Muchos estudios críticos afirman que el cuento La realidad circundante, publicado en 1927 por Julio Garmendia en su libro La tienda de muñecos es el que inicia la ciencia ficción en nuestro país. No sé con certeza dónde nació esta aseveración. Quizás provenga de Julio Miranda, quien en 1979 incluyó el texto en su libro Ciencia ficción venezolana: antología, señalando además en el prólogo que con ese cuento el escritor larense cultivó de forma pionera la vertiente de la “ciencia ficción crítica”. Tal vez la idea haya sido expresada con anterioridad por alguna otra persona, pero esta ha tenido mayor fortuna, apareciendo luego en abundantes bibliografías y pies de página de estudios posteriores.
Por ejemplo, en la muy útil y documentada Chronology of Latin American Science Fiction, 1775-2005, elaborada por Yolanda Molina-Gavilán, entre otros, se insiste en afirmar que La realidad circundante es el cuento que inicia el género en Venezuela. Más recientemente, Daniel Arella hace eco de la misma idea en su libro Relatos pioneros de la ciencia ficción latinoamericana, publicado en 2019, diciendo que es el: “primer cuento de ciencia ficción auténtica escrito en el país y uno de los primeros en Latinoamérica”. Cual si fuese un bostezo que se contagia, la idea de Miranda ha sido repetida innumerables veces y no existe estudio acerca de la ficción científica en nuestro país que no incluya o mencione la obra de Garmendia.
![]() Para nuestro columnista Diego Rojas Ajmad, el cuento La realidad circundante es una crónica de la calle y no una historia de ciencia ficción |
Debo confesar que cada vez que me topo con esa afirmación frunzo el ceño y hago un repaso mental del cuento para intentar ver eso que yo no logro captar y que los demás señalan y ven sin problema alguno. Para sosegarme, pienso que tantos estudiosos no pueden estar equivocados y quizás solo se trate de una lectura apresurada de mi parte. Vuelvo a leer el texto y reaparece mi incomodidad.
Lo digo sin titubeos: La realidad circundante la entiendo como la historia de un timo. Cuenta el episodio de un transeúnte que se topa con un vendedor mientras este ejercita sus dotes oratorias y de mercadeo para lograr vender un producto que dice haber hecho con sus propias manos y que permite que cualquier persona pueda adaptarse a las diversas situaciones de la vida. El vendedor argumenta sucesivamente para que le compren los dispositivos, o al menos para que financien su proyecto de industrializar la fabricación.
Ya convencidos, varios de los asistentes compran este “pequeño y en apariencia insignificante aparato o accesorio, de composición ingeniosa, de sencillo empleo y de poco peso y volumen, y que llamo ‘capacidad artificial especial para adaptarse incontinenti a las condiciones de existencia, al medio ambiente y a la realidad circundante”. El transeúnte narrador fue uno de los tantos compradores. Ya en su casa y luego de algún tiempo, conserva aún el dispositivo sobre su escritorio, usado como pisapapeles. Así finaliza.
En el cuento no hay una alteración del orden de la realidad ni se emplea el discurso científico para elaborar sobre él una ficción. No hay asombro ni maravilla y es por ello que no se me muestra el carácter fantástico del cuento, menos el de la ficción científica. Leo ese texto, en cambio, como representación de los poderes de la publicidad y de cómo un producto, sea las píldoras del doctor Ross o los peines magnéticos para detener la caída del cabello, puede encontrar a incautos compradores. Para mí es una crónica de la calle.
Sé que una obra acepta múltiples lecturas y que los temas desarrollados en el cuento pueden ser variados, dependiendo de las interpretaciones de cada quien. Sin embargo, insisto en que aún no veo la ciencia ficción en sus líneas. Unos han leído el cuento como un elogio hacia la figura del escritor al mostrarlo como eterno desadaptado, capaz de transformar la realidad y sus insatisfacciones a través de la literatura, sin necesidad de otros artilugios. Otros, en cambio, y quizás esa sea la arista que les conecta con la ciencia ficción, han interpretado el desdén del protagonista hacia el dispositivo, al usarlo como un pisapapeles, como una alegoría crítica hacia la deshumanización que conlleva la tecnología, pero me parece que esto es forzar el análisis.
Los antologistas y estudiosos de la ciencia ficción pudieron haber incluido y mencionado otras obras, como el cuento Metencardiasis de Nicanor Bolet Peraza, de 1896, Fragmento de una carta de Caracas, de Blas Millán, de 1929, o la novela de 1933 El regreso de Eva, de Pepe Alemán, para señalar con más propiedad los inicios de este género fantástico en Venezuela. Sin embargo, se insiste en el cuento de Julio Garmendia.
El problema, si es que lo hay, creo que serviría de pedagógico ejemplo para quienes desean ejercitarse en la investigación literaria. ¿Qué hacer ante este dilema? Primero, saber qué es la ciencia ficción, qué la define, y luego leer La realidad circundante para intentar encontrar en ese breve cuento aquellos elementos que permitan clasificarlo en el género particular de la ficción científica.
Ya habrá tiempo de contarnos cómo nos fue en este apasionante y útil ejercicio de análisis e interpretación.
Otras páginas
– Pasión por las letras. Hace poco vi esta película basada en la historia del escritor estadounidense Thomas Wolfe y su relación con el editor Maxwell Perkins. Es del 2016 y su título original es Genius, aunque en el ámbito español se le conoció también con el nombre de El editor de libros. Las actuaciones de Jude Law y de Colin Firth atrapan el interés de los espectadores y hacen que la trama mantenga un aura de suspenso e intriga a lo largo de la historia. Uno de los tantos temas que me interesó de la película es el que pone de relieve el papel de los editores en el proceso de construcción de la obra y del autor. Suponemos que la creación literaria es un mágico suceso que va de la mente del escritor a las manos y ojos de los lectores, sin ningún tipo de transformaciones ni intermediarios. Al contrario, la literatura es una larga cadena de sujetos y prácticas donde cada uno aporta significados y valores. La película genera una serie de preguntas muy valiosas tanto para los creadores como para los estudiosos de la literatura: ¿hasta dónde llega el límite del editor?, ¿qué tanto puede alterar un manuscrito sin que llegue a perder la originalidad?, ¿habría funcionado mejor el texto sin editar que el editado? Bien vale la pena las dos horas de esta película para pensar en las posibles respuestas.
– Toda obra es una autobiografía. “Mi libro fue catalogado como una novela autobiográfica. Protesté contra este término en el prefacio que le escribí, sosteniendo que cualquier trabajo serio de creación es necesariamente autobiográfico y que había pocas obras más autobiográficas que Los viajes de Gulliver”. Thomas Wolfe.