Ante el triunfo de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, un comediante y presentador de TV estadounidense, Stephen Colbert, decía que la democracia estaba a salvo con Lula al mando y que las críticas contra el ahora presidente electo eran inexplicables. Por ejemplo, decía el presentador que es una contradicción ser por un lado un mafioso de banda y por el otro un comunista (entendido como soñador y pobre). En estos parajes sabemos que tales “incoherencias” son sencillamente hipocresía y manipulación. A Colbert sólo hay que mostrarle el caso de los MAGA de Trump en su país, quienes por un lado se venden como garantes de la ley y el orden mientras que por el otro piden desmantelar a la policía.
Malentendidos como estos abundan, incluso en miembros de una misma comunidad. La confusión es aún mayor cuando se apela a las nociones de derecha o de izquierda, que no son sino muletillas para no pensar ni buscar las palabras más precisas para describir una situación. Por fortuna, hay una creciente consciencia de que el uso abusivo de esos términos, y han surgido esfuerzos por enmendar los simplismos y desvaríos. Por ejemplo, en días recientes salió un mapa humorístico de la América Latina donde se señalaba a México como una izquierda “de rancio conservadurismo”, a Uruguay simplemente la colocaban como “Uruguay”, a El Salvador con un gobierno autodenominado como “la dictadura más nota” y no se pierdan a Chile, que aparece como “una izquierda fan de Taylor Swift”.
Hay países con mayor tendencia a gobiernos de derecha de los radicales y nefastos. Otros países se inclinan a gobernantes de izquierda que devienen en plaga. Los estudiosos dicen que es muy difícil instaurar una izquierda radical en los Estados Unidos, y prueba de ello es que cuando su izquierda social demócrata se atreve a una movida razonable, por ejemplo, como promover la igualdad en los servicios médicos, hay en la población quienes los tildan de comunistas. En Europa no llegan a esos extremos de derecha con la salud y la educación, pero pueden abrazar autoritarismos al entrar en fiebres racistas o xenófobas. En Italia, el fascismo histórico no necesariamente se aplica a la Italia de hoy y no está claro exactamente qué tipo de centroderecha seguirá la primera ministra, Giorgia Meloni. En Suecia, la actual coalición de derecha está resguardada por una oposición de izquierda que la mantiene a raya, por no hablar que el sueco detesta los extremos y en general tiende a cuidarse del ruido y los altavoces.
En la América Latina hay una mentalidad conservadora que mantiene gobiernos de centro la más de las veces, pero basta que haya odio y violencia para que se instaure un militar o un bocón hipócrita. Por otro lado, no es casual el color rojo del mapa actual en Latinoamérica. Si hay algo de que la izquierda se ha aprovechado es de un discurso redentor de los pobres, que tiene audiencia en una región atribulada por la desigualdad. Sin embargo, si el clasismo es un mal en un país, el mal empeora si una cúpula en el poder se instaura como clase dominante para enrostrarle su opulencia al país. Si la desigualdad aqueja y desestabiliza a la región, difícilmente va a ser ésta resuelta por una izquierda corrupta que se embolsilla multimillonarias fortunas y que además arruina la economía de las naciones.
Empero, hay latinoamericanos que incurren en el error de catalogar a todas las derechas como favorables y a las izquierdas como perjudiciales, y así sin pensar mucho escogen con quiénes se van a retratar y con quienes no. Pero entiendo la angustia en quienes, como Javier Milei, buscan aliados de cualquier derecha para quitarse de encima un régimen catastrófico como el de Cristina Kirchner en Argentina. Puede comprenderse, igualmente, que María Corina Machado tampoco se ande con pruritos de esa índole. Sin embargo, saber de las conexiones de ambos con Donald Trump, o es de una supina ignorancia sobre la muletilla derecha-izquierda, la más de las veces descontextuada, o es un acto de desesperación.
En principio, a ninguno de los dos les conviene. Asistir a las convenciones CPAC, un circo que cuenta con la asistencia de representantes de la ultraderecha MAGA, y que desdice o pone en entredicho la imagen de cualquier político que se respete como tal. Por ejemplo, María Corina Machado, con todo lo criticable que pueda ser, es alguien que ha demostrado tener compasión por las víctimas y los olvidados del régimen venezolano. Ella estaría perjudicando su trayectoria si decidiera retratarse con alguien como Marjorie Taylor, quien ha perseguido a colegas para decirles que se vayan del país porque los Estados Unidos es sólo para blancos. No debería ni María Corina ni ningún oriundo de una tierra como Venezuela, una de las más tolerantes del mundo, estar ni a metros de semejante espanto.
En cuanto a Javier Milei, de sólo escuchar su voz, se le siente la angustia. Si lo que él desea es que el argentino se olvide de las limosnas públicas y retome el gusto por el trabajo, no sé qué tiene eso que ver con preferir al partido, ya no Republicano, sino el culto MAGA. Se trataría de una alianza innecesaria que lo arrastraría a no sé qué aguas, puesto que Estados Unidos atraviesa una crisis política cuyo desenlace es impredecible. En todo caso, Javier Milei estaría en terreno seguro de acogerse a su respeto por las instituciones. Así no calla y tampoco ofende.