viernes, 21 marzo 2025
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¿Hay algo que celebrar el día de la mujer?

Las constituciones humanistas y feministas -con su ristra de derechos violados y violentados- son letra muerta para las mujeres latinoamericanas. Obligadas no por la desigualdad, sino por la miseria, a sobrevivir en las más deplorables condiciones. De tal manera, que no hay nada que celebrar este 8 de marzo.

Lo políticamente correcto en estos tiempos es ser rabiosa y ciegamente feminista. La moderación está descartada, porque lo exigido desde la ideología de género es ser extremista. De tal suerte, que hombres y mujeres se declaran feministas y hasta las constituciones exhiben en su articulado tal condición. Es una imposición de esa fuerza supranacional en la que se ha convertido la agenda 2030, que a su vez responde a la ideología de izquierda de poderosas cúpulas. Esas que se erigen en rectoras de los destinos de la humanidad. Deciden sobre aspectos vitales que deben ser aceptados por todos los países que integran el planeta. Proclaman la diversidad, pero buscan, realmente, la homogeneidad.

El feminismo tiene como premisa imponer una visión única, sobre la compleja realidad de la naturaleza femenina. Pero la verdad es que los planteamientos reduccionistas no tienen cabida en un tema de tanto calado. De tal manera, que es obligatorio dar y mantener el debate, debido a sus profundas implicaciones antropológicas, sociales, educativas, biológicas, económicas y religiosas, que no es un dato menor.

Hay que decir que nos estamos enfrentando a una situación muy difícil, pues la élite feminista dominante ha avanzado mucho. Tanto que ha impuesto una perspectiva unidimensional, con su megarelato victimista y victimizante, con el que buscan arropar y “defender” a la mitad de la población mundial. Cuentan para ello con la incondicionalidad de organismos como la ONU y también de millones de ONG. Afincadas en miles de vulnerables conglomerados humanos del planeta, que son adiestrados, coaccionados e instruidos con su siniestra ideología. Sin dejar de lado que el zurderío tiene el apoyo de gobiernos aliados, poderosos voceros en instancias estratégicas, y en grandes medios comunicacionales, que amplifican su narrativa.

Es tanto su poder que el acrónimo DEI (diversidad, equidad e inclusión) ha sido normalizado por muchos Estados, y la sociedad lo asume como una ley que no se discute. Esto me permite evocar los tres vocablos que la Revolución Francesa dejó como impronta a la humanidad: Libertad, igualdad, fraternidad. La diferencia es sustantiva entre lo primero y lo segundo, pero no tengo duda que el feminismo busca similitudes con fines instrumentales.

Al día de hoy el feminismo es calificado por estudiosos como una ideología supremacista, como todo lo que proviene de la izquierda. A la que es inherente -eso sienten y dicen los camaradas- una privilegiada y exclusiva superioridad, tanto de sus capos, como de cualquier bicho de uña que se abrace al zurdismo. Espacio borrascoso y saturnal en el que se arremolinan megalómanos, demagogos, nescientes, narcisos, libidinosos, acosadores, hipócritas, histriónicos, mitómanos, arrogantes, petulantes, y todo tipo de redentores y predicadores, dispuestos a salvar a la humanidad con sus monsergas, retóricas y verborragias incontrolables.

Llegado este punto es oportuno preguntar qué de positivo le ha dejado este feminismo supremacista a la mujer que habita en África, Asia o Latinoamérica. En muchas naciones de los dos primeros continentes, el dominio musulmán las ha mantenido en sumisión total. Sin derecho a la educación, confinadas detrás de la cortina de hierro que llaman hogar, y sometidas a un poder masculino que no admite discusión. Por cierto, las feministas europeas y norteamericanas de izquierda -que es una tautología- jamás han denunciado esta dramática situación. Callan y llevan con orgullo el pañuelo palestino, que se ha convertido en símbolo del islamismo.

En Latinoamérica este feminismo es parte del relato del zurderío elitista, que les abre las puertas a ciertas posiciones de poder a algunas fanáticas de este movimiento. Hay que decir que en los países con regímenes socialcomunistas, las mujeres no han avanzado hacia mejores condiciones de vida. Se ha producido una verdadera involución. Un marcado retroceso, signado por los rigores de la violencia y de una pobreza extrema. Esa que golpea sin piedad la existencia de cada madre, hermana, hija, esposa, abuela, maestra, enfermera, que todavía puedan respirar en estos asfixiantes territorios de máxima iniquidad.

Las constituciones humanistas y feministas -con su ristra de derechos violados y violentados- son letra muerta para las mujeres latinoamericanas. Obligadas no por la desigualdad, sino por la miseria, a sobrevivir en las más deplorables condiciones. De tal manera, que no hay nada que celebrar este 8 de marzo.

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