Los medios españoles en dos aguas. No es extraño que la cobertura de ABC de España sobre la Operación Guacamaya haya causado confusión el pasado 6 de mayo. El piquete favorable al régimen pudo deberse a un factor llamado Pedro Sánchez. Y sí señores, no hay UNO sino varios medios españoles que le creen a Maduro sólo porque su presidente socialista es el amigo de Delcy y el resto de la banda-cúpula.
Para medir el poder del presidente español en los medios basta con sintonizar las noticias en TVE. Por ejemplo, en las elecciones generales del Congreso de diputados y senado de España en el 2023, la televisión española TVE apoyó a Sánchez sin pruritos. Hasta me hizo recordar a VTV. Casi desconociendo que el Partido Popular PP obtuvo la mayor cantidad de votos, las caras largas de los locutores y la vehemencia de algunos comentaristas conjuraban que Sánchez recogería los votos para alzarse con la mayoría en el Congreso.
Dime con quién andas. Pedro Sánchez no es amigo de nadie a menos que haya muchísimo dinero de por medio. No es extraño que se haya construido la mínima mayoría en el Congreso de manera sospechosa. El estar en gracia con algunos medios y haber perseguido a otros dice de su desprecio por las instituciones.
Por fortuna hay otra España con ascendencia y micrófono. Si Sánchez representa al español que se maneja por los callejones y no da la cara, Cayetana Álvarez de Toledo hace honor al rostro más humanista y filosófico de su país. La España de Cayetana ve a los venezolanos tal y como son ahora y no sólo aboga por nosotros, sino que también toma nota de sus alertas.
Poner la mesa. Uno de los grandes retos de la nación es encontrar una manera de verse y describirse desde adentro y ante la niebla de aquí y de afuera. Conducir un país pasa por advertir la marea de lo interior y lo exterior y no perder las oportunidades históricas. Nada se compara con el gozo de los ciudadanos de pertenecer a los suyos. Esta es una oportunidad extraordinaria, la de transfigurar el desastre para convertirlo en un brote de planta, en una hilera de árboles macizos que nos refrescarán del sol.
Digo lo anterior porque antes de preparar la cena, despeja uno lo que nutre y deleita de lo que no. No es distinto con esa mesa que es la historia, servida como ha sido por las diversas poblaciones que se han asentado en estas tierras desde hace miles de años. Los colonizadores dejaron su huella y después de ellos otros llegaron con sus ideas sobre quiénes éramos y quizás no tuvimos el cuidado suficiente para responder a sus pareceres. Después la izquierda europea, en su afán de competir con los poderes coloniales o actuales, quiso convertir a las américas en un patio soviético y hasta nos quisieron jefear sobre qué hacer con nuestro pasado colonial. (No esconden su molestia y no es para menos, en Europa las colonias fueron y aún son una manzana de la discordia). De estos intercambios de siglos han quedado costumbres, unas más valiosas que otras, pero también frases supremamente infelices. Para decirlo en dos platos, tenemos un palimpsesto de textos en la memoria de los cuales no estamos enteramente conscientes. Ese palimpsesto aplica igualmente a lo que los demás dicen de nosotros, frases o prejuicios que aún persisten en la gente y medios de afuera.
Aunque para los neoyorkinos, por ejemplo, no les quita el sueño transitar por esos dimes y diretes. Será porque se sienten en el centro del mundo, top of the world, o porque saben cuán incomprensible es su pluralidad, pero la nota es que no se lo toman en serio.
Un régimen autodestructivo. Cuando se usa la palabra dictadura en relación con Venezuela, vale precisarla con los adjetivos ilegal y opresiva. Sirve para recordarle a periodistas, líderes y asociados que los venezolanos poseen derechos humanos, que son ciudadanos del mundo y que especialmente les gusta vivir en libertad. Que el venezolano aboga y lucha por su democracia porque es lo que más desea desde el tuétano de su ser.
Alguien podría comentar sobre dictaduras que han funcionado para la población, o que si fue una práctica temporal en la antigua Roma, pero evidentemente no ha sido ese el caso de esta desgracia. Sobran las evidencias.
Si alguien la llama dictadura criminal hay quienes se podrían sonreír de medio lado o quedarse callados. Esa reacción me retrotrae a una escena en la comedia británica Blackadder donde el actor Rowan Atkinson interpreta al astuto personaje Edmund Blackadder y Tony Robinson al tonto de Baldrick. Ocurre que Edmund escoge a Baldrick como candidato títere al puesto de primer ministro, y le pregunta al tonto si tiene antecedentes penales. En vista de que Baldrick es un alma de Dios, Blackadder coloca en el C.V. “Fraude y desviaciones sexuales” como es requerido en el perfil de un felón. Además de burlarse de la majestad del cargo, la escena deja entrever la noción maquiavélica de que saltarse las leyes y cometer delitos es una posibilidad inherente al manejo del poder.
Dicho lo anterior, cuando alguien se queda callado o sale con la sonrisita o le resta importancia a la palabra criminal, sugiero decir “criminal y autodestructivo”. Eso marca una gran diferencia. Porque condenar a un país a la desolación y el arrase, ¿qué sentido tiene? Las mismas fuerzas telúricas del poder humano se vuelven contra los felones como un tsunami.
Sobre los nazis dijo Jorge Luis Borges, que por autodestructivos se acabarían.