Teorías conspirativas que culpan al Gobierno de los EE UU de algunos episodios catastróficos no faltan, y las más descabelladas de ellas han sido ya desmitificadas. La historia sobre que el ataque terrorista del 11 de septiembre fue una estrategia de Washington para declararle la guerra al islamismo ya ha sido desacreditada lo suficientemente desde el puro sentido común. Muchos ni se molestan en responderles, aunque la revista Mecánica Popular ha tenido que aclarar las particularidades técnico-científicas del caso. Sin embargo, el cuento sale una que otra vez, y debe ser útil como leyenda urbana. Los psicólogos han explicado que hasta gente con altos coeficientes de inteligencia pueden dejarse seducir por esos remolinos porque, finalmente, hay que admitir que la irracionalidad es muy normal en tiempos de incertidumbre.
Conspiraciones internas ha habido, claro, porque entre las estrategias políticas está una de montar teatros. Al actor-víctima, siempre ileso, se le ve la costura por lo tan preparado que está para hacerle frente a la situación. Por otra parte, también es estrategia alardear y ver conspiraciones por todas partes, sobre todo cuando el bocón con poder nunca responde por sus acciones y siempre responsabiliza a los demás de ellas. Lo de culpar a la oposición, las iguanas o los gringos de los apagones está en la portada del manual del régimen.
A raíz del sismo del 21 de agosto del año pasado, a manera de chiste, uno que otro llegó a predecir que los fanáticos del régimen venezolano inculparían al imperio del terremoto, y en efecto, a alguien se le ocurrió el despropósito. Sin embargo, ¿qué pasa si lo dicen no sólo para mantener la costumbre? ¿Qué si realmente se lo creen?
En mi opinión, hay un supuesto que precede a todas esas teorías contra los Estados Unidos, y es que ellos son tan invencibles, tan perfectos, que sólo una conspiración interna podría explicar una supuesta humillación. A pesar de los muchos documentales y textos que señalan la derrota sufrida por los Estados Unidos tras la guerra de Vietnam, o de las consecuencias catastróficas de la incursión de ese país en Irak, aún existe la percepción popular de que su manejo de la ciencia y la tecnología, su organización, su arrojo, los hace invencibles, cual súper héroes de comiquita.
Es una percepción nada fortuita y que ha sido tejida por la industria cultural, y he allí la razón de estas líneas. Por ejemplo, los seriales policiales sobre la escena del crimen, han contribuido sustantivamente a esa imagen heroica. Se sabe que muchos de esos guiones sobre pistas, recolección de ADN y otras evidencias, han vendido la idea de que el laboratorio supera al trabajo policial. El personaje gótico de Abby en la serie televisiva Criminología Naval (NCIS), ha resuelto casos con reflejos de espejitos oscuros o con la de muy pulidos carros. Sobre esa tendencia se burla mucho otra serie policial, Caso Cerrado (The Closer), y ya el público está enterado de las muy atrevidas licencias de los escritores.
No obstante, la ficción que nos rodea y además nos gusta y entretiene, es quizás la gran moldeadora de nuestras concepciones del entorno. La concepción del marine, no es solo la del tipo rudo todo terreno que no falla en ninguna misión. Creo que el éxito de Criminología Naval no se centra tanto en los detalles tecnológicos, sino en el de haber humanizado al marine al mostrar su compañerismo en la soledad, un valor que puede tocarle la piel a cualquiera. Los personajes del equipo, en su mayoría solitarios con historias personales dolorosas, se unen entre ellos para apoyarse de manera irrestricta, tal cual como ocurre en una familia. Porque, efectivamente, el líder Leroy Jethro Gibbs ha logrado inspirar la figura del padre entre sus seguidores, lo que dice mucho del actor Mark Harmon, quien debe tener algo de eso en los huesos.
Pero Gibbs no es invencible. Perdió a su esposa y a su pequeña hija. Ha perdido a las mujeres a quienes quiso como padre y a quienes tanto juró proteger. Aunque en un episodio antológico en el Cuerno de África, salvó a su equipo haciendo un disparo largo y claro. Después se apareció como si nada a buscarlos, en su camuflaje de arbusto, como si nada, sin discursos ni bombas ni platillos. Y con todo, uno que otro de sus fans lo ve como un perdedor.
No se le podía tampoco pedir a Gibbs ser un personaje invicto, no después de la tragedia del 11 de septiembre. Es la gente la que insiste en sus cuentos incorregibles.