Me pregunto si es posible conocer a una persona por los libros que conserva en su biblioteca.
Algunos lo han intentado, como cuando Manuel Pérez Vila revisó los títulos que conformaban la biblioteca de Simón Bolívar para, de esa manera, tratar de entender el origen de sus ideas y pareceres. También recuerdo las numerosas investigaciones sobre Andrés Bello, Francisco de Miranda y Tulio Febres Cordero, entre otros, con las cuales se quería corroborar la correspondencia entre las acciones y los pensamientos de aquellos ilustres personajes con sus respectivos archivos personales.
Esos trabajos parten del supuesto de que podemos hacernos un bosquejo de la mentalidad de una persona en función de la lista de lecturas realizadas.
Algo así como afirmar que por la biblioteca-maleta se conoce al lector-pasajero.
La primera dificultad que consigo para poder hacer esto es pensar que las bibliotecas son comarcas cerradas, con linderos que impiden la salida y entrada de más ejemplares. En una biblioteca no son todos los libros que están ni están todos los que son.
Todos quienes hemos tenido una biblioteca sabemos que ella es un organismo vivo y autónomo, que crece y disminuye a su antojo. Libros que van y vienen, por regalos, hurtos, préstamos que no regresan, o libros vírgenes que aguardan aún por su lectura. Una biblioteca no es la fotografía fiel de lo que en realidad hemos leído.
Pero el asunto no puede despacharse tan fácilmente: ¿es la biblioteca indicio de nuestra forma de pensar o pensamos como nos lo dicta nuestra biblioteca? ¿Tenemos la biblioteca que queremos o la que merecemos? ¿Hacemos nuestra biblioteca o ella nos hace?
Si hiciéramos caso al materialismo histórico, y lo parafraseáramos, diríamos que no es la conciencia del hombre la que determina su biblioteca, sino, por el contrario, la biblioteca la que determina su conciencia.
Dicho más fácilmente, que los libros nos hacen reflexionar y ser como somos y no al revés.
Pensar de esta forma nos lleva por el camino que mencioné al inicio, a afirmar que Simón Bolívar hizo lo que hizo gracias a que leyó las ideas revolucionarias francesas, o que Tulio Febres Cordero tuvo ese afán por entender la historia y la sociedad, desde una perspectiva más antropológica y culturalista debido a que conoció algunas obras de Fernando Ortiz (libros que aún hoy se conservan en su biblioteca).
Sin embargo, sospecho que la realidad es más peliaguda y compleja.
También me pregunto si es posible hacer esto a un nivel mayor: bosquejar la mentalidad de toda una sociedad según sus hábitos de lectura. Algo así como hizo Ildefonso Leal cuando revisó los catálogos de las bibliotecas de los jesuitas durante la colonia venezolana, para de esa manera tratar de entender el proceso sociocultural de aquellos años, o como lo hicieron Roger Chartier y Guglielmo Cavallo en su Historia de la lectura en el mundo occidental. Pero quiero ir más allá: ¿es posible entender al venezolano de hoy según el contenido de sus bibliotecas personales?
Quizás el camino adecuado para reconstruir una biblioteca venezolana promedio, y leer en esos ejemplares lo que somos, sea preguntarme por los libros que más ventas han tenido en este país.
Sé que no sería un dato definitivo, pero es algo.
¿Cuáles son esos libros que podemos conseguir en toda casa venezolana?
Se afirma constantemente, sin datos fehacientes para asegurarlo del todo, que Colección de medicamentos indígenas de Gerónimo Pompa (1851), el Manual de urbanidad y buenas maneras para uso de la juventud de ambos sexos de Manuel Antonio Carreño (1854), junto al Almanaque para todos de Rojas Hermanos (1871), el Repertorio poético de Luis Edgardo Ramírez (ca. 1950), la serie de libros de metafísica publicada por Conny Méndez durante la década de los años setenta y Mi cocina de Armando Scanonne (1980), son las obras que mayor cantidad de reediciones y ventas han tenido a lo largo de la historia de la impresión en nuestro país.
Son libros que han mantenido una venta constante por décadas.
En el mundo de la edición se conoce a este tipo de obras como long-sellers, que, a diferencia de los best-sellers, no son una moda pasajera sino que han logrado sobrevivir al paso del tiempo y al cambio de lectores. Un best-seller es un éxito editorial de pocos meses; un long-seller es una venta segura sea cual sea la época y el año.
Quizás no exista casa en Venezuela que no tenga o no haya tenido algunos de estos ejemplares. Y tal vez en esa corta lista de títulos esté la pista para saber lo que somos.
Remedios caseros, buenos modales, un almanaque, una antología poética, metafísica de autoayuda y un libro de cocina. Allí está la clave.