Todavía en aquel país rural el fantasma del gomecismo revoloteaba sobre el titubeante gobierno sietemesino de Eleazar López Contreras, cuando Arturo Uslar Pietri editorializó en el diario Ahora con un artículo que tituló Sembrar el petróleo. El 14 de julio de 1936 fue publicado aquel trabajo del escritor venezolano, que pasó parte de su juventud en Francia. Quizás no fue deliberado que el mencionado trabajo apareciese un 14 de julio, cuando el pueblo galo inició la revolución con la toma de La Bastilla, en 1789. En todo caso es una interesante coincidencia, que vale la pena destacar, porque aquella fortaleza convertida en terrorífica prisión, es otro símbolo de la arbitrariedad del poder absolutista, que a través de la historia se ha enseñoreado vistiendo ropajes diversos.
El razonamiento de Uslar no propició una revolución, pero sí provocó innumerables respuestas, desde 1936 hasta nuestros días. Algunos adjudican la frase al gran intelectual y estadista merideño, Alberto Adriani, quien murió el 10 de junio de 1936, cuando no se había cumplido un mes de la publicación del mencionado trabajo. Sobre la certeza de la autoría de la frase, sólo quedan los juegos de ucronía o las preferencias por uno u otro.
La médula del artículo reside en el siguiente párrafo. “Urge aprovechar la riqueza transitoria de la actual economía destructiva, para crear las bases sanas y amplias coordinadas de esta economía progresiva, que será nuestra verdadera acta de independencia. Es menester sacar la mayor renta de las minas para invertirla totalmente en ayudas, facilidades y estímulos a la agricultura, la cría y las industrias nacionales. Que en lugar de ser el petróleo una maldición que haya de convertirnos en un pueblo parásito e inútil, sea la afortunada coyuntura que permita con su súbita riqueza acelerar y fortificar la evolución productiva del pueblo venezolano en condiciones excepcionales”.
Treinta años tenía Uslar cuando publicó su artículo, al que sus lectores se refieren por su contenido y porque su título es sugerente y algo enigmático. Muchos, todavía en 2024, afirman que la vigencia de sus ideas sigue intacta, que como otrora el petróleo nunca ha sido sembrado. Pero otros piensan que es un acto de mezquindad y hasta de ligereza concluir que nos convertimos “en un pueblo parásito”. Vale decir, un huésped gorrón y abusivo pegado a la renta petrolera. Esta última ha alimentado la corrupción más compulsiva y descarada de la que se tenga noticia, y el pueblo, valga decirlo, no ha tenido ningún beneficio. Todo lo contrario, ha sido la víctima del afán de riqueza desmedida por parte de la élite dominante.
Estoy segura que en los 40 años de democracia “el petróleo sí fue sembrado” en el fértil suelo de la educación, a la que Uslar no se refiere en el artículo que nos ocupa. Por ejemplo, la matrícula escolar -a partir de la década de los años 60- creció exponencialmente. El número de colegios y escuelas aumentó en cada pueblo venezolano, al igual que los liceos. Las universidades -públicas y privadas- se multiplicaron. En las primeras los estudiantes contaban con transporte, comedor, servicios médicos y psicológicos, becas, pasantías renumeradas y otros servicios estudiantiles, indispensables para garantizar la permanencia, prosecución y egreso de los alumnos.
En los años setenta se produjo un equilibrio entre el número de hembras y varones que llenaban las aulas universitarias. Incluso en las diferentes ingenierías se apreciaba que las muchachas también querían graduarse en una carrera dominada por el sexo masculino, algo similar ocurrió en medicina. Esta irrupción de las jóvenes en la dinámica universitaria fue algo realmente trascendental para la sociedad. Pues sin complejos, ni ideologías feministas, las mujeres, ocuparon el lugar que les correspondía en las instituciones de educación superior. No supe de luchas contra machismo alguno, ni contra heteropatriarcados.
Aquello fluyó de la mejor manera y se produjo una verdadera sacudida social, cuando las jóvenes egresaban de las universidades e ingresaban al mercado laboral. Me atrevo a afirmar, que este fue el punto de partida de la movilidad social ascendente, que se experimentó en este pequeño país petrolero llamado Venezuela: un logro fundamental de la democracia civil. Y esa fue una gran siembra, sino la mejor.
Otro éxito de la democracia bipartidista y puntofijista fue la creación de Pdvsa en 1975, durante el gobierno de Carlos Andrés Pérez. Una de las mejores valoradas en el competitivo y exclusivo negocio petrolero. Hoy es una ruina, y de nada sirvió que la frase de Uslar Pietri fuese inspiración para bautizar los planes y proyectos de esta industria roja-rojita, que denominaron “Siembra Petrolera 2005-2030”. En Guayana también se sembró el petróleo con las empresas básicas, lo mismo ocurrió con la construcción de la central hidroeléctrica de Guri. Buenas cosechas de las “menesiembras” de la democracia, y no son las únicas. ¡Pero llegó la hoz y el martillo y las acabaron!
Agridulces
Madres en permanente vigilia rezan por sus hijos presos. Saben que la justicia de la corte celestial es más real, que la de los tribunales al servicio del socialismo del siglo XXI. En oración logran alguna paz espiritual, mientras sufren al ver como sus familiares pasan hambre, sed y son martirizados con saña en las nauseabundas mazmorras del régimen.