jueves, 28 marzo 2024
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Las lágrimas de Colomina y nuestro llanto

Es Colomina una mujer valiosa y una intelectual reconocida, incluso por sus enemigos. No cabe duda que triunfaría en cualquier país del mundo, pero sabemos que ella quiere estar en Venezuela.

Lloré cuando Marta Colomina no pudo contener las lágrimas mientras era entrevistada desde Galicia. Un momento sin palabras, en el que dijo mucho de lo que sienten los venezolanos -los que se fueron y los que se quedaron- frente a nuestro largo y tortuoso viacrucis. Una conjunción de temores, miedos e inquietudes atravesó, una vez más, nuestro corazón, lleno de tristeza, dolor e incertidumbre, porque no tenemos ninguna certeza de si podremos ver el final de esta película de terror, en la que somos extras y figurantes, pero sobre todo víctimas.

Marta Colomina, quien nació en Cataluña, dejó claro su profundo vínculo afectivo con Venezuela, adonde llegó cuando era una niña. Aquí curso su primaria y en España la secundaria. Luego regresó para graduarse en la Universidad del Zulia. Sus estudios de postgrado los hizo en Stanford. Fue docente universitaria, ocupó importantes cargos y escribió libros de obligada lectura, que contribuyeron a la difusión de los postulados de la teoría critica de la Escuela de Fráncfort. Se casó con Hesnor Rivera, un destacado poeta y pensador venezolano.

Tanto el Huésped Alienante como la Celestina Mecánica, fueron libros con una buena acogida entre intelectuales y académicos. Más adelante, Colomina, se convirtió en una figura mediática, con su estilo confrontador, valiente y provocador que mucha gente valoró, en especial, desde que fuimos asaltados por el socialismo del siglo XXI. Por todo aquello fue objeto de oprobiosas campañas de vilipendio y difamación. Atentaron contra su vida en varias oportunidades. La acosaron y persiguieron hasta sacarla de Televen y de la radio. Escribió para El Universal durante 20 años y luego lo hizo en El Nacional.

Es Colomina una mujer valiosa y una intelectual reconocida, incluso por sus enemigos. No cabe duda que triunfaría en cualquier país del mundo, pero sabemos que ella quiere estar en Venezuela. Porque siente que pertenece a esta porción de tierra, hoy destruida por este socialcomunismo, convertido, tambien, en amenaza en España, donde ella está en la actualidad.

Sus dos patrias están asediadas por un enemigo altamente peligroso, en cuyo ADN está la inquebrantable decisión de acabar con las libertades y la democracia, para imponer la pobreza y la miseria como forma de vida de las grandes mayorías. En Venezuela lo lograron con un éxito solo comparable al de la Cuba castrista. En España van bien encaminados, con Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en el poder.

Por cierto, cuando Colomina no pudo seguir hablando porque las lágrimas se lo impedían, a mí me ocurrió lo mismo. Porque pensé en Cuba, con un solo apellido como símbolo de un poder interminable y totalitario, que lo arropa todo como una nube toxica. Allí, en esa isla ruinosa, los únicos inmunes y ricos son los Castros y sus secuaces, dueños de la vida y de la muerte de la gente. Nosotros, como parte de la región, no podemos ser indiferentes, por eso la pregunta ha sido la misma desde hace sesenta años: ¿hasta cuándo durará la dictadura castrista?

La globalización nos hizo testigos, en tiempo real, de la caída del muro de Berlín, del derrumbe de la poderosa Unión Soviética, de la conversión y entrega de China al mercado capitalista, pero los Castros siguen allí. Con su criminal dinastía reinando sobre las desventuras y penurias del pueblo cubano, con el mismo formato y el mismo guión que han trasplantado en Venezuela, cuya cúpula ha reproducido el modelo castrocomunista, tambien levantado sobre la depauperación y el infortunio de los venezolanos.

Generaciones de cubanos han muerto durante estos 61 años de revolución, esperando que el castrocomunismo saliera de sus vidas. Pero sigue allí con su testa coronada, con su paranoia enterita, como cuando estaban en la Sierra Maestra, y su criminal y eficiente aparato represivo que persigue -hasta silenciar- cualquier voz disidente. Colomina, quien nació en 1938, se ve en el abominable espejo cubano, y le entra un frío por los pies que le recorre todo el cuerpo, como nos ocurre a millones de venezolanos. Y las preguntas saltan sin pasar por las zonas cerebrales de la racionalidad: ¿cuándo saldremos de esto? O ¿la vida nos permitirá ver el final de esta tragedia en Venezuela? Son preguntas sin respuestas, que nos hacen llorar cada vez que vemos la tenebrosa oscuridad que oblitera cualquier esperanza de salir de esta tiranía.

Agridulces

Alex Saab ha desnudado lo que ocurre con los millones de dólares que esta mafia dice destinar a la importación de alimentos. Estos se utilizan para el enriquecimiento de la macolla militar-civil y su testaferraje: esa taifa de corruptos que se pasa por el arco del triunfo el hambre de los venezolanos.

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