martes, 10 septiembre 2024
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La ciudad y los perros

Se trata del hilo conductor de la memoria, sentido de pertenencia, símbolos, uso y costumbres de la nación que hoy no solo están vuelto trizas, sino que igual van dejando “llagas” hondas en el organismo social de Venezuela.

@OttoJansen

Al recorrer una parte de Lima, por donde ando por estos días, diviso el Colegio Militar de Chorrillos e inmediatamente evoco a Vargas Llosa, por cuyas letras conocí, hace ya muchos años, su existencia. Veo a los numerosos cadetes que cubren la avenida con sus distinguidos quepis, arrastrando maletas de rueditas e incluso me parece ver a una estudiante -no estoy seguro- que lleva una capa como parte del uniforme.

En el recorrido dominguero llego a la Plaza de Barranco, distrito de movimiento turístico; y coincidencialmente presentan allí un acto que celebra la Policía Nacional Peruana. Estos, altivos, con distintos uniformes, con buen número de efectivos acompañando al público que disfruta de las canciones que un grupo de agentes femeninas entonan con alegría y desenfado. La reflexión que sumo, teniendo en la mente a los muchachos del Colegio Militar, la pronuncia una amiga venezolana: la importancia, forma y fondo, de las instituciones. Esas palabras me permiten proyectar la oscurana en la que se encuentran, los cuerpos policiales, militares y de seguridad en Venezuela, y como al igual que el resto de la institucionalidad, estos organismos para la gente son símbolos lejanos de su protección o de contribuir con el bienestar colectivo: en realidad son todo lo contrario. La visión, cargada de las imágenes de aquellos años de febril lectura de las obras del escritor peruano-español, se me convierten en ineludibles marcos comparativos (tanto de la novela como lo que ahora observo) para reafirmar esos datos de la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi 2022), recientemente presentada, sobre la dura radiografía venezolana, al que por cierto, y llama la atención de nuevo, cómo muchos que se pretenden alternativa democrática, no han dedicado tiempo a referirse.

De entrada, el estudio del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la Universidad Católica Andrés Bello establece dos premisas sobre el tema de la institucionalidad en el país, que denota un aspecto sustancial en el ahora y en el futuro venezolano: “Las instituciones del Estado están ausentes o siguen siendo débiles en su accionar para promover las oportunidades y atender las necesidades de las poblaciones más vulnerables (…) La recuperación de la institucionalidad en todos los órdenes y su sostenibilidad es la base para el restablecimiento de la confianza”. Se trata del hilo conductor de la memoria, sentido de pertenencia, símbolos, uso y costumbres de la nación que hoy no solo están vuelto trizas, sino que igual van dejando “llagas” hondas en el organismo social de Venezuela.

Una agenda fuera de prioridades

“Un estado de precariedad que verdaderamente asombra” es expresión del poeta guayanés Francisco Arévalo al intercambiar sobre el Premio Cervantes y la sencillez y decencia de Rafael Cadenas. Y esta es una muy gráfica calificación: ¡Asombra! Encovi destaca los contextos demográfico, económico e institucional: “Difícilmente vamos a recuperar la población perdida. No es probable que se produzcan flujos de retorno de una magnitud cercana al éxodo ocurrido. Son insuficientes los incentivos asociados a las señales de recuperación económica. El tiempo transcurre a favor de los procesos de integración aún con las rigideces de las regulaciones migratorias. Estaremos viendo cierta circularidad de los movimientos”. Inequidades en el acceso a la educación: “Se han reducido las oportunidades educativas para hombres y mujeres (…) La ausencia de una escuela integral donde se desarrollen la mayor parte de los aprendizajes, favorece la reproducción de inequidades en los hogares que tienen mayores restricciones de acceso a las nuevas tecnologías y adolecen en el hogar del clima educativo apropiado”.

Estos son datos crudos de la encuesta, que se incrustan en nuestras comunidades con la pérdida de representatividad y protagonismo ciudadano. Otra arista sobre la que no hay que inferir mucho desde los cuadros estadísticos es el la de la representatividad establecida en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela del 99, que se ha convertido en un fantasma que aúlla pero que nadie ve y que solo aparece en los manipulados procesos electorales. Ese es el papel de los concejales y alcaldes, por ejemplo, cuya presencia no es de utilidad al desastre económico, social e institucional y al hundimiento de las ciudades. Ese es el caso de diputados regionales y nacionales cuyos debates, de por sí de poca monta, no trascienden a una opinión pública reducida por las tenazas autoritarias y por supuesto tampoco tienen una función que permita levantar voces contra la aniquilación de la institucionalidad.

Volvemos a Lima. Aquí, bajo la brisa húmeda, contemplamos cómo el último cadete, a nuestra vista, se va integrando al horizonte lejano. Con las numerosas iglesias, sedes distritales, bibliotecas; parajes descritos por Vargas Llosa en La ciudad y los perros. Se diluyen en la lejanía, con el tráfico ruidoso, parques y las imponentes edificaciones como el Palacio de Justicia. En este país ajeno, como alguna vez lo catalogó el también escritor Ciro Alegría, en que igualmente la política sufre de duros cuestionamientos, sin embargo, parece hacer que esa atmósfera de estructuras, organismos e historia, esté allí para cuidar su libertad, territorio e identidad, cosa que no ocurrió con nosotros. Y ahora cuesta tanto salir de la trampa.