sábado, 15 marzo 2025
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Líderes regionales para democracia de respeto ciudadano

Nada tienen que ver con la democracia ni con los cientos de presos políticos en el estado Bolívar; la gran mayoría desconocidos, que han dado todo por el futuro de una región que anhelan próspera y con códigos morales que ahora no existen.

@OttoJansen

La democracia y sus valores, tal como la hemos conocido está enferma. Los aires del mundo lo corroboran: ante las distorsiones más absurdas, como lo expresa muy bien el escritor español Arturo Reverte, de un humanismo caricaturizado, la reacción conservadora que pudiera enderezar entuertos (decimos nosotros) se enfila a la defensa per se de los valores tradicionales, ocasionando con evidentes exageraciones graves amenazas de intolerancia y violencia. Los derechos se retuercen en medio de los intereses y el ejercicio democrático parece probar sus devenidas limitaciones de ahondar y propiciar la sensatez. Si el mundo está en serias circunstancias para avanzar en los parámetros de la civilidad, el caso de nuestra Venezuela es una pesadilla (arrasada por la corrupción, la inoperancia y premeditado cálculo de empobrecer y hundir a la sociedad), en la que los principios y el conocimiento son suplantados por el éxito que tiene de jurado la dictadura del siglo XXI, representada en el modelo chavista, ahora formalmente derrotado por el sentimiento popular.

Un manido intento de debate público sobre realizaciones de elecciones locales y regionales, convocadas por el verdugo de las elecciones presidenciales, que insisten en trastocar en post verdad el triunfo inobjetable de Edmundo González como presidente electo de la República, es la demostración del extravío en que pueden andar algunos factores que siguen jugando a la “política” como la práctica de maromas e intereses. Pero también es la prueba de la descomposición general -insistimos- de lo que queda de las viejas visiones de la democracia reformista en Venezuela, en la que no importan códigos éticos o morales de ninguna naturaleza. En este sentido es obligatorio, una vez más, hablar del extenso estado Bolívar, una de las regiones del país, no solo arrasada económicamente, sino que sus cuadros dirigenciales en las distintas áreas y, por supuesto, fundamentalmente la que integran los partidos y voceros tradicionales, han sido sometidos a la ceguera revolucionaria impuesta; ceguera blanca, como la denominaba en su novela al caracterizar las epidemias de los pueblos, el premio nobel portugués, José Saramago.

Una de las provincias de Venezuela que ha formado parte con gran protagonismo de las irrupciones sociales, económicas y políticas en nuestro país, ha sido y es el estado Bolívar. El olfato y pulso de la población ha acompañado y ha impulsado líderes y organizaciones que han sido estelares y determinantes para la evolución de la calidad de vida colectiva e institucional del territorio regional: hablamos de las décadas del esplendor democrático venezolano cortado en el año 2000. Esos movimientos y muchos de los personajes, sin embargo, han sido intranscendentes (con contadas excepciones), más allá del lapso de representación específico en la Gobernación, alcaldías y sobre todo en diputaciones y concejalías. A menos que cuente para el examen de estos 26 años de revolución, la epiléptica e insulsa presencia en la limitada opinión pública, el afán de promoción de espectáculos, o los manifiestos vaivenes en los procesos electorales, donde han fungido más como pequeños animadores y con la vista puesta en sus cálculos grupales, que el de impulsar cruzadas por la libertad, rescate de derechos o propuestas de solución a problemáticas locales.

¿Resistencia?

Ni cuando hubo, hace quince años atrás, atisbos para algún debate en las instituciones regionales, o resquicios para la denuncia y el señalamiento al conjunto de irregularidades ya evidentes, expuestos por el periodismo independiente, caso Correo del Caroní, a la población de Guayana, existió la voluntad y la determinación de los viejos liderazgos llamados democráticos de tomar el toro por los cachos. Ya se escondían, se mimetizaban en sus ocupaciones laborales o descaradamente iban tras la sombra del general Rangel Gómez, gobernador y jefe del partido rojo, para hacer ver su talante “civilizado”. Pueden imaginarse ahora, cuando han tocado las trompetas de la resistencia ante la dura persecución, el encarcelamiento sin piedad y las cínicas desapariciones.

Terminada, con la llegada del chavismo, la era AD, Causa Radical y antes Copei, el ciclo de obsolescencia de los partidos en el estado Bolívar entró en la etapa de mayor deslave en el descrédito e inutilidad representativa. Las nuevas organizaciones se contagiaron rápido de este mal y desde allí, las generaciones de jóvenes (los que quedaron en los partidos ante la salida masiva inmigratoria del país), por la obsesión de la consolidación personal, derivado del pragmatismo más feroz, se transformaron en seres gangrenados de vicios, cálculos y tramoyas hasta llegar al presente en la que de la mano del Estado (como siempre, solo que ahora revolucionario y retorcido), mediante las llamadas siglas judicializadas (en clara imposición del tiempo de la manipulación de la verdad), son estridentes voces en favor elecciones que no eligen. Aliados y colaboracionistas directos del régimen que enfila contra quien no piense lo que la revolución ordene. Por supuesto, estos muchachos, algunos realmente no tanto, que pudieron tener un camino de aportes a las luchas por el bienestar y los derechos de los guayaneses, ahora están visiblemente pálidos y desdibujados de la anemia moral que les carcome y que tampoco pueden disimular. Les anima, eso sí, los supuestos montos de dinero que tal operación electoral, esta u otra, comporte. Nada tienen que ver con la democracia para los ciudadanos, ni con los cientos de presos políticos en el estado Bolívar; la gran mayoría desconocidos, que han dado todo por el futuro de una región que anhelan próspera, de sueños y realizaciones y con códigos morales que ahora no existen. Con representantes formados y honrados que las organizaciones sociales y políticas deben recrear. Es la reserva moral que llegado el momento lo hará posible.