jueves, 12 septiembre 2024
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Marco Rubio y Miami

Miami es un apoyo importante para restablecer los sistemas de libertades en la América Latina, pero no podrá hacer mucho si persisten los prejuicios de algunos políticos e intelectuales, explica Rosix Rincones en su primera entrega de 2020.

Desde los años 90, la inmensa comunidad del sur de Florida ha exigido participar en la política exterior de los Estados Unidos. Hay una dinámica migratoria continua que tanto afecta como beneficia a ese estado, y es por eso que sus fuerzas políticas se las juegan en la creación de la opinión pública y en ser competitivos durante la contienda electoral. Sin embargo, hay aspectos distintivos de esta comunidad, en comparación a otras regiones fronterizas de esa nación. Han confluido allí diferentes olas migratorias de la América Latina y ya se han asentado diferentes generaciones de exiliados, principalmente de Cuba. Es por esta razón que las heridas, aspiraciones y el sentido de pertenencia de sus habitantes, han jugado un papel clave del discurso de Washington.

Más específicamente: es el sur de Florida esencial en las políticas y el discurso del partido republicano. Y ocurre porque este partido tiene la ventaja de poder entender los intereses de esa comunidad y de contar con ellos para ganar las elecciones. No ha ocurrido así con el partido demócrata: aunque los demócratas locales entienden la mentalidad de esa población, el resto de la nación, no necesariamente. Por otra parte, y como si no fuera poco, la élite intelectual de la América Latina tampoco ha querido discernir el papel de Miami como signo de los padecimientos ideológicos y políticos de Latinoamérica. Apoyados están los mayameros, pero incomprendidos.

Los intelectuales que abiertamente han tocado el tema de Miami, lo han despachado pasando la brocha propagandística del régimen cubano. Pero hasta los más sensatos han guardado silencio. El mito del buen salvaje ha devenido en escudo férreo de la revolución cubana, y ha sido el mismo escudo con que los Castro han pretendido dominar el discurso cultural. La idea de que la descolonización estriba en derrotar al imperio y derribar su cultura por “pecaminosa”, ese ha sido el proyecto y el mensaje del régimen cubano desde sus inicios. ¿Ha sido ese proyecto de algún beneficio para nuestros países?

Sus estrategias radicales se han basado en la anestesia y el bisturí, nunca en alimentar y restablecer el cuerpo enfermo. Liberar definitivamente a la América Latina requiere fortalecer su cultura, la civilidad, los lazos entre sus naciones, incentivar las leyes justas y la libertad de trabajar. Un proyecto de ese orden es inconcebible para un régimen tan controlador como el cubano. Por esa razón, cuando ejercen influencia, desestabilizan, anarquizan, no saben gobernar desde la libertad. Debido a ese y otros autoritarismos, nuestros países padecen de conflictos políticos y entre el exilio que ocasiona, muchos logran asentarse en el sur de la Florida. Y ese es el panorama que algunos intelectuales y políticos tanto de los Estados Unidos como de Latinoamérica no quisieran ver.

Es igualmente esa venda lo que puede explicar el fracaso de los candidatos demócratas en su reciente debate en Florida. “Ninguno de ellos tocó el tema de Venezuela”, dijo la política Luisana Pérez a Jonathan Blitzer del The New Yorker. Para un grueso de la población exiliada, la solución a la crisis venezolana es clave para también rescatar a Nicaragua y Cuba, pero el partido demócrata no logra entender esas particularidades. Por ejemplo, la representante demócrata Dana Shalala lamentaba la posición de muchos miembros de su partido sobre el rol de los exiliados en la política del sur de Florida.

La política exterior es vital para Miami. Una muestra es que el senador republicano Marco Rubio ha recibido la confianza tanto de su partido como del presidente Donald Trump para dominar buena parte de las políticas del hemisferio. John Bolton era una de sus fichas, igual lo son Mauricio Claver-Carone en políticas para la América Latina y Carlos Trujillo en la OEA. Su papel en mantener el nicho político de Miami es crucial y por eso él apuesta al éxito de Juan Guaidó y de la oposición democrática venezolana.

No obstante esa cuota de poder, Marco Rubio tiene un estrecho espacio de maniobra. Tiene que acoplar sus intereses a los de Washington, asentir a las políticas migratorias de su partido, aceptar las movidas de Trump con Rusia y Turquía, que él no hubiese tolerado antes y mucho menos ahora. Debe además intentar la solución venezolana cuando el mejor “amigo” de Trump envía recursos y colaboradores para fortalecer a Maduro. Y todavía hay más: cuando los reporteros lo siguen hasta el ascensor para preguntarle sobre el juicio (impeachment) a Trump, o sobre el financiamiento de las petroleras a su campaña, debe Marco Rubio sortear y sortear. Pero no tiene otra: para lograr sus fines, tiene que resguardar como nadie esa intersección de intereses que lo ligan a Washington.

En estos días Rafael Poleo decía que el destino de Venezuela iba a ser negociado entre Donald Trump y Vladimir Putin. No sé qué escenario tiene Poleo en mente, pero dudo que pueda concebirse a espaldas de los intereses de Florida. Sino que le pregunten a Barack Obama, pues su acercamiento a La Habana le costó el triunfo a Hillary Clinton. Por cierto, Trump realmente no ha revertido esa decisión de Obama, sus cambios han sido gatopardianos, y en Miami lo saben. Son muchos los reveses con los que debe lidiar Marco Rubio, y si Poleo tiene la razón, será peor aún.

Miami es un apoyo importante para restablecer los sistemas de libertades en la América Latina, pero no podrá hacer mucho si persisten los prejuicios de algunos políticos e intelectuales. Tampoco podrá hacer mucho mientras nuestra región no se ponga de acuerdo sobre el régimen castrista. Sin embargo, la ofensiva del Foro de Sao Paulo ha encendido las alarmas y ha llegado el momento de llamar a las cosas por su nombre. Cómo abordar a Miami es más un asunto de nuestros países que de ellos. Por otra parte, cualquier política exterior desde Miami, debe saber que requiere del apoyo moral de Latinoamérica. Los gobiernos latinoamericanos pueden hacer mucho para ampliar el espacio de maniobra de Marco Rubio y del exilio de Miami.

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