La ciencia ficción es un género que imagina cómo los avances científicos han de dibujar nuestro mundo futuro, y también cómo la voluntad humana se hará paso ante el poder de la tecnología. Detrás de cada maravilla de la mente humana se esconde un propósito, y un correspondiente dilema entre el bien y el mal. La historia de nuestra especie desde la más remota antigüedad.
En 2000 leguas de viaje submarino Julio Verne se anticipó al submarino a partir de los prototipos que ya navegaban para su época, y prefiguró a un solitario capitán Nemo, concentrado en resguardar su mundo a través de los misiles de su nave el Nautilus. Igualmente George Orwell describió el futuro de la persecución política a partir de prácticas de organización, espionaje y manipulación psicológica ya visibles en la Europa de 1948. La ciencia ficción problemática, por otra parte, no veía con buenos ojos las colonizaciones en Marte. En las Crónicas marcianas, el autor Ray Bradbury describe el panorama desolador y pesimista de la evolución científica. Los temores iniciales de los precursores del género, patentes en Frankestein de Mary Shelley, fueron posteriormente denominados por Isaac Asimov como “el complejo de Frankestein”.
Ante las obras mencionadas, quizás un filme como La guerra de las galaxias agregue poco a los planteamientos ya esbozados, pero sí es conveniente considerarlo dada su óptica sobre la realidad socio-política de estos últimos años. Por ejemplo, paralelamente con los movimientos civilistas de los años sesenta, la serie de televisión Viaje a las estrellas, de Gene Roddenbery, abrazó la orientación ética y con el personaje de la teniente Uhura, asumió la diversidad de razas en el set. Aunque en estas historias los “malos o villanos” seguían siendo en muchos casos personajes de facciones monstruosas o achinadas, oscuras y con “acentos” marcados por la letra “r” u otros sonidos exóticos para el inglés, el creador de la serie quedaría como precursor de los cambios. La variedad cultural de los miembros de la tripulación del puente de mando iniciaría las características de esta comunidad interplanetaria en series y filmes posteriores. Interesa, igualmente, inferir el modelo de hombre, el tipo de sociedades a las que estarían apuntando con la configuración de esa homogeneidad-heterogeneidad de las comunidades, además de las características de esos espacios del poder y la periferia. La proyección futurista vendría a plantearlas fronteras tecnológicas, los desafíos de la convivencia entre naciones, entre individuos de diferentes razas, credos e ideologías.
En el marco de ese proyecto de coexistencia entre hombres y mujeres de diferentes orígenes, cultura y credos, en La guerra de las galaxias se encuentran dos espacios definidos, el de los centros de poder y los de la periferia. La estrella de la Muerte y el centro político de la república (llamémosle en adelante Nueva York, por ser la ciudad de rascacielos sede de la ONU) e incluso la organizada ciudad de Naboo; contrasta con esos planetas olvidados, sean desérticos o boscosos, donde se refugian los personajes amenazados como Luke Skywalker u Obi Wan Kenobi. Por su lejanía del centro, al menos en apariencia no representan un peligro para los perseguidos. Es allí donde pululan los contrabandistas y tramposos de oficio como Han Solo, cuya vestimenta de vaquero simbólicamente lo ubica en otro espacio marginal, el del lejano oeste americano. En estos planetas desérticos donde la alta tecnología coexiste extrañamente con la pobreza y la desolación se puede apreciar una estética de lo no acabado, de lo feo por asimétrico, por fuera de norma, de la improvisación patente en los caminos torcidos y polvorientos, las tiendas provisorias de los mercados de calle (buhoneros), ¿y por qué no? las hermosas casas del norte de África, estrechamente vinculadas a las características y colores de la tierra, como una extensión de esta última. Entre neutrales y caóticos, en estos derroteros no pareciera existir ni la república ni el imperio, sino otro mundo. Incluso, podríamos identificarlo no sólo con países como el nuestro, igualmente fuera del radio de influencia Nueva York, París o Tokio, sino más allá aún, con nuestras miserables relaciones con las comunidades fronterizas. Se trata del mundo donde podrían ocultarse tanto disidentes como forajidos sin credo como lo son Han solo y su amigo Lando.
En ese mismo escenario de una copiosa pluralidad moderna, los personajes coloridos y diversos tales como enanos o gigantes, sapos o reptiles varios, abejorros y humanoides desproporcionados, se divierten tocando la música de los suburbios y bailándola con la mayor libertad y desparpajo. Al contrario de la periferia, los centros de poder poseen una arquitectura de líneas perfectas (Nueva York) o de semi esféricas cúpulas renacentistas en el caso de Naboo. El encanto de los suburbios subyace en la profusión de formas y colores que aparecen desordenados justamente por incluyentes. A esa heterogeneidad de lo plural se contrapone la simetría militar de los soldados del imperio, cuya uniformidad excluye otros órdenes. Analizadas las imágenes desde la óptica de los valores democráticos y sus ideales de libertad y diversidad, el imperio con su orden de negros y grises, sus alienados y débiles clones en blanco, sus claras semejanzas con la vestimenta nazi y sus ritmos marciales nos remiten a la hegemonía autoritaria. Igualmente el brillo del casco de Darth Vader se convierte en el signo de la asepsia implacable, y a través del tamaño del personaje, se denota a un tirano con una voz robótica que apela a nuestros recónditos miedos hacia las máquinas.
El camino de los derechos humanos y ambientales, los de la evolución humana, los de las artes de la paz no van tan rápido como los de la ciencia y la tecnología, de la misma manera como el ostracismo y el odio del capitán Nemo distan de la versatilidad y el rendimiento del Nautilus. Fortalece, sin embargo, saber que ese proyecto de sociedades que incluye el reconocimiento del otro y el respeto mutuo se encuentren en el imaginario de la ciencia ficción. Más allá de nuestros miedos a una tecnología y a un poder fuera de control, la coexistencia continúa siendo un anhelo.
(*) Versión de mi ponencia La estética del poder y la periferia. Un análisis del espacio en La guerra de las galaxias. UNEG. 2004