“Hay una frase que me gusta mucho: La memoria es el cemento de la sociedad; el papel de los profesores es mantener esa memoria”. La firmación es del doctor Diego Rojas Ajmad, catedrático por excelencia, profesor universitario en Ciudad Guayana; que cumple en este mismo mes de enero, 20 años de ejercicio en ese nivel educativo. Y esa respuesta obedece a la pregunta sobre si hay esperanzas con la educación en Venezuela, afirmando, sin dudar que sí.
La conversación con Diego Rojas, de diciembre pasado, es pertinente por la manera como comenzó 2023; ya no con el ritual de la celebración del Día del Educador, sino con la movilización docente en todo el país, reclamando sus abandonados derechos y la precarización de condiciones de una educación pública destruida y extraviada. Pero también lo es porque si bien las condiciones del nivel superior son igual de penosas y lamentables, ha sido básicamente por los esfuerzos de no paralizar las universidades (que es mucho decir), que la narrativa de estos educadores ha derivado en la esperanza de reconstrucción e invención del sistema educativo venezolano, ya que los otros niveles, especialmente primaria y secundaria, sus historias y balances han sido diluidas paulatinamente (antes de la crisis nacional incluso) por la destrucción física de los planteles, la deserción e inmigración y las distorsiones sociales que como el hambre y la miseria, ahora acentuadas desde la visión del modelo revolucionario, vienen teniendo asiento directo en los centros escolares. Pero hay esperanzas, apunta, a pesar de las duras condiciones que ponen en dilema a los muchachos sobre continuar o abandonar la universidad, recalcando el papel de los educadores en la difusión de la historia y de los procesos vividos por la región y el país: “Es una reflexión que hay que hacer con mucho tino y atención, porque lo que vienen son cambios que poco a poco van a ir asomando la cabeza y esos cambios no pueden hacerse a lo loco o tumultuosos. Hay que pensar en la justicia”, expresa Ajmad.
La movilización de esta semana viene a corroborar que existe ese sentimiento que no está aniquilado; ese que el insigne educador Luis Beltrán Prieto Figueroa, hace cincuenta años ya, describía como el pensamiento transformador del docente venezolano, en la decisiva contribución y entusiasmo a la edificación de la sociedad democrática y ciudadana.
La educación pública es un simulacro
La de este intertítulo es otra frase descriptiva de Diego Rojas, que sencillamente hace una fotografía a la Venezuela actual. Pero toca la resistencia desde la siembra, también de los tópicos de la conversación citada; significando poner la educación en perspectiva de objetivos que la rescaten del estado calamitoso y pongan a la matrícula estudiantil, docentes y comunidad educativa a estructurar la sociedad del Estado democrático y social, de Derecho y de justicia; el Estado de bienestar, con la obligada vinculación a la sociedad del conocimiento global, de donde ahora estamos rezagados.
El dominio de las redes sociales con la incentivación al individualismo, la trampa de la información breve y corta como enfoque de aprendizajes y del conocimiento, además del desdén de los jóvenes por la vida pública, son algunos de los retos que una nueva visión educativa nacional debe responder de las tantas aristas presentes en las nuevas generaciones. Pero el imperativo ejercicio de la reflexión, contenido en la frase “la educación universitaria lo que pretende es un tipo de conocimiento transformador”, como explica el profesor Ajmad, destaca ese gran lineamiento de que el estudiante reflexione sobre el hecho de que las cosas que hace “son el verdadero conocimiento. Es un error que las universidades puedan desestimarlo. Lo que necesitamos los venezolanos es una profunda reflexión sobre lo que somos”. Ahora, desde la perspectiva nuestra, la percepción es que el panorama del estado Bolívar es desalentador en lo que atañe al proceso de enseñanza-aprendizaje. La desaparición del pensamiento educativo, regionalmente constreñido, es una realidad que ha arrastrado las voces del docente de base, al igual que el vacío de la figura de las autoridades educativas como referente de la labor administrativa. Incluso, increíblemente las misiones de formación de educadores, repletas de improvisaciones y graves deficiencias que fueron impulsadas por la propaganda de la revolución, se han extinguido. No se diga de las escuelas de Educación de las universidades y pedagógicos, en donde la matrícula actual es irrisoria, requiriéndose, paradójicamente, desde hace al menos 15 años, docentes en el nivel medio de materias como biología, matemáticas, química, física y hasta castellano.
A este escenario terrible se le suma el enorme deterioro del país y en el que los referentes del protagonismo público, como el político, no muestran sino sus peores caras y el afán de convivencia a toda costa con el modelo revolucionario, responsable de la mendicidad en todos los sectores de la nación; permeando en ese pantanal de vanidades y negociados, como era previsible, los círculos académicos en el sector público y privado. Un frente de luchas muy sinuoso.
¿Alternativa? Como lo refiere el doctor Ajmad, coincidimos en que ante la sociedad rota, escéptica, extraviada en valores y principios, su “cemento” son los profesores y la memoria está en la renovada educación venezolana. Los docentes en la reciente marcha nacional otorgaron toda una clase magistral de dignidad. Sí, hay esperanzas.