Un artículo del 2012
El teólogo mexicano americano Virgil Elizondo ha dicho que la devoción mariana es positiva, en tanto que libera a los fieles de una visión estrictamente masculina de Dios. En sus argumentos apela además al principio Náhuatl de que el equilibrio en el universo proviene del balance entre lo femenino y lo masculino, y de esa manera explica la devoción y fuerza cultural de María de Guadalupe.
Explicaciones semejantes también han ocurrido en los estudios conducidos por la Universidad de Malta sobre la religiosidad en el Mediterráneo. La devoción a la virgen marinera tuvo su epicentro en Cataluña y está extendida entre la gente sencilla de varias islas mediterráneas, una realidad que nos recuerda a la también marinera Virgen del Valle en el Oriente de Venezuela.
Además de la devoción que despierta, interesa ver el significado de María dentro de la corriente espiritual de lo femenino en las sagradas escrituras. No es fácil exponer este tema, puesto que sobre ella ya hay opiniones muy arraigadas. María ha sido concebida y representada de acuerdo con nociones muy patriarcales sobre la madre, y hasta para algunos ella es sólo eso. Para otros ha sido un símbolo de devoción pagana, poco relacionado con el mensaje fundamental del cristianismo. Y hay quienes, como Elizondo, han interpretado a María como la visión “femenina” de Dios, similar a la ocurrida en los primeros días del cristianismo. De manera análoga, para los indígenas y mestizos desplazados durante la colonización, la virgen de Guadalupe era protectora y madre.
María forma parte de una tradición ética y espiritual a favor de los débiles, que se venía haciendo espacio desde los primeros tiempos de la religión hebrea, y que logra tener la relevancia que le era “posible” dentro de un orden marcadamente patriarcal. Ella no es sólo una figura, es a través de su voz que se presenta el manifiesto de igualdad de todos los seres ante Dios. Las oraciones tanto de Ana en el antiguo testamento, como el Cántico de María en el evangelio, están dirigidas al amor al prójimo, la justicia hacia los débiles y la reconciliación. Sus voces, en parte prefiguran las enseñanzas y acciones de Jesús en los tres años que duraría su prédica. No es casual que uno de los impactos más positivos del cristianismo se refiera a esta búsqueda de equilibrio de poder.
Ya hay autores que han apuntado cómo la óptica de lo femenino es necesaria para el equilibrio de una sociedad. Es importante destacar que no es lo mismo decir “lo femenino” que la “mujer”. Cuando la mujer sigue el guión que el patriarcado o el machismo le imponen, al punto de anularse, destierra la esencia de lo femenino de su ser y quehacer. Sobre lo femenino, Carol Gilligan en In a different voice (1982) destaca cómo en asuntos de conocimientos, normas, toma de decisiones y estética, hay una moralidad que las mujeres son más prontas a ver y entender. Para la autora, tanto lo masculino como lo femenino son perspectivas necesarias en el todo, y sugiere que se consideren ambas nociones al momento de toma de decisiones. De manera similar, Octavio Paz dice que más allá de las diferencias biológicas y fisiológicas, entre hombre y mujer hay “diferencias de sensibilidad y de orden espiritual”. Para el escritor, es importante preservar esas diferencias como parte de la variedad de pensamiento.
Lo femenino del cristianismo tiene que ver con escoger la persuasión, el perdón y la no violencia, como vías para lograr la difícil tarea del amor entre las personas. El esfuerzo ya ronda los dos milenios y ha dado frutos en normas, moralidad, arte y literatura, instituciones de paz, pero es una tarea de nunca acabar. Ahora, después de todo este tiempo ¿cómo se traduce esto último al lenguaje de la política? Saber que aun cuando la gente difícilmente cambia, el gobierno y la sociedad no pueden renunciar a los mejores principios.
Pero el poder, y más cuanto más absoluto, convierte las corrientes espirituales en insignias de “justicia express” para marear incautos. Su creatividad para las promesas engañosas no tiene límites. No caigamos en ilusiones. El poder es intrínsecamente egoísta, y solo cuando está sujeto entre varios, controlado por leyes e instituciones, se puede quizás lograr alguna justicia social. La justicia e igualdad de oportunidades se logra con verdaderos acuerdos de bienestar, y no con fantasías machistas.
La búsqueda de la paz entre los seres es un rasgo femenino del poder. No es casual, por ejemplo, que en países donde existen grandes injusticias hoy en día, sean las mujeres quienes hayan salido a defender los derechos humanos. Tampoco es casual que los hombres y políticos que luchan por esos derechos en el mundo, sepan que sin esa espiritualidad, no hay casa donde merezca la pena vivir.