jueves, 28 marzo 2024
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Hacerse el sueco en Noruega

Más de uno se está haciendo el sueco en Noruega. Ninguno de los que está allá es tonto. Pero no pocos de los que van o de los que dirigen desde aquí, o desde La Habana, se hacen los tontos.

“Hacerse el sueco”, es una expresión muy vieja que significa hacerse el tonto. No ser tonto sino actuar o desenvolverse como si lo fuera. Esa expresión me viene a la mente cuando trato de entender lo que ha venido ocurriendo en Oslo, con motivo de las negociaciones, diálogos, mediaciones, o lo que sea que ha estado pasando allá, entre los representantes del oficialismo y de la oposición. En realidad, el hecho en sí mismo de que se produjera lo que se ha venido produciendo en Noruega, al menos como proyección pública o publicitaria, es un éxito político para la hegemonía. Si se llegase a algún acuerdo de interés, ello sería secundario ante la importancia política de “Noruega” para el afán continuista del poder establecido en Venezuela.

El patrón es muy claro. Cuando la situación política aprieta mucho a la hegemonía, los cubanos organizan, sin protagonismo propio, una mesa de diálogo con ribetes internacionales; ésta se termina realizando, no se producen resultados concretos en términos de concordancias entre contrarios, y Maduro y los suyos ganan tiempo y margen de maniobra. Y de paso, muchas fuerzas sociales del espectro opositor se desalientan, porque no acaban de entender qué fue lo que pasó. Los cubanos, en esta materia no suelen dar pasos en falso. La escogencia de Noruega, por ejemplo, no lo es. ¿Quién puede rebatir las credenciales de Noruega como país facilitador de la solución de conflictos? Así, a primera vista nadie. Pero hay está el gran escollo.

Como lo precisó claramente el socialista Luis Almagro, secretario general de la OEA, el caso venezolano no es un conflicto convencional entre partes con simetría de poder. No. Es un país aplastado por una hegemonía despótica y depredadora, que desprecia los derechos humanos, y que no acepta otra ley que el mantener el control del poder. Y encima, el Gobierno de Noruega, es decir, el supuesto mediador, o por lo menos el anfitrión, reconoce en lo político y diplomático a esa dictadura impresentable. ¿Y entonces? Esas consideraciones provienen de un diplomático curtido, afín a la izquierda democrática de América Latina, y con un conocimiento milimétrico de la realidad venezolana. Algún valor tienen que tener.

No sé, pero hay la impresión de que a ese tipo de apreciaciones no les reconoce su mérito. Ni siquiera cuando Maduro reitera que Jorge Rodríguez es el “jefe de la delegación venezolana”, como si los demás fueran extranjeros, no he visto comentarios al respecto. Eso pasa liso. Hasta algunos plantean que la oposición está en Noruega por presión de EE UU. Me parece que eso es un planteamiento superficial. Es posible que lo de Noruega sea visto con ojos de alivio por esos funcionarios gringos que ladran más que muerden, pero tal alivio no es consecuencia de la llamada negociación, sino consecuencia de que no han encontrado en Venezuela, todavía, que se haya consolidado una alternativa de poder, sólida, creíble y capaz de conducir al país, una vez superada la hegemonía. No me complace decirlo, por cierto.

Más de uno se está haciendo el sueco en Noruega. Ninguno de los que está allá es tonto. Pero no pocos de los que van o de los que dirigen desde aquí, o desde La Habana, se hacen los tontos. A estas alturas no debería haber espacio para ingenuidades tan aparentes. Si los hay, es porque satisfacen intereses particulares, que de tontos no tienen nada. Hasta ahora el interés que luce más satisfecho es el Maduro y los suyos. Y mientras tanto el país se hunde en una espiral destructiva, que es difícil pueda ser cabalmente comprendida en los nórdicos territorios de Noruega.

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