maniobras en la Asamblea Nacional 2015, ocurrida también en diciembre 2022), pues es menester hacer el registro, una y otra vez, así las voces de la historia de quienes han hecho la mejor interpretación de los efectos del autoritarismo o propuestas de luchas cívicas, sean permanentemente ignoradas y parecieran no servir en el pantanal nacional donde nos encontramos. Hay que persistir en la denuncia y si bien, la chapuza de la “estrategia” de partidos con metástasis generalizada en cuerpos corruptos e insensible al compromiso social, no cabría abordarse desde tratados como el Miedo a la libertad, siempre valdrá la pena, como lo manifiesta Erich Fromm, encontrar las explicaciones del por qué una parte de la raza humana evade su plenas capacidades, poniendo en manos de regímenes fuertes su supuesta tranquilidad. Lo intentaremos al mirar el “chiquero” que es la obsesión por el poder de la política venezolana que no se regenera sino, por el contrario, termina llamando pueblo a lo que no es, democracia a lo que no existe, y política, a lo que son las más grotescas deformaciones.
El país, el Estado
“Si queremos combatir el fascismo debemos entenderlo. El pensamiento que se deje engañar a sí mismo, guiándose por el deseo, no nos ayudará. Y el reclamar fórmulas optimistas resultará anticuado e inútil como lo es una danza india para provocar la lluvia”, explica Fromm en el capítulo I de Miedo a la libertad. El proceso político venezolano, una vez instalado el chavismo, ha sido complejo y lleno de torceduras que no siempre se han podido avizorar; sin embargo, la dificultad inicial para explicar su naturaleza dictatorial no invalida cegueras y omisiones; errados abordajes que además se mantienen. El concepto unitario ha sido uno de estos “fantasmas” que solo ha servido para que el protagonismo ciudadano se haya diluido en fórmulas partidistas, distantes de la irritación social. Las plataformas unitarias no han sido tales y los partidos políticos siempre han dedicado tiempo a maquillajes de renovación de dirigentes, pantomimas de reorganización, y a estrechar sus alianzas con el régimen como una manera de conservar espacios y obtener beneficios. Esta fórmula ha sido exitosa en el estado Bolívar, sin que las direcciones nacionales partidistas nunca se hayan pronunciado. En la práctica han alentado estas relaciones con el pretexto de la política civilizada o han, estas mismas organizaciones burocratizadas, descalificado la acción del reclamo civilista con el argumento de la subversión, que es lo que ahora de nuevo relanzan para sacar del medio a la figura del gobierno interino. Es necesario apuntar que el mismo diputado Guaidó es otra víctima notable (por propia responsabilidad) de ese proceso de llamado a unidad que le explotó por completo en la cara. Es decir, es un instrumento que, controlado por estos partidos políticos, “cascarones vacíos”, como les calificara la conocida dirigente Paulina Gamus, no sirve ni servirá.
Al desprenderse de los conceptos y paradigmas del bien común, con los que deberían operar las organizaciones políticas que luchen por la mayor suma de felicidad y desarrollo material, al abandonar estos preceptos en aras de sus cálculos personales y grupales, pero también acorralados por la cobardía que le proporciona su visión acomodaticia y miedo para enfrentar los desmanes de un Estado totalitario, los envejecidos partidos han optado por negar la libertad en sus conceptos más íntegros y plenos. Ciertamente siendo un tema de gran calado, que implica ideas sobre refundación de organizaciones, imprescindibles para el funcionamiento democrático, basta por los momentos dejar constancia como lo dice Erich Fromm, de que hay manifestaciones de sectores de la población que prefieren la tiranía porque les significa la “seguridad” que las complejas luchas por la libertad no les garantiza. Esto no es compromiso para esas clases dirigentes, “bueyes cansados” del tiempo venezolano actual.