En Venezuela la violencia está hasta en el aire que respiramos. El poder está uniformado de violencia y su lenguaje es un disparo que explota en la dura vida que debemos enfrentar. El funcionariado -sin importar su jerarquía- elige las palabras más lacerantes y un grito rabioso para dirigirse a la audiencia, a la que humilla, descalifica e irrespeta sin contemplación. Es un modelaje instaurado por más de dos décadas, iniciado por el paracaidista que hegemonizó durante años el sistema medial, para vomitar el resentimiento y el odio que alimenta a todo zurdópata, y que tiene como égida la frase más repetida de Marx, según la cual “la violencia es la partera de la historia”.
Esa frase es mantra y mandato en el quehacer de todo comunista de ayer, hoy y mañana. La misma que impulsa a pranatos y trenes -engendrados en este vernáculo socialismo- a acometer los delitos más atroces en este expaís y en el extranjero. Sus crímenes están plenamente justificados y legitimados en aquella letanía -convertida en dogma- que los libra de toda culpa, mientras pertenezcan a la grey marxista, santo y seña del socialismo del siglo XXI.
La violencia es como un río crecido. Que desbordado y desbocado inunda todo a su paso. Se derrama y esparce hasta en lo más recóndito de la existencia, como ocurre en el interior de una casa. Que no siempre es un hogar para ancianos, mujeres y niños, los más vulnerables en el entramado familiar, que sufren en cuerpo y alma los estragos de la violencia. Traducida en carencias, privaciones, penurias, miedos, crueldad, escasez, expoliaciones y humillaciones, que son partes de la más abyecta de las miserias que trunca y destruye vidas.
Los más débiles e indefensos -en aquel contexto- son los niños, para quienes la vivienda no es un lugar amable ni seguro. Por lo que son impelidos a huir para evitar el maltrato, el abuso y la crueldad que proviene, en la mayoría de los casos, de sus familiares más cercanos. En la calle son víctimas de otros verdugos que los golpean, los violan, los esclavizan, los secuestran y los usan para satisfacer las perversiones sexuales de pedófilos y pederastas, tanto nacionales como internacionales. Porque este es un negocio muy lucrativo para los empresarios que trafican con infantes, quienes gerencian sus multinacionales del crimen con los niños como mercancía.
Tienen sucursales en otros países para satisfacer el gusto de tan depravados y vesánicos consumidores. Unos los prefieren menores de 5 años, otros se decantan por mayorcitos. Los piden a la carta: rubios, morenos, delgados o rellenitos, de ojos claros o negros, de rasgos asiáticos, de piel aceitunada o de ébano, y cualquier otra exigencia del licencioso. Los niños son usados por la opulenta y exclusiva industria del abuso y la pornografía infantil, que cuenta con una clientela planetaria. Cuando superan cierta edad son desechados. Los expulsan del impío y feroz mercado de la carne fresca, como lo denominan sus lascivos agresores.
Los países del primer mundo con bajos índices de natalidad cuidan mucho a sus niños, y sin embargo no han podido evitar que los secuestren. Imagínense lo que pasa en nuestro continente y particularmente en Venezuela, que excluye a la población infantil. Al no garantizarle educación, alimentación o servicios de salud, con familias disfuncionales o desmembradas, porque sus padres forman parte de la diáspora, que suma unos 9 millones de venezolanos expulsados de su país natal.
Son los niños las víctimas de todos los males de la sociedad. De la indolencia, indiferencia e incapacidad de un Estado corrupto y corruptor, también de las perversiones de depravados, protervos y nefarios que pululan en la sociedad, pero que se mueven en el inframundo de mafias y carteles, con mucho poder económico, impunidad y complicidad.
Esta pesadilla llegó al cine con la película Sonidos de libertad, que ha tenido gran impacto en la sensibilidad de muchos, pero también ha concitado la respuesta de aquellos que no ven conveniente que se desnude esta terrible realidad. De hecho, la poderosa industria cinematográfica le impuso un boicot a este filme, en el que participa Jim Caviezel en el papel de Tim Ballard. Exmiembro de la CIA, dedicado a rescatar miles de niños, secuestrados por criminales que trafican con la infancia. A propósito, ¿Cuántos niños venezolanos están siendo vendidos y comprados en este brutal y desalmado mercado?
Agridulces
El Sistema de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela le rinde tributo sinfónico a Michael Jackson. Un fosco y turbio personaje, involucrado en graves delitos contra niños, ventilados en tribunales y resueltos a punta de millones de dólares. Me pregunto: ¿estamos obligados a aceptar que el talento artístico haga olvidar una vida que discurrió, impunemente, por el laberinto de las depravaciones?