La palabra cayapa es un venezolanismo que se usa para definir al conjunto de personas que arremete contra una o varias que están indefensas. ¿Por qué arremeten? Porque tienen una maquinaria de agresión que los hace no “enfrentables”. Ese despliegue de elementos agresivos -tanto en cantidad como en calidad- y su ausencia en el agredido -persona o grupo- es la desproporción característica de la cayapa, que resalta la cobardía del agresor y la injusticia contra el o los agredidos.
Por lo general, los cayaperos son “valientes” cuando están armados. Armados hasta los dientes. Y mientras más indefensos y desarmados estén los cayapeados, más se solazan e insisten en sus despropósitos. Los cayaperos actúan de igual manera en todas partes del mundo. Llenos de odio, violentos, resentidos, ciegos ante cualquier realidad que no sea la suya, se creen poseedores de la verdad y ello justifica, a sus ojos, las acciones que emprenden. Pero cuando están desarmados, la mayoría son cobardes, llorones, piden perdón de las mil quinientas maneras y algunos toman decisiones radicales.
Si buscamos una definición que entiendan todos los hispanoparlantes, a la cayapa deberíamos llamarla pogromo, y a los cayaperos, pogromistas. También nazifascismo y nazifascistas, pues éstos en todas sus manifestaciones históricas se han caracterizado por ejercer la cayapa contra personas y contra grupos.
Quiero hablar de un terrible episodio que hay que contar y recontar para que no vuelva a suceder. De una cayapa que se ha conocido con el nombre de “la noche de los cristales rotos”, o Kristallnacht (literalmente “la noche de los cristales”, un nombre que suena muy bello), en que los cayapeados fueron los judíos de toda Alemania y Austria. Entiendo que ya no se va a llamar más así, sino el pogromo. El 9 de noviembre de 1938 los ataques planeados, coordinados y ejecutados por los nazis dañaron, y en la mayoría de los casos destruyeron, aproximadamente 1.574 sinagogas (prácticamente todas las que había en Alemania), muchos cementerios, más de 7 mil tiendas y 29 almacenes judíos. Solo esa noche, más de 30 mil judíos fueron detenidos e internados en campos de concentración; murieron casi cien de ellos y unos cuantos incluso fueron golpeados hasta la muerte.
Este horror fue concebido por el Partido Nazi y contó con la participación activa o pasiva de todos los poderes públicos que respaldaban al gobierno, también nazi. Para poner un ejemplo, fue algo así como si los equivalentes nazis a nuestra Asamblea Nacional, la Fuerza Armada, la Fiscalía, la Contraloría y la Defensoría del Pueblo hubieran presenciado la destrucción masiva, impertérritos… Aunque sea difícil imaginarlo, sucedió así. Los policías y en general los garantes del orden y seguridad públicas vieron -en casos hasta complacidos- los exabruptos a los que fueron sometidos los judíos. Por supuesto, no hicieron nada por detenerlos.
¿Qué tienen en la cabeza personas que así actúan?… “Órdenes del jefe” fue el común denominador de las respuestas de quienes años después enfrentaron juicios. Por fortuna, las legislaciones modernas, en particular el Estatuto de Roma, no permite alegar “obediencia debida” ante un acto de lesa humanidad y quienes cometen esos actos son perseguidos y buscados durante toda su vida, pues sus delitos no prescriben.
Por qué algo tan espantoso que sucedió hace 84 años hoy debemos recordarlo en toda su terrible dimensión para evitar que hechos tan repugnantes y detestables puedan repetirse. ¡Se están repitiendo en Ucrania!
Esta conducta cayapera es típica de los grupos políticos que exaltan sus elementos cohesionadores mediante el señalamiento de enemigos a los cuales hay que golpear, agredir y eventualmente, hasta exterminar.
En el caso concreto de la cayapa o el pogromo del 9 de noviembre de 1938 fue el hecho que condujo nada menos que a esa monstruosidad que se conoce con el nombre de holocausto, que segó la vida de seis millones de judíos. El patrón psicológico dentro del cual fue concebida permitió el inicio de esa otra aberración que fue la Segunda Guerra Mundial, que casi acaba con el planeta. Otros cincuenta millones de muertos más.
Entonces, tomemos nota…