Ha habido puertos abandonados en varios lugares del mundo que, por obra de las inversiones chinas, han logrado recuperar su comercio y traer prosperidad a los habitantes de su radio de influencia. Son puertos, que antes sumidos en la precariedad del olvido, han sido redimensionados y con ello han traído empleos, consumo de productos y mejores niveles de vida para la gente. En pocas palabras, las empresas chinas han hecho renacer lugares donde han puesto su interés estratégico y su dinero. Pero nada, nada de eso ha ocurrido en Guayana, y a Guayana ha entrado una nada despreciable inversión china. Han seguido los chinos su guión de invertir donde nadie lo hace, y lo han hecho con las maltrechas empresas del aluminio, las minas y recientemente con el muelle de Palúa en San Félix.
Y que no se equivoque la gente: el comercio estará menguado en este país, los niños estarán cayéndose de hambre en la calle, pero lo que es Guayana, es una tierra demasiado rica en recursos, aunque ahorita no lo palpemos a nuestro alrededor.
La respuesta de lo poco apreciable de la inversión china aquí, es previsible: este es mal gobierno al que no le interesa el desarrollo del país ni el bienestar de sus habitantes, así que cualquier contrato, pacto, administración de dineros producto de esas inversiones serán utilizados para su único objetivo, la sobrevivencia de régimen y de sus respectivos pellejos. Por eso, esa gracia de estar en el ojo estratégico de los chinos, eso no ha sido saboreado por la población. Pero hay algo más, tampoco le interesa a este régimen la soberanía económica de Venezuela, es decir, su independencia. Porque como pasa con cualquier contrato, hay cosas que no se pueden firmar. Es este un régimen desesperado, cuyos negociados en general son muy secretos, y es válido pensar que no les importe entregar lo que no les pertenece.
Un equipo de reporteros del noticiero de Bloomberg fueron a cinco diferentes puertos del llamado proyecto de Cinturón de caminos (Road Belt) y la nueva ruta de la seda. El reportaje describe las transformaciones de sitios específicos como Yiwu en el sureste de China, Hambantiota, en Sri Lanka. Prestaron mucha atención al puerto de Gwadar, a orillas del mar Árabe, en Pakistán, donde el proyecto chino hizo una inversión tan significativa y que, de acuerdo a voceros del Pentágono, la única explicación de semejante erogación sería una estrategia de expansión militar. Han tenido mucha presencia las empresas chinas en Kenia, donde además de redimensionar el puerto de Mombasa, han desarrollado vías terrestres hasta Nairobi y han cambiado hasta los paisajes de las cebras. Y una de las joyas de la corona para el corredor euroasiático es el puerto de Pireo, donde han resucitado lo que fuera el puerto más importante en tiempos de la potencia naval griega. Con esta nueva versión de esas otrora muy poderosas rutas tanto de la seda como las del Egeo – Mediterráneo, los chinos apuestan a los ritmos históricos.
La Nueva Ruta de la Seda y el Cinturón de Caminos son proyectos muy notorios de lo que ha sido la quintaesencia de la China desde la antigüedad: la expansión de su cultura. Obviamente, una iniciativa para sentar las bases de sus rutas económicas, debe ir de la mano de una estrategia militar, y por eso esta forma de colonización llamada globalización, está siendo puesta sobre la mesa.
Críticas las ha habido, por supuesto. Los pobladores de esos territorios por donde han pasado con sus tractores, sus oficinas y residencias ambulantes, sus trenes y sus productos, razonablemente se preguntan qué va a pasar con ellos. Hay inquietud sobre cómo este proyecto afectará a las sociedades por donde se abren paso y la forma de vivir que le es propia, muy rica y antigua. A preguntas similares ha respondido el canciller de China, Wan Yi, cuando en marzo declaró que: “No hay negocio escondido, todo es transparente. No hay eso de que ‘el ganador lo toma todo’, pero todo proyecto debe ser de ganar –ganar”. Y hay que tomarles la palabra porque, por ejemplo, ante las acusaciones de racismo hecha a una empresa en Kenia, la empresa no vaciló en abordar el problema para resolverlo.
Por eso la oposición venezolana debe tomarles la palabra a los chinos. Por ejemplo, habría que preguntarle a Wan Yi sobre cuáles venezolanos ganan en ese ganar – ganar que él menciona. Porque en Guayana la riqueza es escandalosamente derrochada mientras la pobreza es escandalosamente mortal y mutilante, como también es escandaloso el arrase de los ríos y de la vegetación en la explotación del oro. Preguntarles a ellos sin titubeos sobre su participación ganar – ganar con el régimen venezolano, porque eso está dejando un sabor amargo sobre ellos. Después de todo, en el Arte de la Guerra de Sun Tzu, la conseja de sus ancestros advierte que es la moral del guerrero la que puede lograr el apoyo de la gente.
Y algo más, los chinos son actores de esos que podemos ver normalmente por la ciudad, y la gente sabe ya que no se trata sólo de los chinos del supermercado, que por muchos años han hecho presencia en el país. Son ellos los actores del ahora y de los días venideros y es mejor acostumbrarse a tomar té y a hablar con ellos.