Cuando vi la fotografía pareada de los hermanos Carreño recordé un cuadro, siempre colgado en un lugar donde resultara visible a la fiel clientela de cualquier bodega de Venezuela. Me refiero a ese cuadro donde aparecen un gordo y un flaco. El primero muy bien trajeado, con su terno de casimir inglés, una larga leontina de oro, zapatos de charol y meciéndose cómodamente mientras disfruta el sonido del dinero cuando entraba en su caja registradora. El otro, flaco y arruinado, rememora al venezolano de estos tiempos con su raído cinturón, al que ya no le queda espacio para otro agujero. Harapos cubren su huesuda humanidad, su mirada triste y las manos en la cabeza no pueden ser más elocuentes. Una metáfora de la desolación.
Encima de cada uno de estos personajes un breve texto en negrillas y muy destacado por el tamaño de la letra, reza: “Yo vendí al contado”, “Yo vendí a crédito”. El rollizo y atocinado está a la derecha y el pobre y arruinado a la izquierda. En el caso de los citados hermanos -llaneros vernáculos- la diferencia es ostensible en pleno socialismo del siglo XXI, calcado de los fracasos más estruendosos y destructivos de la izquierda.
El hermano que vendió al contado se convirtió en un potentado en escasos veinte años, Salió como capitán de los cuarteles y se graduó de revolucionario en la academia de monipodio, intriga y conspiraciones, padroteada por un teniente coronel que fue aplazado en el curso de estado mayor. Es doctor en derecho constitucional, egresado de una universidad que oigo nombrar por primera vez. No se calla ni debajo del agua y habla sin medida ni clemencia sobre los temas más variados del acontecer nacional e internacional. Reparte enjundia a toda hora y en cualquier plató. Uno de sus últimos aportes en materia de política internacional, fue ofrecido el pasado domingo en el programa del ecuánime, creíble e imparcial J.V. Rangel, Allí dejó para la historia, con excelsa y envidiable sabiduría, su conclusión de insigne intelectual, según la cual “Trump estaba chorreado”.
Este revolucionario tiene su estilo a lo “juancharrasqueado” para espetar, sin filtro, todo cuanto le pasa por la cabeza, pero se viste con la opulencia de un nuevo rico. A sus prendas se le ven las firmas desde cualquier ángulo. Con su par de zapatos pudieran comer muchos niños de los que están hospitalizados en el J.M. de los Ríos con patologías oncológicas. Sus costosísimas camisas, corbatas y trajes le proporcionarían medicinas a mucha gente que muere en los hospitales venezolanos.
Si el Carreño millonario se eximiera de disfrutar de la fórmula uno en los exclusivos autódromos del mundo, muchos ancianos comerían durante un buen tiempo. Pero cómo le vas a pedir semejante sacrificio a ese poderoso doctor, que se ha ganado sus exclusivos privilegios en esta revolución, que se ha esmerado para que la cúpula militar se enriquezca y disfrute como solo ella sabe hacerlo. Esto es sin límites y a todo trapo, como príncipes sauditas.
Por eso a Pedro le importa un carajo que Julio -su hermano mayor- viva en la indigencia. A Julio lo vimos flaco y demacrado como cualquier venezolano después de veinte años de socialismo, mientras que Pedro se ve más obeso que corpulento. Con sus mofletes marcados por las huellas del acné, pero se aprecia el gasto en limpiezas de cutis y peeling para darle cierta luminosidad y lozanía a esa cara de canalla con mirada estrábica, con que la naturaleza singularizo a este constituyentista.
Julio Carreño tiene varias hernias discales y 77 años y Pedro tiene una variedad de relojes y coches de alta gama, joyas al por mayor, miles de zapatos y trajes de marca. Aunque le encanta todo lo de Louis Vuitton, para mostrarse como lo que es: un millonario que se da todos los gustos y placeres que se pueden comprar con dólares, obtenidos gracias a su relación con el difunto.
Hoy Julio sobrevive en Cúcuta cuidando los carros de otro. Es un anciano, está enfermo y le pide al tirano -amigo de Pedro- que no impida la entrada de la ayuda humanitaria, que permitirá salvarle la vida a miles de venezolanos hambrientos, desnutridos y enfermos. Pero Pedro -gordo y sobrealimentado- no quiere que llegue ni un kilo de las toneladas de alimentos y medicinas depositadas a pocos pasos de la frontera de Venezuela con Colombia.
Agridulce
Como venezolana agradezco a la comunidad internacional todo el esfuerzo que está haciendo para que recobremos la libertad y la democracia. Nuestro reconocimiento sincero a los presidentes de más de 50 países, a la Unión Europea, a la OEA y a Luis Almagro, a esos artistas tan comprometidos y a los diputados de nuestra Asamblea Nacional, que siguieron haciendo lobby a pesar de las campañas en su contra de propios y extraños,