jueves, 18 abril 2024
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La manada sin brújula

No es sabio dejarse llevar por una manada a ciegas, por la razón que fuese. Y hay manadas que se dejan arrastrar por esa ilusión de conocimientos que da la modernidad.

No se puede tenerlo todo en esta vida. Detrás de los avances de la modernidad, desde lo civil hasta lo tecnológico, ha venido de igual manera el olvido. Pensadores y poetas prominentes de varias partes del mundo han reconocido la baja de los significados, el estar rodeados de mensajes del pasado que ya no podemos descifrar. Fue una angustia que emergió en momentos cuando el mundo caía en llamas. Por otro lado, la gente se ha venido dando cuenta a su manera y ha ordenado sus ideas sean como viejas o nuevas, y sin complicarse. Optan por un reacomodo simplista que asume todo avance como bueno, mientras los conservadores, tienden a valorar más el pasado, y así. Sin embargo, de suyo existe una ruptura de las palabras y símbolos que nos rodean, y pareciéramos alejarnos de la magia primigenia de importantes ideas, conceptos, normas o tradiciones. La tenemos frente a nosotros, las leemos en las noticias, en el almanaque, los rituales, pero en realidad, ya no se sabe qué significan.

Hay una desmemoria acentuada, y ésta puede tomar al mejor conocedor fuera de base. En una ponencia, una investigadora llevó el caso sobre las obras polémicas de un dramaturgo argentino, cuyas puestas en escena mostraban la muerte real de un animal. La ponente explicó en qué consistía la justificación ética del autor, y, curiosamente, no era ésta muy distinta de la de los vegetarianos. Nunca pregunté qué hacían con esos animalitos después de bajar el telón, y mucho menos con la muerte en escena de un pobre pez dorado, que sin duda no hubiese servido ni para tapa.

Antes de levantar la mano para formular mi pregunta, debí tomar una decisión. Pareciera fácil, pero cuando en el entorno está ganado para validar todo con el pretexto de la tolerancia y la libertad, o cuando se cree que en el arte todo es relativo y posible, ir contracorriente se hace cuesta arriba. Pero si algo he aprendido es que hay circunstancias en que es preferible lidiar con las acusaciones, malas caras, revirones, burlas y estigmatizaciones de un grupo, que después arrepentirse de no haber hecho algo, de no haber levantado la voz. Porque no es sabio dejarse llevar por una manada a ciegas, por la razón que fuese. Y hay manadas que se dejan arrastrar por esa ilusión de conocimientos que da la modernidad. En ese momento levanté la mano y dije esto: “Me alivia saber que en Italia la gente se retiró del teatro hasta quedarse con tres curiosos que seguramente se quedaron para ser testigos de la obra. Se lo digo porque esa muerte de animales en escena está buscando el dinero de los reality shows. No veo justificación sobre ‘despertar’ la sensibilidad del público en relación con la muerte. ¿Se valora este teatro por ‘radical’, por regresar al tiempo anterior al advenimiento del teatro?, ¿es esa la innovación?, ¿es ese el golpe estilístico? Hasta donde tengo entendido el teatro es posterior a los rituales de sacrificio a los dioses, y gracias a que, como arte, el teatro es imitación, no hay que matar a nadie, ni a las moscas”.

Después respiré hondo y dije: “Estoy en absoluto desacuerdo con ese teatro”. Después me quedó esperar el valde de agua fría, pero no. La señal de la ponente era más de reflexión que de otra cosa. Ella guardó un silencio, no de cortesía falsa, no de cobardía, sino de alguien que sencillamente piensa antes de hablar. Desgranó algunas escenas, hizo preguntas. Yo, por mi parte, al día de hoy, le agradezco el haber puesto el tema sobre la mesa de discusión. Fue muestra inequívoca del laberinto en el que estamos.

Con el cristianismo, y más aún, con la Navidad, ocurre algo más o menos similar. Entre la competencia hipócrita del marxismo y el derechismo aberrante de algunas iglesias, comprensiblemente hay gente desanimada en saber de esta savia que ha manado por siglos.

El cristianismo nace en un momento histórico cuando floreció un despertar espiritual en el mundo. El qué lo precedió o cuál fue el dinamo de esa evolución de la conciencia, esa es una pregunta redonda, crucial. Jesús provino igualmente de una nación con un genio religioso indiscutible, y en buena parte allí radica su trascendencia en los asuntos humanos.

La celebración de la navidad con los invernales árboles de pino, el San Nicolás de los regalos, y las luces que se enredan en las manos todos los años, ha sido considerada, no sin razón, como puro negocio. Sin embargo, si lo vemos como el anuncio de la luz, del sol en su viaje de regreso, es sencillo entender la simbología. No es casual que la Iglesia romana haya adoptado el 25 como la fecha de nacimiento de Jesús. En la espiritualidad escandinava, durante la ausencia marcada y sostenida de la luz por varios meses pareciera el mundo hundirse en una larga noche. Las luces de las fogatas, las velas, se convierten en un pasaje hacia lo sagrado, la posibilidad de hallar o descubrir la verdad que realmente cuenta, la que ya se encuentra en nosotros mismos.

Jesús nace y es puesto en un pesebre, en un establo como lo son todos, lleno de lodo. Con él llegó un mensaje, una compañía que no ha de abandonarnos, alguien que viene para hablarnos de nuestro largo viaje sobre la tierra.