martes, 18 febrero 2025
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Justin Trudeau y la quema de libros

Este Justin no tiene perdón de Dios, pero tampoco de cada uno de aquellos que ha tenido un libro en sus manos. Aplaudo a los canadienses que hicieron abdicar a este peligroso zurdópata, perdonen la tautología.

Abdicar es un verbo que asocio a la realeza cuando se separan de las responsabilidades propias de su majestad, como reyes o príncipes. De alguna manera, este primer ministro canadiense es parte de un apellido dinástico, que se vio obligado a abdicar sin haber concluido su segundo mandato. Su padre, Pierre Trudeau, fue primer ministro entre 1968 y 1984. Justin estuvo casi 10 años en el poder, pues en 2015 ganó las elecciones. El joven galán se llevó todos los piropos de quienes lo vieron como el sucesor -joven y muy preparado- de su padre para tomar las riendas de ese importante país.

Pocos tienen una madre como Margaret Sinclair, una hippy, bohemia, rebelde, bipolar, actriz, fotógrafa y escritora, que con 76 años ha entregado a los lectores dos jugosas autobiografías. En las que narra con lujo de detalles sus innumerables amoríos, noviazgos, galanteos, enamoramientos, seducciones y hasta persecuciones, como la que perpetró contra Ryan O’Neill. También hay que decir que Margaret es abogada, descendiente de la aristocracia colonial británica, formada en una escuela preparatoria jesuita de elite. Hija de ministro, esposa y madre de primeros ministros. La verdad es que tiene mucha tela que cortar.

Justin, el primer hijo de la pareja, también miembro del Partido Liberal llegó al poder en 2015, precedido de todo el peso de la fama, tanto de Pierre como de Margaret. Será por eso por lo que hizo méritos para convertirse en ícono de la progresía posmoderna. Por cierto, una de las imágenes mejor diseñadas del planeta, que se desmoronó en apenas tres semanas, luego de 10 años de supremacía en su país natal, que forma parte del Commonwealth.

A mediados de diciembre empezó la caída de Justin Trudeau. Christie Freeland -viceprimera ministra y ministra de finanzas- fue la mujer con un papel decisivo en el declive de Trudeau. Vale decir, que fue una funcionaria leal que perdió la confianza del mandatario, a la que quería responsabilizar por problemas relacionados con la entrega de los presupuestos. Sorpresivamente ella renunció 20 minutos antes del evento y su sucesora no había sido nombrada.

Aquello aceleró lo que estaba en pleno desarrollo, pues Justin hizo lo propio para debilitarse aún más. Los errores que le pasaron las mayores facturas fueron: la crisis de los camioneros, escándalos éticos con intervención de su familia, manejo inadecuado del crecimiento poblacional, problemas con las relaciones exteriores y falta de respuestas oportunas y efectivas ante las crisis globales.

He leído varios analistas que han concluido que el gobierno del joven canadienses fue más un espectáculo que una administración seria. Según José María Ballester, su principal activo es haber sido el “icono de la progresía planetaria, una fórmula aumentada y corregida de lo que representaron Clinton, Obama o Tony Blair, con su retahíla de políticas woke”.

La gestión de Justin Trudeau se caracterizó por un estilo carismático y un enfoque entrado en políticas claramente progresistas. Debido a su acentuado wokismo se regodeó en lo políticamente correcto, lo que ha sido objeto de burla y desaprobación. Ha sido señalado como un líder que priorizó la apariencia sobre la sustancia.

Una de sus decisiones -esa que dejó un amargo sabor y que sorprendió a propios y extraños- fue la quema de libros infantiles. Con su aquiescencia y complicidad se destruyeron cerca de 5 mil libros, incluidos Asterix, Tintín, Lucky Luke, porque “perpetuaban estereotipos negativos de los aborígenes”. Otro argumento para la quema de libros fue por su “contenido anticuado e inapropiado”. Lyne Cossette, portavoz del Consejo Escolar, afirmó que se trataba de un “gesto de reconciliación con las primeras naciones”.

La destrucción de libros sólo puede interpretarse como un evento salvaje, propio de tiranías y de los gorilatos más bárbaros y fanáticos de los que se tenga noticia. Decir que la quema de libros es un acto bestial, irracional, violento e incivil es decir muy poco. En especial, si quien lo propicia y acepta es alguien que ha vivido en la opulencia, y se tropezaba a diario con la Enciclopedia Británica en la biblioteca de sus padres. Este Justin no tiene perdón de Dios, pero tampoco de cada uno de aquellos que ha tenido un libro en sus manos. Aplaudo a los canadienses que hicieron abdicar a este peligroso zurdópata, perdonen la tautología.

Agridulces

Agrio y muy amargo fue este 15 de enero cuando se “celebró” el día del educador. Venezolanos abnegados que sobreviven en medio de la más absoluta precariedad. Pero que tienen grandes responsabilidades, como son la formación de las nuevas generaciones de ciudadanos y de los profesionales que demanda la sociedad.