martes, 11 febrero 2025
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“La verdad siempre espera, pero el tiempo no regresa”

Y como una paradoja cruel que vislumbra el futuro, los ríos humanos empapados de barros aparecen internándose en la montaña guayanesa. Epicentro de cuerpos de seguridad, bandas antisociales y un sinfín de seres de la “corte de los milagros” de la revolución.

@OttoJansen

La frase del título pertenece al filósofo alemán Martin Heidegger (1889-1976), “…con la obra Ser y tiempo, publicada en 1927, cuando va adquirir una gran notoriedad internacional, incluso más allá de los campos específicamente filosóficos. En los años 1930 tiene lugar aquello que se ha denominado el Giro (en alemán, Die Kehre) de su filosofía, con sus obras Carta sobre el humanismo e Introducción a la metafísica”. Tomado de reseña biográfica de Wikipedia.

Es la afirmación reflexiva, esta que hace el autor, no sin angustia pensamos nosotros; enfocada al pensamiento sobre el ser, la libertad y la verdad, que nos atrapa y nos parece tan grafica para pensar el pavoroso tiempo venezolano de la actualidad. Son días que se suceden, unos tras otros, de sufrimientos hoscos, íntimos en la preocupación constante sobre algunas perspectivas a posibilidades de la vida trascendente. Mas, se hace eterno, en aquellos que están en manos de la opresión directa con vejaciones en los centros de detención, que son igualmente recintos de torturas por la condición de ser testigos de la verdad: la ocurrida el pasado 28 de julio en que triunfó el sentimiento de cambio y fueron escogidos por un azar maligno y terrenal, estando toda Venezuela en esa misma cualidad de ser operarios de la realidad que denuncia el fraude electoral. La tramoya sin escrúpulos es una especie de ensayo social, como otros que fracasaron, de diseñar una farsa e inocularla a la sociedad completa. Es, por lo tanto, una amenaza perturbadora del panorama desolador con características de prolongarse, si los mecanismos de presión no aparecen y cuando, además, aunado al manto oscuro que intenta trastocar los hechos del delito, se construye el circo penoso de adulaciones con payasos de baja catadura humorística y moral, y otros personajillos míseros como aliados, en un panorama en el que se procura desestimar la historia, los derechos y lo que puede ser de alguna elemental normalidad social, institucional o económica.

Las palabras han quedado rezagadas ante el dolor y estacionadas frente al tamaño de las mentiras. María Corina Machado -esa persistencia que no se rinde, dando alientos a la Venezuela que aún lucha por sobre su impotencia-indica que son horas oscuras. Decirlo, pensamos, tiene el valor de creer y no callarlo; de hacer tangible la verdad en horas de agresiones brutales para las mayorías. Pero claro, el tiempo no regresa, no se recupera (interpretamos de la afirmación de Heidegger) y masacra con los días, en las manos de los verdugos, la libertad y a los seres de carne y huesos de la sociedad enjaulada. La existencia, por lo tanto, siendo pensamiento útil, se vuelve más abstracta cuando la canalla asesina con desparpajo. Los conceptos tal como nos gusta manosearlos en posiciones de principios, pasan a ser, quizás, una categoría exquisita. Importa, para el grito de justicia, la materialización de las acciones que detengan el horror.

Barros dorados en carreras del hambre

La situación económica venezolana no tiene proyección si no hay solución al secuestro político, insisten los economistas responsables; palabras que al describir el rigor del escenario, una vez más, dibujan poco de las realidades suspendidas en un sopor que atosiga la cotidianidad. En el extenso estado Bolívar, voces que no se anotan en el manto de la post verdad advierten que nada se mueve. “Solo esos expendios de alimentos en zonas determinadas de Ciudad Guayana; lo demás es ruina (…) en Ciudad Bolívar, los comerciantes hacen malabares y sus expendios están vacíos; el ambiente de consumo es una franja intermitente y fugaz, sin motivación navideña que valga. Incluso la prefabricada que pregonan los también autores del fraude”.

Y como una paradoja cruel que simplemente vislumbra el futuro, en ritornelo automático del país y la región, los ríos humanos empapados de barros aparecen internándose en los parajes de la montaña guayanesa, por las rojizas tierras de la población de El Dorado, municipio Sifontes, en búsqueda del oro descubierto. Es la misma aventura que ha colmado (por años) estos linderos de cuentas y cuentos. Epicentro de la atención, en recientes décadas, de organismos públicos, cuerpos de seguridad del régimen, bandas antisociales, grupos irregulares y un sinfín de seres de la “corte de los milagros” de la revolución. Por supuesto, con la mayoría del pueblo que huye del hambre, encontrando más penurias en esta dinámica feroz, para el humano y para el ambiente. Es el cuadro de los años del porvenir en manos de los verdugos rojos: oscurantismo, tierra desolada (en estampida los nativos de caseríos aledaños), cardumen de mineros enfebrecidos con el espejismo de la estabilidad, a la par que el delito vive con leyes pisoteadas al imponerse la fuerza del Estado, y sus alianzas, sobre los débiles y desamparados. He aquí otra cara de la tragedia, de la que los grupos “civilizados” locales no pretenden hablar. De la que las asociaciones de intereses que pululan en Guayana con sus respectivos centros de Caracas, niegan y le son indiferentes.

“La esencia de la verdad se desvela como libertad”, dice también Martin Heidegger. Entender el anhelo del pueblo de Venezuela, las huellas profundas obtenidas en 25 años con sus dolores más punzantes, equivale a entronizar en la memoria los surcos que dejan la tortura, la movilización ciudadana por la felicidad; el anhelo de derechos que no son sentimientos abstractos, ni son modas exquisitas. “La verdad espera…” que sean días y no largo el tiempo.

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