viernes, 21 marzo 2025
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La lección de Zabaleta

Zabaleta nos invitaba a ser descendientes del humus, seres de tierra y arraigo, apegados al suelo. Es decir, aprender a ser animales hablantes de respeto, cuidado y vigilia del otro.

Un sábado en la mañana supe que mis amigos de lustrar zapatos lo llamaban Zabaleta. Me acostumbré a verlo salir de aquella casa a punto de derrumbe. La comencé a llamar la casa de mis amigos. Le tenía miedo a la sencillez y el silencio de aquel hombre. Lo miraba cuando sentía que estaba distraído y acariciaba los árboles de la plaza. Era una persona extraña, por sus acciones y su mirada de piedad amorosa. Yo, que intuía que debía sobrevivir en Loma Colorada, no estaba acostumbrado a ver cómo obraban las manos de la Gracia. La certeza de sentirse protegidos y salvados, que miraba en aquellos niños, me llenaba de temblor y miedo. Yo venía de la violencia del fuego. Yo vivía la violencia inadvertida de las palabras. Y aquel hombre, Zabaleta, aspiraba y respiraba las secretas bondad y bendición de los árboles: La humildad del resguardo: amar cuidando.

Otra mañana de un sábado, oí el ruido de la puerta de bahareque. No quise mirarlo salir, pero lo oía acercarse a nosotros. Se sentó en uno de los taburetes donde se sentaban nuestros clientes. Escuché su voz de garganta antigua. Escuché su bendición para cada uno de los 6 niños que inauguraban las mañanas de aquella plaza inolvidable. Aún siento la quietud de su mano en mi hombro, acompañada con la pregunta que donaría horizontes a mi vida: ¿Por qué trabajas aquí? También recuerdo mi asfixiada respuesta: Para poder estudiar. No dijo nada. Por primera vez no lo cacé distraído, lo vi. Era la atención humana, tocada por la bondad. Se levantó y se fue a su futura iglesia: la que aún era de zinc y bahareque.

Desapareció por varias semanas. Uno de los niños llegó gritando que mañana sábado llegaba Zabaleta. Regresaba de Caracas. Ese día lo vimos salir y venir hacia nosotros. Se detuvo frente a mí y nos dijo: “Estudien para ser humildes”. No entendí su consejo. No comprendí cómo había que estudiar para Ser Humildes. Tampoco, dónde se estudiaba y qué conocimientos debíamos aprender para lograrlo. Me sentí aturdido, confundido; pero con miedo. Ese miedo que hasta hoy me acompaña. Me llamó por mi nombre y enfatizó: Estás aquí para estudiar y llegar a ser una persona humilde. Todo lo demás no tendrá sentido en la vida de cada uno de ustedes. Nos vimos las caras y nos burlamos secretamente de Zabaleta. Éramos niños que aún no conocíamos el agradecimiento. Éramos los alegres cuerpos asombrados por los cantos semejantes de las chicharras y la panza hinchada del pez tamborín.

Zabaleta era el desayuno, el almuerzo y la cena materiales e inmateriales de la infancia de aquella plaza llena de árboles. Alimentaba y resguardaba en el palacio de bahareque a las prostitutas y los mendigos de las calles de aquel San Félix que amenazaba con ser nicho y fuente de calma. Zabaleta nos invitaba a ser descendientes del humus, seres de tierra y arraigo, apegados al suelo. Es decir, aprender a ser animales hablantes de respeto, cuidado y vigilia del otro. Personas que intentaríamos estar vacíos de los hábitos y sentimientos de la soberbia, la vanidad, la arrogancia, la altivez y la altanería. A veces lo logramos, a veces fracasamos.

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