a Hernán Zamora, por dudar
El error es la raíz conocimiento. Es la fuente del cambio. Es uno de los acontecimientos naturales y necesarios de la vida. La RAE nos informa que los sinónimos cercanos son equivocación, desacierto, yerro, fallo, confusión, equívoco, errata, falta, disparate, inexactitud, descuido, desliz, falsedad, mentira, falla…Y de forma simple y ligera nos murmura que su antónimo es acierto. Ya sabemos la cantidad de sustantivos familiares que se desprenden de semejante palabrita. Error y acierto, dos vocablos que han marcado, ya para bien, ya para mal, la vida humana.
La biografía del error comienza en el hogar y la escuela. Es una historia secreta y espontánea, natural. Pero resulta extraño que no sea deseable, forjado, educado, institucionalizado. Al contrario, es rechazado, condenado y descalificado. Es un pecado, cuya pena la pagarás aquí y allá. El No, cuyo poder ético y moral nutre la dignidad, es usado como compañero inseparable: No te equivoques, no falles, no yerres, no te confundas… Así nacen el miedo, la inseguridad, la mudez y el rechazo familiar y social. Así ocurre la muerte prematura de la curiosidad, el desprecio por aprender y saber, la anemia espiritual y el empobrecimiento cultural. Esto comienza en la infancia y se consagra en la adolescencia. Prohibido el error. Y si no lo entiendes, debes asumir y recibir los castigos reservados para vaciarte de una posible pasión por la ignorancia docta.
Muy temprano aprendemos a ser esclavos de la obsesión dañina, la ansiedad, la rigidez y la denigración. Las tareas del hogar y la escuela deben ser realizadas sin errores; sólo así están bien, están buenas, son perfectas. Este perseguir la perfección te convierte en un buen hijo, una buena hija; un buen alumno, una buena alumna. Serás el mejor hijo, la mejor hija; el mejor alumno, la mejor alumna. ¿Por qué? Porque todo lo haces sin errores. Comienzas a mirarte como alguien que sabe; percibes que te miran, nombran e incluyen. También te fijas en los relegados, rechazados, enmudecidos, ridiculizados. Sin saberlo, te haces una idea compleja: la escuela incluye a unos y excluyes a otros. Darwinismo pedagógico: sobrevive quien comete menos errores. Esto es una realidad en muchas escuelas. Negarlo es mentirse. ¿Es una realidad pesimista? Lo es. ¿Cómo la cambiamos? Como educador, reflexione sobre su relación con el error y cambie lo que hace y la forma de hacerlo. No busque soluciones mágicas y ajenas.
Ya sabemos la historia de los hijos y alumnos cuyas tareas contienen errores; pero a muchos de ellos, los errados y las erradas, debemos el desarrollo humanístico y científico de la humanidad. Gracias a sus ensayos y errores, a la pasión de la curiosidad, a la fiesta por el error, por recomenzar, por volver a hacerlo, nos maravillamos por los descubrimientos y sus alcances en la vida humana. El error es un terreno fértil lleno de caminos diferentes. Es el lugar donde surgen las intersubjetividades, lo crítico, las rupturas, las redefiniciones, los saltos, las convergencias y divergencias de los saberes. Es la casa de la conversación, el lecho de las opiniones, la palanca de las rectificaciones. Es evaluable porque debe permitir el análisis y la comprensión. Nunca debe ser utilizado como criterio de sanciones y castigos. Errar es una llave maestra. El maestro y la maestra que aspiran a confirmar el viaje de ser persona son seres que insisten en darnos los instantes y los espacios para aprender a usar dicha llave. Que cada quien porte la suya con dignidad y alegría. La sabiduría de vivir no viene de la perfección, sino de la equivocación que conduce a la humildad de amar aprender.