Buscando a Thoreau. Quisiera en este momento entrevistar a Henry David Thoreau en el lugar del universo donde se encuentre, para contarle de la cruzada de los venezolanos por la libertad. Alguien tiene que ir a decirle sobre Edmundo con la viandita y de Maricori Senpai. También le chismearía sobre cómo los maga republicanos andan por ahí quemando sus libros y retirándolos de las bibliotecas. Él que prefería una interpretación crítica de sus escritos, que respetaba al lector genuino y no pretendía adoctrinar a nadie. Pero ni modo, el agua toma la forma del vaso, así se dice de la lectura.
Thoreau abogó por la abolición de la esclavitud y por contener el poder del Estado sobre los ciudadanos y lo hizo con tal sencillez que se ha convertido en un fantasma para las mentes autoritarias. El reto de entrevistarlo es lidiar con su escepticismo. Lo acompañaría a sus caminatas naturalistas y le diría: “¡Mira que luchar contra el exceso de poder! ¿Te acuerdas cuando te metieron preso por negarte a pagar los impuestos en tu empeño de no financiar la violencia contra los esclavos? ¿Y que tu hermana, muy apenada, fue a pagarlo? Dime de un gobierno que saquea el país y diseca las empresas públicas y privadas. Que nunca pregunta ni pide permiso ni rinde cuentas sobre el uso de los dineros, como, por ejemplo, lo de financiar a grupos terroristas. Tu respuesta por delante”.
Aunque era un filósofo a quien le daban piquiña las certezas ideológicas, la no violencia era su marco. Su tema, la lucha civil y pacífica.
El muro de Berlín. Se puede decir que Erich Mielke (1907-2000) era el Darth Vader de su época. Temido por tirios y troyanos, alemanes occidentales y orientales, Mielke despachaba desde el edificio de la policía Stasi cuya estructura gris e imponente le erizaba la piel a cualquier cristiano. Miles de espías y civiles normalitos estaban bajo una vigilancia asfixiante que él manejó sin miramientos legales. Sin embargo, días antes del 9 de noviembre de 1989, el mandamás de la Stasi entendió que la fuerza ciudadana era incontenible y le ordenó a sus hombres que no dispararan contra la población.
No hay que ser Erich Mielke para saber calificar la grandeza de esta campaña que ha de coronar el domingo 28J. Un experto en seguridad con cuatro dedos de frente ya sabe qué hacer: acordar una transición. No sé si será cierto lo de la fe del gobierno en el tutelaje cubano, pero hay hedor. ¿Piensan que podían engañar a todo el mundo todo el tiempo? ¿Que sus seguidores seguirían rodilla en tierra para toda la vida? Y esas cuñas electorales de licor, ¿es así como creen controlar a la gente? ¿Tratándolos como borrachines? ¿En serio?
Habilidades de sobrevivencia. La ciudadanía se ha venido entrenando por meses para diferenciar los fake news y medias verdades de aquellas que no. Sin ir para una clase de semiología o lingüística ya hay quienes las agarran en el aire. Algunas son obvias, pero otras no. Una tarea de precisión.
La otra tarea difícil es conocer a la gente ¿no? Se dice: desconfía y acertarás, sin embargo, no se trata de tin marín, de acertar a un caballo ganador. Hay momentos en que se necesita de la ayuda de alguien y no se le puede despachar sin más, entonces uno entiende que el saber reconocer una posible traición es una habilidad de sobrevivencia.
Hay detectives de la literatura que se han paseado por la proeza de reconocer el bien. En ambos casos, tanto Agatha Christie como Arthur Conan Doyle, se basan en deducciones y evidencias. En El perro de los Baskerville, Sherlock Holmes recibe a un cliente quien desea encomendarle un caso. Al éste irse, olvida su bastón y tanto Sherlock como su ayudante Watson lo revisan detenidamente y concluyen que se trata de una persona buena. Ocurre de manera similar con el Hércules Poirot de Agatha Christie, sólo que en algunas historias el bien se le revela de manera inusitada a través de un personaje. Y Poirot no sólo es un hombre de método sino también de fe. Es un católico belga que reza el rosario.
Un poema de Álvaro Mutis. Si te empeñas en dar crédito a las mentiras del camellero, a las truculentas historias que corren por los patios de las posadas, a las promesas de las mujeres cubiertas de velos y procaces en sus ofertas; si persistes en ignorar ciertas leyes nunca escritas sobre la conducta sigilosa que debe seguirse al cruzar tierras de infieles, si continúas en tu necedad, nunca te será dado entrar por las puertas de la ciudad de Tashkent, la ciudad donde reina la abundancia y predominan los hombres sabios y diligentes. Si te empeñas en tu necedad…