@diegorojasajmad
Cara rechoncha. Algo obeso. Tez blanca y espíritu jovial. Nada hacía sospechar que Ödön von Horváth arrastraba tras de sí un trágico y absurdo destino que le arrebataría la vida a sus escasos y aún prometedores 36 años.
En 1920, cuando tenía 19 años, von Horváth era ya reconocido en la Alemania de entreguerras como un destacado dramaturgo. Sin embargo, la época que le tocó vivir le exigiría nuevos retos y sacrificios. En 1933 el estado totalitario y fascista del nazismo asumió el poder y ya nada volvería a ser como era antes. En sus obras de teatro y en sus novelas supo representar von Horváth el horror desde los inicios mismos de la hecatombe, cuando muy pocos habían logrado visualizar la avalancha de desgracias que se avecinaba. Tuvo mente clara e inteligencia para saber que la paulatina restricción de las libertades, que el populismo, el nacionalismo, el terror y la violencia no eran causados por un solo hombre y sus virtudes de encantador de muchedumbres, sino que la semilla de ese mal estaba en realidad en la indiferencia de todos.
“Las eras del horror se reconocen, casi siempre, demasiado tarde”, puede leerse en la contratapa de la edición de una de sus novelas. En ella, titulada La era del pez (conocida también como Juventud sin Dios), se muestra la historia de un joven y reflexivo profesor de historia que se cuestiona a cada momento el sentido de su profesión y las manifestaciones de racismo, de exclusión y de intolerancia que expresan sus estudiantes, y que tanto el colegio, los padres, así como la sociedad toda parecen consentir. En una de las escenas iniciales, el director del colegio le exige al profesor que no corrija a un estudiante por afirmar que “los negros son infrahumanos”, y que su obligación es “educar para la guerra”. Esta novela de von Horváth fue escrita en 1937, un año antes de la llamada “Noche de los cristales rotos”, persecución y violencia de los nazis contra los judíos que abrió la puerta a la reclusión y matanza en campos de concentración, y allí radica uno de los valores de la obra: no habla como historiador, con la distancia objetiva de un hecho pasado; al contrario, logra percibir en la sociedad, en los sujetos cotidianos, el fermento del mal que se encontraba a la vuelta de la esquina.
De su obra, llegó a decir Stefan Zweig: “La era del pez es quizás el cuadro más realista que se ha escrito sobre aquella generación que creció en esos desesperados años entre ambas guerras mundiales. Nunca se ha expresado tan vivamente el apasionado deseo de aquella juventud de escapar de una atmósfera envenenada por los odios políticos y las pasiones sociales. Y esta novela, que lleva el sello de la verdadera poesía, es una obra maestra en su género y constituye uno de los documentos más importantes de su época”.
A pesar de haber huido de las fauces del nazismo, al cual criticó profundamente desde sus primeros años, Ödön von Horváth no pudo escapar de la muerte que le acechaba.
Von Horváth se encontraba en 1938 en París, exilado, añorando las calles y los amigos ausentes que ahora poblaban su memoria. Paseaba la tarde del primero de junio por los Campos Elíseos y, de pronto, una ventisca comenzó a agitar fuertemente los árboles de la avenida. Mientras se guarecía bajo uno de los árboles, una enorme y pesada rama cayó sobre su cabeza. El golpe lo mató instantáneamente. Dieciocho obras de teatro, tres novelas y muchos proyectos para futuros trabajos que ya no verían luz fue el saldo de toda su creación.
Esta anécdota acerca de la mala suerte de Ödön von Horváth me hace recordar un breve relato fantástico del escritor francés Jean Cocteau, compilado, si mal no recuerdo, en esa maravillosa memoria portátil de la imaginación que es la Antología de la literatura fantástica elaborada por Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges.
El relato, titulado “El gesto de la muerte”, es tan breve que resulta mejor transcribirlo que parafrasearlo. Dice así:
“Un joven jardinero persa dice a su príncipe:
-¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahan.
El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la Muerte y le pregunta:
-Esta mañana ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?
-No fue un gesto de amenaza -le responde- sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahan esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahan”.
Muertes absurdas de escritores ha habido, pero la de Ödön von Horváth parece ser la más absurdas de todas. Quizás la Muerte no le hizo un gesto de amenaza en Alemania, sino de sorpresa, pues debía tomarlo en París.
Ninguno sabe a ciencia cierta dónde le alcanzará la muerte. Sin embargo, tal vez eso no importe tanto como el procurar que lo vivido haya en realidad valido la pena, desde una conciencia de libertad, verdad, valentía y rectitud. Por suerte, un escritor como Ödön von Horváth lo supo antes de toparse con la parca.
Otras páginas:
-Ceniza en la boca: El lunes 1 de junio sucedió un hecho abominable. La Biblioteca Central de la Universidad de Oriente, en su sede principal de Cumaná, fue quemada hasta las cenizas. La fotografía que acompaña la noticia resultaba una grotesca bofetada: en un amplio salón, de paredes ennegrecidas por el hollín, se veían montañas de restos de papel quemado donde todavía ardían algunos libros. Ver la foto era sentir las cenizas en la boca. No hay responsables y de seguro los escasos dolientes irán olvidado paulatinamente el asunto. Ni siquiera ha transcurrido una semana desde aquella atrocidad y ya la noticia ha quedado sepultada en el carrusel de novedades de las redes sociales. Ya nadie habla del suceso y las preguntas quedan levitando junto a los ligeros papeles chamuscados que aún siguen flotando en el aire: ¿a quién le estorba una biblioteca al punto de atreverse a incendiarla? ¿Desaparecidos los libros, irán luego por los lectores? El incendio de la Biblioteca de la UDO es la perfecta alegoría de los sinsabores que asolan nuestra triste comarca.
-Empezar y terminar bien: “Saber comenzar un cuento es tan importante como saber terminarlo. El cuentista serio estudia y practica sin descanso la entrada del cuento. Es en la primera frase donde está el hechizo de un buen cuento; ella determina el ritmo y la tensión de la pieza. Un cuento que comienza bien, casi siempre termina bien”. Juan Bosch.