En 1948, en un libro que buscaba servir de sucinta panorámica de la literatura venezolana (y que resultó del compendio de materiales esbozados para un curso dictado el año anterior en la Universidad de Columbia, en los Estados Unidos), Arturo Úslar Pietri, refiriéndose al período que va de mediados del siglo XVII a mediados del siglo XVIII, señaló la escasa producción bibliográfica de aquel entonces concluyendo, con abrumadora sentencia: “durante todo ese tiempo Venezuela está ausente del mundo de la literatura. No tiene palabra que decir, o no llega a decirla, o se pierde sin llegar a nosotros”.
En ese libro de Úslar Pietri, que lleva por título Letras y hombres de Venezuela, se habla de la historia de la literatura venezolana describiéndola, desde sus inicios, como una producción abundante y vigorosa, llena de descripciones hiperbolizadas por el ojo europeo, vertidas en cartas, relaciones y elegías que parecieran no tener fin. De ese prometedor inicio, sin embargo, se pasó al abrumador silencio.
Úslar Pietri resalta el mutismo de la literatura colonial venezolana contrastándolo con el ruido que se generaba simultáneamente en otros lugares del mundo. Desde la orilla opuesta del océano, Góngora, Quevedo y Calderón creaban el delirio barroco y, en nuestro mismo continente, Hernando Domínguez Camargo y Sor Juana Inés de la Cruz hilaban sus sonoros versos, por mencionar algunos destacados ejemplos de aquel entonces. “Ese oscuro siglo silencioso -termina diciendo Úslar Pietri, con afán de señalar algunos rasgos identitarios de nuestra cultura-, ese largo y terrible callar, es uno de los grandes dramas de la formación del alma venezolana”.
Ese supuesto largo callar de la literatura colonial venezolana será asumido como axioma invariable en la historiografía de nuestro país. Así, el desarrollo cultural de la colonia venezolana se transformó en tachadura, en silencio, en cesura, y ahora se insistiría en representarla como etapa sombría de un pasado que debía olvidarse, cual cicatriz de una herida que solo sería superada por la independencia. Desde la primera historia literaria hecha en nuestro país, la de Gonzalo Picón Febres, de 1906, hasta la última, elaborada por Juan Liscano en 1976, la representación de lo colonial ha estado signada por la lógica de la leyenda negra, que buscaba el olvido de todo vínculo con España y renegaba de cualquier posible manifestación cultural durante aquellos siglos. No pocos serán los llamados de atención acerca de la automutilación que representaba este rechazo hacia la colonia. Caracciolo Parra León rescató el valor de la enseñanza filosófica universitaria del siglo XVIII que, según él, logró separarse de los corsés de la religión y el dogmatismo y sembraría la semilla del pensamiento de la independencia en los jóvenes caraqueños del siglo XIX. Mario Briceño-Iragorry, por su parte, en Tapices de historia patria, denunció las perversidades de asumir esa leyenda negra, tendiendo puentes entre lo colonial y lo republicano. Ildefonso Leal nos mostró la variedad y riqueza de títulos que contenían las bibliotecas coloniales venezolanas. Héctor García Chuecos y Julio Febres Cordero también dieron su aporte en el rescate y revalorización del siglo XVIII.
Sin embargo, más allá de lo que pudiera parecer un conflicto de intereses en el campo cultural venezolano por reconocer o no una tradición hispánica, el verdadero centro de interés que mueve a uno y a otro bando radica en las variaciones de concepción acerca de lo que consideran como literatura y de la escala de valores que organiza las obras seleccionadas de este corpus. Dicho con otras palabras, el siglo silencioso de Úslar Pietri no es sino la manifestación de una idea de canon que excluye lo oral, lo indígena, lo popular y restringe la noción de literatura a un conjunto de impresos que siguen una tradición de géneros, temas y estéticas reconocidas por un determinado grupo social.
Sin embargo, hay otra literatura que habita en los labios y oídos de campesinos e indígenas, en las canciones de los españoles y criollos, en las proclamas y manifiestos, en los sermones y discursos…
Siempre hay otra literatura.
Otras páginas
– Para recordar en este 2022: Este año conmemoramos varios centenarios relacionados con la literatura. En 1922 nacieron: José Saramago, Jack Kerouac, José Hierro, Kurt Vonnegut, Juan Sánchez Peláez, Tomás Alfaro Calatrava, Ofelia Cubillán, Alarico Gómez, Reyna Rivas, Carlos César Rodríguez y Virgilio Tosta. También hace cien años se publicaron los libros: Peregrina o el pozo encantado, de Manuel Díaz Rodríguez; Cuentos grotescos, de José Rafael Pocaterra; Ulises, de James Joyce y Trilce, de Vicente Huidobro.
– La escritura maniática: “Escribo cada día, todos los días. Interrumpir la escritura de un libro, para mí, significa una catástrofe. Empiezo un libro y no paro de trabajar en él hasta que lo termino. Como cada libro me lleva varios años, resulta obsesionante, pero es mi modo de trabajar, y el único que me va bien. Esa cosa que llaman inspiración, a mí, solo me viene dada por un mecanismo, un horario fijo. Todos mis libros (excepto el primero, Los jefes, que es el peor) los he escrito siguiendo este método: convertir el escribir en una rutina maniática”. Mario Vargas Llosa