viernes, 11 julio 2025
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Homero Hernández el cronista no oficial de nuestra ciudad

Las ciudades tienen esquinas desde donde observarlas, unas luminosas, otras oscuras y otras perversas.

Amo con hondura Ciudad Guayana, soñé en una ocasión que la amaba más allá de la respiración, pero creo que hay alguien que me gana sin dudas ni devaneos. Ese señor es Homero Hernández, el único cronista que reconozco en mi ciudad, esa que me vio nacer un 8 de septiembre en la Clínica Neverí del casco histórico de San Félix.

Homero nació en la calle Zoilo Vidal, número 12, por el cercano 1949. Le debo años de antigüedad y ni se diga de conocimiento, es mi gran paisano.

Homero es un caballero de los que con elegancia y sabiduría da las señas de una urbe que se ha perdido entre el hormigón y la estupidez ideológica que por estos días nos enferma. Sólo pensar que los íconos de la modernidad de nuestra ciudad han sido violentados de la manera más escatológica, la vulgaridad del lugar común da paso al fanatismo, al autoritarismo y por supuesto, al caro mal gusto que ostentan. Eso genera dolor e impotencia.

Ciudad Guayana pareciese vivir distraída entre el dinero y el cazarentismo minero, pero no es así. Esta ciudad atesora el empuje y concreción de los proyectos de industrialización más exitosos de Venezuela, y el mundo de los negocios pesados. Levantar un núcleo urbano arquitectónicamente funcional e integrar toda la inmigración que llegó en busca de estabilidad y, por encima de todo, calidad de vida.

No fue tarea fácil, se erigió, se hizo, hasta que llegó el higuerón con su olor de ruina y opacidad y zuas!, acabó lo que se daba y a llorar al pie del Cerro El Gallo.     

Pero hablemos de Homero Hernández, ese tejedor natural de historias increíbles. Suelo disipar mi ignorancia escuchando su pretérito demostrable y visión sabia del tejido social de nuestras dos columnas: San Félix y Puerto Ordaz, donde empieza la historia por contar de estos parajes de hormigón.

Este personaje atesora en su humilde casa del barrio pionero Campo Rojo, material fotográfico y los residuos de una cultura ancestral que se niega a partir. Escucharlo hablar de la fundación de Las Delicias; Castillito; Las Parcelas de El Roble; Los Monos; Los Sabanales; Los Arenales; Los Olivos; Guaiparo, El Roble por dentro y por fuera; La Laja; La Grúa; Las Palmitas; La Unidad; La Esperanza… en fin, todas esas comunidades que le han dado aliento a esta villa abrazada por dos ríos, uno de aguas oscuras y violentas y el otro de imponente presencia que dicta el paisaje y su manto de río padre.

Hemos abrigado de todo, creo que esta atípica urbe es producto de gente con mucha capacidad de resolución y entereza, trabajo y más trabajo, pero no todo se arrima con la bondad y la solidaridad. La hortiga de la envidia y los intereses pobres pareciesen cubrir de oscuridad a veces nuestra ciudad. Para ilustrar mejor: ahora el mal vive su mejor momento, de eso hay consenso aplastante.

Hay eventos para la historia menuda. Cuando nombraron al cronista de la ciudad entendí la dimensión extraviada de nuestros “líderes” de ignorar a quien sabe es una particularidad de los fanáticos y, sobre todo, de los carentes de criterios históricos.

Escoger siempre es difícil, pero hacerlo con evidente arbitrariedad e irrespeto al gentilicio no tiene calificativos, en nuestra ciudad se ignoró a los conocedores auténticos y apasionados de la misma, una sociedad organizada en urbe no tiene manuales técnicos para ser conocida y apreciada. Un cronista es la voz auténtica y precisa que maneja con detalle lo que pasó.

De allí que todavía estoy esperando los criterios convincentes por los que Homero Hernández no es el cronista oficial de Ciudad Guayana. Sigo en espera.