5.054 kilómetros desde Ciudad Guayana hasta Lima, Perú, sin sumar los que siguen a Chile o Argentina, es la distancia aproximada para muchos de los venezolanos que inician la jornada de redefinir sus vidas o de encontrarse con sus familias, tornado en heroico por las circunstancias de una país en la incertidumbre de su dirección institucional y de la calidad de vida y las precariedades económicas que no engañan a nadie, por sobre la insistencia de la propaganda oficial, cierre de medios e informaciones uniformadas del régimen.
El primer indicador de este viaje son los guayaneses que inmigran: de Ciudad Bolívar encontramos dos, que ya tienen experiencia; van para Colombia y para Chile. Uno de Upata, que va a Perú. Dos de Ciudad Guayana y luego en el camino se incorporan un caraqueño, numerosos barquisimetanos, que son mayoría de viajeros del lote, conjuntamente con un grupo familiar de maracuchos, compactos y los de mayor énfasis en la apuesta de la búsqueda de superación. En la larga ruta, muchos jóvenes compatriotas presentes en funciones diversas de la dinámica laboral que ejercen en los países que hacemos trasbordos para continuar la trayectoria.
En los intercambios que logro hacer en las paradas, o en las horas diurnas, destaca el otro indicador importante: el Estado es el responsable, es el culpable claramente de la debacle. El Estado dirigido por la visión autoritaria de protagonistas que no merecen tener nombres, ni colores, como ellos se ufanan. La oposición, y los factores democráticos “no existen”, no tienen espacio, ni atención en las conversaciones. El gran propósito de estos viajeros es contar con ellos para los desafíos (me recordó aquello de “los ciudadanos se tienen a sí mismos”, con lo que caracterizó el momento, hace rato, Correo del Caroní).
Este proceso muestra fehacientemente que los debates políticos diarios son marginales e intrascendentes en el lenguaje de la esperanza, por medidas de transformación, en la racionalidad venezolana que apenas puede se marcha del país, ahora como una solución natural. No son, queremos insistir, las acciones rutinarias, clásicas u ortodoxas de la política (tal parece desprenderse de la voz del contingente que evalúa en las carreteras internacionales la condición comatosa de Venezuela), las llamadas a convocar el tiempo futuro, los conceptos de civilidad, derechos y protagonismo ciudadano. Se trata de entender que hay que vencer la trampa de lo inmediato, para forjar los innovadores paradigmas nacionales, acosados por todo tipo de erosión, pero que a la vez ninguno logra aniquilar el espíritu libertario y democrático de la población.
Ni paternal ni estacionario
Converso con un joven químico zuliano que pone a ratos de lado el sarcasmo maracucho y la agudeza del humor propio, para entendernos en ubicar la condición de nuestras comunidades. La premisa: el Estado de bienestar, la democracia protagónica, la educación vinculada a la modernidad y el estado de derecho, no son posibles con un modelo político evidentemente superado por el tiempo. Cuando observamos a los países hermanos y vecinos, comprobamos que tenemos ventajas, cultura y condiciones. Ahora Venezuela está en desmantelamiento activo por irresponsabilidad y falta de competencias del populismo, por los que se ha denominado socialismo del siglo XXI y por la mitología revolucionaria que es un fiasco histórico.
“En el Zulia alguna cosa insignificante ha cambiado; una pintura aquí, una acera allá, pero en lo fundamental, la región y sus ciudades siguen igual a cuando yo era pequeño, hace 33 años. No hay proyección ni proyecto hacia logros mayores”, me dice este compañero de ruta, que cita como gran caricatura parte de los estudios universitarios, donde el concepto de investigación no entraba en la cotidianidad de las clases, y ese atributo era para “investigar”, quizás, como podían llamarse especialistas quienes no tenían contacto con la dimensión amplia de estudios en el mundo. El asunto es, coincidimos, que son todos los estratos, sectores de la sociedad venezolana, los que se encuentran en idéntica posición hace décadas. Cuando los venezolanos enfrentamos el avance totalitario, la ruina económica y moral, las dirigencias actuales en su mejor intento de abordar el enfrentamiento contra la dictadura que se instala con el entramado legal del Estado comunal. Es inaplicable, me han dicho reconocidos dirigentes opositores. Son instrumentos y pensamientos que no se inscriben en los anhelos juveniles, en los propósitos de la familia, la condición de mujer y en la población completa que asume una visión de participación pública y de responsabilidad política, totalmente diferente, donde la calificación profesional y el ejercicio de la moral tienen mucho que ver con la evaluación favorable de actores e instituciones.
Hay que construir la esperanza de una sociedad libre y de progreso; sin tanta contaminación doméstica y manipulación de la mediocridad y obsolescencia politiquera que caracteriza la cotidianidad nacional. Esto hoy es un propósito que depende de la creación, firmeza y constancia de quienes individualmente –pero en masa- lo comprenden. Al menos una parte significativa de la gran población inmigrante venezolana lo asume así.