jueves, 27 marzo 2025
Search
Close this search box.
Search
Close this search box.

Humor y amor de la xenofobia

De injusticias sabemos bastante, entrenados en las crueldades del proceso revolucionario; sencillamente la respuesta será que no haya ningún rincón del mundo que no observe estas manifestaciones retorcidas.

@OttoJansen

Quizás sea como el hambre, imposible de describir; solo quienes la padecen directamente descubren su dureza. Tiene, igualmente, la xenofobia ese cambiante accionar de modo y presencia que pueden hacerla ruidosa y vulgar, como también cubierta del desdén “sutil”, escondido en la mueca de agresión sin parpadeos. Es rechazo con el aire de supuesta superioridad y supremacía que quedan en los sentimientos retorcidos y casi nunca -tal vez uno se equivoque- con posibilidades de cura.

Como el hambre, un grado menos si hay manera de medir con palabras su presencia, se conoce cuando es: sin necesidad de instrumentos especiales sabemos de la xenofobia. Acto inhumano y de crueldad absoluta el rechazo a los extranjeros por solo serlo, como lo es permitir que millones pasen hambre o mueran. Otros, de tristeza prolongada, juzgados por mentes carentes de empatía o compasión, han muerto solo por sus raíces y modos de ser. Los venezolanos descubrimos este rechazo en la diáspora de enorme magnitud que se ha instalado en todos los rincones del planeta, como consecuencia del modelo del socialismo del siglo XXI. Un tanto candorosamente llegamos a la experiencia porque en el país de chanzas que hemos sido, el chalequeo que rozaba esa vertiente no era para nada estructural ni formaba parte de los designios de casta o legados jerárquicos que nunca tuvimos y que no se expresó ni en la política, ni en las profesiones o en cualquier otro ámbito cotidiano de la manera como en distintas naciones tiene arraigo y supuesta justificación por su descendencia. El chalequeo era un juego de palabras que podía herir momentáneamente pero no era un instrumento para la división social. Nuestra inmigración, aun sin detenerse; sufrida de juicios severos e injustos por responsabilidad de una minoría delincuencial de coterráneos. Cantidad de personas y familias engrosaron, de alguna forma fatalmente, las estadísticas de los organismos internaciones de ayuda, trazando la ruta de las experiencias amargas colectivas e individuales, en las que el gentilicio dejó su inocencia para multiplicarse en imágenes lamentables, y por supuesto caer en las garras de la estigmatización de los grupos que viven del rechazo y el odio en sus países de origen. Hay un sentimiento primitivo en reducidas capas de muchas de las sociedades pero créanlo, también pululan los factores políticos, económicos y profesionales (como cierta prensa estimulante o indiferente) que le sacan dividendos a la situación inmigratoria, siendo la xenofobia el gran espectáculo.

Escenarios grandes y pequeños

Adela Cortina, catedrática de Ética y filosofía de la Universidad de Valencia de España, autora del libro:Aporofobia, el rechazo al pobre. Un desafío para la democracia.En una de sus muchas entrevistas explicando el concepto y el término, reconocido por la Real Academia Española expresó: “No se rechaza al extranjero sino al pobre (…) la aporofobia es excluyente, no puede haber una sociedad aprofoba y a la vez democrática”.

Los ríos humanos llegando a las ciudades de cualquier forma y en condiciones terribles, como describía apoyándose con documentos audiovisuales un moderador de una de estas ciudades latinoamericanas, significaban, además de búsqueda de la subsistencia, una denuncia colectiva valiente contra el régimen chavista que les ponía de rodillas y les lanzaba migajas de alimentos. Esto que pudo ser comprendido o tener la indiferencia de los grupos de rechazo de los países de acogida del mundo, con el pasar del tiempo, aunado a la llegada de bandas antisociales -hoy se ha comprobado financiadas por la revolución bolivariana- pasó a tener el desprecio generalizado por la identidad venezolana, asociada al sufrimiento y a la pobreza. De allí, sin que se haga extraño permanece en quienes, desde cualquier oficio, profesión, eventos deportivos o artísticos, se sienten amenazados, tal vez no tanto por la inseguridad que pueda proporcionarle el hampa, que al final nativos o extranjeros, son controlados por la justicia, sino por los supuestos cambios que puede proporcionar la simbiosis de las culturas entre los pueblos. Es la posición de algunas elites que, también debe decirse en justicia, no corresponden pese a las desconfianzas y aprehensiones naturales, a las mayorías populares, aceptando la presencia con solidaridad, conviviendo desde sus tradiciones y costumbres con lo que observan beneficioso y útil de la inmigración venezolana.

Venezuela y sus ciudadanos, dentro y fuera del país, se encuentran en la etapa más decidida de la recuperación de la patria secuestrada. A lo largo de estos 26 largos años de demolición revolucionaria de la nación, con la salida de al menos 8 millones de compatriotas, hemos entendido aquello de que “el mundo es ancho y ajeno” como tituló su novela el escritor peruano, Ciro Alegría. Hemos conocido bondades y penurias nuevas fuera del hogar; ha tocado regresar, en muchos casos, pero con otras miradas. Esta etapa de esfuerzos por la libertad tiene luchas en ámbitos desconocidos, complejos o extraños, pero ninguno puede quedarse silente o sometido, eludiendo el caminar sobre las “piedras calientes” que le corresponda.

Cualquier ciudadano venezolano lo asume y lo entiende sin que haya sido una instrucción expresa. Los países latinoamericanos se han tornado complicados en virtud de sus propias realidades. Los países del mundo se entremezclan en conceptos de justicia, valores con cursilerías humanísticas o con distorsionadas reacciones conservadoras. Hay que ir por nuestro hogar y rehacerlo. La premisa supone la explicación porque un comediante de Venezuela no edulcora su accionar ante el ataque de la jauría pequeña y con poder. No es su rutina nada más, es el cumplimiento del respeto y el trato humano que no se amilana con el charco de los operadores del odio a quienes no son del patio, ese que cobija a mayoría de nacionales honrados. De injusticias sabemos bastante, entrenados en las crueldades del proceso revolucionario; sencillamente la respuesta será que no haya ningún rincón del mundo -porque estamos en todas partes- que no observe estas manifestaciones retorcidas. Gracias, señor Harris.