viernes, 29 marzo 2024
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La ciudadanía ante el desafío de la alternativa democrática

El punto a favor está en que la población no ha perdido el olfato: en medio de su tragedia y del coronavirus sabe distinguir la diferencia entre la resistencia y la claudicación; entre el espejismo y la esperanza. | Foto William Urdaneta

@ottojansen

Un panorama cotidiano entreverado, con numerosas líneas del acontecer nacional y local en pleno desarrollo. Desde el plano de la economía con correrías de los voceros del gremio empresarial para encontrar los vasos comunicantes con el gobierno de usurpación, que no ceden espacios, ni será posible lograrlos con la cuadratura totalitaria del régimen. Por los predios de la frontera del estado Apure con Colombia, el fuego de las metrallas late y esto, en la práctica, puede significar más enfrentamientos sin capacidad del aparato gubernamental que no sea otra que administrar los daños o aprovecharse del caos, como los especialistas de la materia sostienen.

El diario El Nacional sigue la línea de la sofisticación de las confiscaciones por la revolución; la emisora Radio Rumbos, de los iconos clásicos de la noticia popular, es expropiada. Se decreta una normativa en contra de las organizaciones no gubernamentales; se establece la ilegal resolución de “protectorado” en la desvencijada Universidad de Oriente. Mientras, aquí en el estado Bolívar, el látigo de la autoridad impone más atropellos -además de la crisis prolongada del surtido de la gasolina, ahora combinada con agua- como signo cotidiano en las normativas del ya centralizado e ineficiente proceso sanitario por la pandemia de la COVID-19 en Venezuela.

Las características de los hechos deslizan hacia el paulatino socavamiento de la libertad y de los preceptos de derechos humanos, justicia social, estado de derecho, cumplimiento de elecciones libres y justas o independencia de los poderes públicos que aparecen contemplados en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. La inercia, aprovechada desde el poder político en la crisis integral, y del drama desgarrador con los fallecidos y los altos números de contagios que siguen en aumento, le otorgan ventajas al plan de la dictadura de atornillarse indefinidamente ya que no se trata de la somnolencia de la población que sabe de la tenaza autoritaria, sino del lance de factores del oportunismo y los intereses económicos, que viendo la prolongación de la complejidad de la salida política están prestos en el plan de negociar pactos y acuerdos con la revolución. La República, la sociedad libre, el ejercicio democrático, la vigencia de las instituciones, la regeneración política, o el rescate del desarrollo material y espiritual, se suponen conceptos abstractos que los venezolanos y los guayaneses “no entenderían”. Es el argumento de los “creadores” de las nuevas políticas salvadoras; los estrenados operadores (con el valor agregado de una oposición a la medida) en los escenarios institucionales que la revolución fabrica para mantenerse. Por ejemplo, el parlamento comunal (evocador del “Poder Popular” bolivariano), en vías de aprobación.

Contra el miedo

A términos como “acumulación de fuerzas”, “debates de altura”, “unidad” “regresar a la política”, “la falsa crítica a los partidos” y hasta “la sociedad civil”, producto de los efectismos y del marketing, por el contagio chavista de la neo lengua, los venezolanos los hemos visto convertirse en tótems, en palabras huecas. Simples trampolines que esconden las ambiciones personales, o grupales; la ignorancia y la falta de dominio para abordar con sobriedad la creación de la alternativa en función de orientar los obstáculos a las luchas de problemáticas diarias regionales y afinar el objetivo de derrotar la tiranía. Siempre la fórmula en oferta es un “lance”, una “novedad” de plástico que concluye diluyéndose, y no puede ser de otra manera: son estafas al sentimiento y a la historia de 22 años de sacrificios que pretenden borrarse con un experimento desde una “acción heroica” de mercadeo en la comunicación, adicional al cálculo financiero. Es la historia de la “Mesita”, de los fulanos “alacranes” (muertos al nacer), de las patéticas incoherencias de factores opositores; de lo que muy concretamente sucede en el estado Bolívar con organizaciones de utilería que en nombre de una unidad ficticia se reparten cargos inexistentes, huyéndoles a los avatares de vida o muerte de los guayaneses.

Estamos en dictadura (con pandemia incluida) y la primera obligación de los dirigentes políticos que propugnan la democracia es proteger a la ciudadanía. No puede, por lo tanto, haber improvisación o espectáculos. Es lógico que para la utilidad y la eficiencia de las acciones y estrategias sean estas orientaciones suficientemente discutidas e implementadas desde la diversidad con la coherencia necesaria en medio de las diferencias. ¿Es esto posible? Con los personajes y organizaciones que tenemos en Guayana (salvo contadísimas excepciones), lo dudamos mucho. En el país, expresiones importantes -con enorme peso individual- continúan dando la desigual batalla, acompasadas a las realidades de determinantes factores internos y externos, como es el caso de Guaidó y la Asamblea Nacional electa en 2015. Pero hay mucho ruido de trúhanes y figurines que están en el tapete. El punto a favor está en que la población no ha perdido el olfato; en medio de su tragedia y del coronavirus sabe distinguir la diferencia entre la resistencia y la claudicación, entre el espejismo y la esperanza.

El sentido común que indica la necesidad de la resistencia se impondrá por la autoridad moral de la gente de persistir en el objetivo de lograr la libertad y la democracia. En el largo y tortuoso camino, los ciudadanos se preparan para contemplar lo que parecen definiciones significativas; sin ellas no habrá soluciones ni construcción de alternativas.