Es terrible todo lo que hemos visto en las últimas horas con el deslave en Las Tejerías, población del estado Aragua. Dantesco: el lodo tapiza y se expande y las víctimas quedan en los recuerdos rápidos, en los traumas de horas que se alargan. Aparte de un espectáculo, igual de significativo, los aparecidos que se sirven del dolor: altos funcionarios y “politiquitos” del régimen cazando notoriedad. También en nuestra extensa Guayana hemos estado cerca de circunstancias trágicas con las vialidades y damnificados por crecientes de los ríos que “tocan”, una vez más como en todos los ciclos de inviernos, sectores donde ya se conoce que hay problemas. Siempre es así y los que han perdido casas o enseres en ese trance puntual prolongarán su agonía hasta el olvido colectivo, porque los gobiernos, con sus modos y mañas se han desentendido desde casi el primer día y por largos años.
Las Tejerías, con una población de 54.392 habitantes, según el censo de 2011, en cierta forma puede entrar en el renglón de poblaciones guayanesas como Upata (120 mil habitantes), Caicara del Orinoco (66.315 habitantes) Tumeremo (52.082 habitantes), Santa Elena de Uairén (29.796), debido a su condición de mediano desarrollo y poca atención oficial en planes e inversiones, donde lo relevante es la inercia de la cotidianidad, sin logros trascendentes y el estancamiento por años de sus necesidades o aspiraciones. Pero importa la comparación porque estas ciudades que se han hecho anónimas y silentes para las buenas noticias. No tendrán posibilidades de mejoras, transformaciones y sólido futuro si desde sus propias entrañas no se forjan los movimientos que lideren los lineamientos de nuevas identidades en el sostén económico y las condiciones propias vinculadas a la modernidad. No se puede afirmar que en los pueblos del centro venezolano la similitud con los municipios del interior sea exactamente posible de establecer (las realidades parecen indicar que sí), pero en el caso del estado Bolívar, con municipios perdidos en la inmensidad del territorio regional; por años abandonados, utilizados al máximo por la demagogia revolucionaria con proyectos que no pasaron de las campañas electorales o nunca llegaron a cristalizar; con una visión de progreso harta congelada en parámetros obsoletos, es posible sostener, y quizás sea válido para todos los pequeños pueblos del país, que no será nada más el cambio político -imprescindible- lo que pueda poner en movimiento a estas pequeñas poblaciones para sacarlas del estanco crónico y además evitar que tragedias como esta que ocurrió en Las Tejerías (nada nuevas) no se magnifiquen por la ausencia del funcionamiento apropiado de los mecanismos garantes de la calidad de vida.
El sur, una quimera
La exigencia de transformación que involucra rescatar el estado de derecho, las instituciones secuestradas, las nociones a profundidad de derechos humanos, libertad, democracia y ciudadanía, plantean a los venezolanos contar con organizaciones renovadas. Ese es el debate actual, en la situación de crisis prolongada, por una parte, y en lo que concierne al modelo político venezolano populista que el socialismo del siglo XXI se apropió poniéndole el sello de la mitología revolucionaria, con lo cual nos ha lanzado hacia la presente pesadilla, es justo decir que se agotó y es imprescindible impulsar -coinciden especialistas- otros paradigmas y otras visiones brotadas de un auténtico proceso de transformación.
Para nuestras ciudades pequeñas y en crecimiento, pese a las deformaciones de la economía que han llenado de soledad nuestras jurisdicciones todas, hoy no es nada más pelear por los eventos electorales que devuelvan la soberanía popular, que hay que hacerlo. Es un desafío de este tiempo romper la inercia de años de atrasos en estas poblaciones, por lo que hay que formar organizaciones que escudriñen las particularidades de cada municipio, impulsar asociaciones ciudadanas que exijan el ejercicio moderno de la política para que tengamos partidos responsables. No desmayar en la constitución de grupos ciudadanos que acompañen y sean guías de transformaciones en la representatividad como protagonistas de su destino. No pueden los actuales partidos políticos, en su lucha por la democracia, continuar monopolizando decisiones sobre representantes, más de sus intereses que el de esas ciudades olvidadas.
Pero hay que formar también la generación que se proponga representar el desarrollo de estos pueblos a largo plazo. Generación que debe verse a sí misma como la destinada a traspasar la caricatura de gestión pública de alcaldías o autoridades locales que son un adorno o una vergüenza en la obediencia de los mandatos centralistas de sus partidos y que no tienen potestad, capacidad, ni agallas para que esos entes de gobierno exijan ante los entes regionales y nacionales condiciones superiores para estas jurisdicciones.
Hay que pelear por la democracia para que cumpla su papel integral y no en la que el burocratismo, apetencias personales y grupales maten la esencia de justas conquistas. Las lluvias no solo nos deben dejar muerte y tristezas, también experiencias que tenemos que convertir en manifiestos del riguroso ejercicio decente y culto de la política.