Las bibliotecas también han servido como instrumento de la apariencia y el disimulo. Intelectuales, escritores y políticos, incluyendo a artistas de la farándula y estrellas fugaces de las redes, se acostumbraron a fotografiarse con libros de fondo para, con ello, dar soporte y autoridad a sus opiniones.
Sin embargo, esta práctica es de vieja data.
Si se revisa la iconografía del libro en la pintura colonial venezolana, allí conseguiremos la idea consistentemente reiterada del uso del libro como símbolo del saber y del poder. Este tipo de imágenes, en las cuales se representaba al poderoso personaje colonial (civil, militar o religioso) custodiado por una pared tapizada de libros, nos sugiere la intención de relacionar al sujeto con el saber, con un rango de autoridad intelectual.
En ese mismo sentido, poseer una biblioteca era motivo de distinción y orgullo. En la casa colonial venezolana, por ejemplo, la biblioteca usualmente estaba ubicaba en los primeros espacios del hogar, al frente, con ventanas que dieran a la calle para exhibición de los transeúntes. Además, como en esas construcciones no había aún una clara noción de la privacidad, la biblioteca podía observarse también desde la sala, a vista de todos.
Los dormitorios de la casa colonial estaban comunicados entre sí por boquetes sin hojas de puertas ni cortinas. Así, la alcoba principal también era posible atisbarla desde la sala, siendo entonces la cama objeto de culto y emblema de la hospitalidad y riqueza de los dueños de la casa. Entonces la casa colonial venezolana funcionaba, si se nos permite decir, como una especie de sala expositiva destinada a la exhibición de los signos de prestigio: espejos, retratos, alfombras, lámparas, camas y, por supuesto, la biblioteca.
La biblioteca como signo de saber y poder ha permanecido hoy, a duras penas, a pesar de los libros digitales y los dispositivos electrónicos, que permiten almacenar cientos y cientos de libros y llevarlos en el bolsillo a cualquier parte. Nadie exhibe su Kindle en mitad de su hogar ni se fotografía junto a él (eso creo). Sin embargo, digo que el signo de prestigio que otorga la biblioteca ha subsistido (quizás como un acto reflejo, como un bostezo que se contagia sin consciencia ni razón), por hechos como poner a la venta pendones de cartón con imágenes de anaqueles llenos de libros, o fondos digitales del mismo estilo, para ser empleados durante los encuentros por Zoom, todo con la idea de simular tener una rica biblioteca de papel. Hasta decoradores de interiores han comprado en remate lotes de libros usados solo por el tamaño y el color de sus tapas, para que combinen adecuadamente con el sofá y la mesa ratona. De esos indicios de prestigio que otorgaba la biblioteca solo ha quedado la estela, un vano escenario de libros muertos.
Alguien dijo alguna vez que “una casa sin libros es como una habitación sin ventanas”; pero, siguiendo el símil, de nada vale una ventana sin lectores.
Otras páginas
– La función de las bibliotecas: Una ley, aprobada en México hace poco más de un año, ha generado una intensa polémica acerca de la utilidad y función de las bibliotecas públicas.
La llamada Ley General de Bibliotecas propone la ampliación del acceso al libro, la reivindicación de los salarios de los bibliotecarios, su profesionalización, el aumento del presupuesto y mejora de los espacios, entre otros mecanismos que buscan la revitalización de esas instituciones. Además exige a los editores la entrega de tres ejemplares de cada libro publicado, ejemplares que irán a la Biblioteca de México, la Biblioteca del Congreso de la Unión y la Biblioteca Nacional. En Venezuela no es desconocido este procedimiento y existe desde 1993, la llamada Ley de Depósito Legal.
El problema de la ley mexicana está en que la entrega incluye los libros digitales y eso no ha sido del agrado del sector editorial. Los editores se oponen pues la ley nada dice acerca de qué harán con los archivos digitales, si serán o no prestados a los usuarios, con el temor de que los archivos sean luego difundidos y plagiados. Entre otros argumentos, pareciera que el punto de discordia se origina en la posibilidad de perder la inversión y ser devorados por el plagio y la copia pirata. Ante ello, los editores solicitaron amparo a la Suprema Corte de Justicia y los tribunales hace pocos días decidieron a su favor, prohibiendo a las bibliotecas poner los libros a disposición del público sin previa autorización del autor o de los titulares de los derechos de la obra.
Esa decisión alteró el ánimo de los lectores, señalando que la función de la biblioteca es más educativa que económica, y que las ganancias de una empresa no deben estar por encima del desarrollo cultural. Llegaron a afirmar, en bella frase de Vasconcelos, que las bibliotecas son las universidades del pueblo.
Este asunto ha aupado una fuerte discusión acerca de la función e importancia de las bibliotecas públicas en México.
Las bibliotecas en nuestro país, en cambio, siguen muriendo de silencio, desidia y abandono.
– Nada: “¿Qué tenemos sin bibliotecas? No tenemos pasado y no tenemos futuro”. Ray Bradbury