martes, 19 marzo 2024
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Justicia en Kabul

La única ley, es que no hay ley, para quienes usurpan el poder en Venezuela. Ni parlamentaria, civil, religiosa, moral, ni de urbanidad y buenas costumbres. Ni talibán o no talibán. Con todo no haremos nada para que uno o varios drones justicieros se crucen en sus caminos, como se cruzó uno con el ajusticiado en Kabul.

@omarestacio

Sodoma, Gomorra o “Burbuja citadina” + dron justiciero en Afganistán + ¿Cómo dijeron que se llamaba el occiso? ¿Y a qué se dedicaba el tal, Aymán Al-Zahari? Igual a: ¡Bastó y sobró para que el frío colectivo recorriera determinados espinazos!

Al “Segundo de Abordo” de la RoboLución le sobrevino en el pescuezo -con las excusas a los animalitos del Señor por el símil- el mismo amargo que convirtió su uniforme de teniente, en pañal sobreusado, la aciaga madrugada del 4 de febrero de 1992.

Al “Hermano Siniestro”, patas pa’ que las tengo, le alebrestó las incontenibles. ¿Se dice incontenibles o incontinentes? ansias del sálvese quien pueda, como en Ciudad de México, cuando en medio del escrache de un par de bolsiclones, abandonó, en estampida, a su ancianita progenitora, a la voz en cuello de “¡Esa vieja que se j…!”.

El más Madrino de nuestros generalotes, que no es segundo de nadie en lo que a belicosidad se refiere, amenazó con desplegar su arma no tan secreta: “¡Que me traigan ese dron asesino -exclamó en son de pelea- pa’ arrodillármele, a lo Lewinsky. Me funcionó ¡tan bien! con Fidel Castro, más asesino que cualquier objeto, volador o rastrero.

Informa Reuters, que mientras en Afganistán el gentío muere de hambre. Donde no hay agua potable, hospitales, energía eléctrica, viviendas, ni demás servicios elementales, Al-Zahari, cuando lo mandaron a pasar el páramo, estaba tomando el Sol, echadote en una tumbona plegable, mesándose la barba, con sus manos tintas en sangre de víctimas inocentes, en una de las terrazas de su palacete en Sherpa, la más exclusiva barriada de Kabul, protegido por sus narcocamaradas, como un (a) Iván Márquez cualquiera, dentro de la “burbuja” de Miraflores o de Las Mercedes, Caracas.

Los talibanes que desgobiernan en el referido país de Surasia son fanáticos religiosos, asesinos, racistas, apaleadores de mujeres, déspotas, saqueadores de los exiguos recursos de la Tesorería Pública, terroristas despiadados, reexportadores al África de autos robados en naciones vecinas, pero sobre todo megaindustriales del narco. De eso viven. Aún así, al menos siembran, cultivan, cosechan, procesan y trafican con los derivados del opio. Gente laboriosa, si los comparas con los holgazanes locales, vagos profesionales que se sientan a esperar que criminales, como éllos, les soliciten un escondrijo o el tránsito por alguna trocha para trasegar un alijo, de modo, de cobrarles peaje, sin sudar ni una sola gota.

¿Cederle diez millones de hectáreas del sagrado suelo patrio a cualquier bicho de uña, depredador del medioambiente a cambio 30 monedas cuales, Judas del siglo XXI? ¡Ni el talibán más abyecto perpetraría ese sacrilegio! Muy por el contrario. A los rusos primero y después a los norteamericanos les presentaron batalla para seguir cultivando opio en su territorio y sin competidores. Casus belli ignobilem o innoble batalla. Pero peor, es ponérseles en decúbito ventral -por no decir, en cuatro patas, porque hay muchas damas presentes- a chinos, bielorrusos, iraníes, castrocubanos, faracos, elenos, yihadistas, a Putin, Lukashenko, a Zapatero, a la vieja Kichnner, a los Odebrecht.

La única ley, es que no hay ley, para quienes usurpan el poder en Venezuela. Ni parlamentaria, civil, religiosa, moral, ni de urbanidad y buenas costumbres. Ni talibán o no talibán. Con todo no haremos nada para que uno o varios drones justicieros se crucen en sus caminos, como se cruzó uno con el ajusticiado en Kabul. Previo juicio justo, apegado al debido proceso, algo aportamos, desde tiempo atrás, para que “disfruten” de larga vida, cumpliendo pena en proporción a sus crímenes atroces, en calabozos menos deplorables, que los de nuestros actuales presos políticos. No es ser muy exigentes ¿Les parece?

Ya los lectores se lo estarán preguntando. Y a todas estas, ¿dónde se encuentra el “Narcoplatanote”, al filo de terminar de escribir la presente crónica? Fácil la respuesta: Debajo del jergón de su camastro. Allí amanece, desde el ajusticiamiento en Kabul. Porque el miedo es libre y por la cobardía también cobra.