La explosión de bombonas de gas ha matado a un elevado número de venezolanos, de lo que no tenemos cifras confiables, como ocurre con todo aquello que requiere estadísticas. Esas que permiten conocer cuántos, el cuándo y cómo pasó. En la Venezuela de estos últimos 25 años aquella rama de la matemática fue execrada. Aunque quedó en la memoria el nombre de Elías Eljuri, quien fue director de un órgano burocrático denominado Instituto Nacional de Estadística (INE). El mismo que parece haber desaparecido en el oscuro secretismo del régimen, aunado a la inoperancia e incompetencia que es inherente al socialcomunismo. Refugiado en la mentira y el engaño arman una narrativa paralela, inoculada al zurdaje -nacional e internacional- que jamás duda de los grandes logros revolucionarios, que sólo existen en el terreno de la oralidad y en la falsedad de memorias y cuentas forjadas.
Un día sí y otro también nos enteramos que en cualquier estado de este ex país petrolero murieron personas por un escape de gas que no fue detectado por los habitantes de una humilde vivienda. Como sucedió en Petare -el barrio más grande de América Latina- donde fallecieron 12 venezolanos en un accidente que bien pudo evitarse. Una tragedia más en esta Venezuela invadida por la indolencia, la persecución, la represión y la muerte. También amenazada por la élite dominante con centros de reeducación, en los que serán confinados todos aquellos que no hayan terminado el bachillerato de la obediencia, la sumisión y la obsecuencia rodilla en tierra.
El edificio de tres plantas que fue construido por sus habitantes en el sector El Bambú, en el barrio Unión de Petare, se convirtió en escombros a las 5:00 de la madrugada del lunes 12 de agosto. Cuando un punto de ignición desató una explosión que acabó con la vida -por ahora- de 12 seres humanos, incluidos unos gemelos con 5 días de nacidos. Estos detalles los conocemos gracias a los pocos medios de comunicación que sobreviven en esta dictadura, siempre perseguidos, asediados y amenazados.
Tantas vidas truncadas deberían prender las alarmas entre quienes proveen un servicio tan necesario como peligroso, que debe ser manejado por manos expertas. Pero no. Ocurre que los venezolanos cargan -en bicicleta o moto- los cilindros hasta los centros de llenado. Las bombonas se ven muy deterioradas y se aprecia que su vida útil ha sido superada. El riesgo es elevado. Mas en socialismo no queda otra salida para el pueblo, porque la cocción de los escasos alimentos que llegan a los hogares depende de ese combustible: que cocina el bocado pero que puede ser letal, como lo vemos a diario.
A título personal les digo que esas explosiones constituyen una experiencia muy dura, que suelen quedar buriladas en la memoria. Lo viví, y puedo contarles que se produjeron un conjunto de imponderables que me permitieron salvarme. Como el cumpleaños de mi amigo Guillermo Enseñat, un fumador que compartía su adicción a la nicotina con un buen número de sus amistades. Aquel día fumaban como si no hubiera mañana, y yo, que había superado el vicio, me tragué el humo de los presentes. Llegué a mi casa deshidratada, pero con ganas de seguir leyendo El pez en el agua, de Mario Vargas Llosa. De tal manera que dormí poco y amanecí sedienta, y no quise preparar café, por lo que no prendí la cocina. De haberlo hecho nada me hubiese salvado, porque había una inusual concentración de gas en las líneas que transportan ese combustible hasta los apartamentos. La deflagración se produjo cuando una vecina prendió un fósforo en uno de los pisos inferiores. Fue como un terremoto que estremeció el edificio, pero yo estaba en la habitación y veía como los guijarros salían eyectados como proyectiles. Las paredes de concreto armado se agrietaron y los escombros cubrieron el piso de la cocina.
Me salvó la amistad y la literatura aquella primera semana de un mes de agosto. Puedo recordarlo y compartirlo con mis escasos lectores, pero miles de venezolanos no pueden hacer lo mismo, porque perdieron la vida cuando una bombona de gas explotó. Son accidentes mortales que se producen en el marco de una gran indolencia y la humillante indiferencia de una élite militarista, dedicada, exclusivamente, a aterrajarse en el poder y a sumir en la miseria al 90% de la población venezolana. Esa que también cocina con leña y que tiene que subsistir con esa bomba de tiempo en las adyacencias de su vida. Porque eso son los cilindros de gas sin mantenimiento, que no han sido sustituidos en años.
Agridulces
La selecta vocería del régimen se ha esforzado en afinar insultos, agravios, injurias, dicterios, denuestos y otras lindezas contra todos aquellos que no comulguen con sus homilías y catilinarias. Después del 28 se la han dedicado a sus “cómplices” más entrañables: el Centro Carter, la ONU, miembros del Foro de Sao Paulo, del Grupo de Puebla, et al.