domingo, 12 enero 2025
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Fábulas del año que queremos olvidar

Sin moralejas, un Esopo vería por doquier temas y motivos para hacer fascinantes fábulas de nuestro tiempo. Relatos y reflexiones que sirven de instantáneas del 2020, imágenes que desean representar la esencia de lo que somos...

@diegorojasajmad

El ciego, la ballena y la nave espacial

Un ciego que canta a una calle solitaria y una lluvia de cohetes lanzados a la conquista del espacio son las imágenes emblemáticas del año que recién acaba de finalizar. Por un lado, mientras Andrea Bocelli entonaba el “Amazing Grace” a las puertas del Duomo de Milán, ante un apabullante vacío, tan inmenso como la negrura de su ceguera, en otro lugar Elon Musk y SpaceX realizaban los últimos preparativos para iniciar una nueva carrera espacial que se supone nos llevará a poblar la Luna y Marte, allá en la inmensa negrura del universo.

Estas dos imágenes que pueden parecer contradictorias, el confinamiento y la exploración, pueden leerse como las caras de una misma moneda y ambas se tocan en el canto de la soledad y el aislamiento. Esas imágenes, la del ciego, la de los confinados y la de los astronautas embutidos en sus cohetes, las logro ver también en las entrelíneas del relato de Jonás, aquel personaje bíblico que pasó tres días y tres noches en el interior de una ballena, orando y sufriendo el castigo por desobedecer a Dios.

La ballena en la que se ha convertido nuestro hogar, la ballena en forma de cohete que nada en el océano del espacio, es el símbolo de este rito de iniciación que padecemos y que nos ha dado la oportunidad de estar a oscuras, con nosotros mismos, para pensarnos y ser luego vomitados en tierra firme, en una nueva realidad que ya no es como era antes.

El paso de una etapa a otra, de una época histórica a otra, es siempre el resultado de una suma de aislamiento y exploración.

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Vacunas y literatura

Durante la cuarentena, las noticias anunciaban los adelantos en el desarrollo de una posible “vacuna” que lograra contener al virus y nos devolviese la normalidad perdida. Con ello, nunca como antes la divulgación científica y la recuperación de la figura del investigador habían tenido tanto auge y presencia como lo tuvieron desde la época del Positivismo, allá en la segunda mitad del XIX. Nuestros héroes de hoy volvían a usar batas, microscopios, cálculos y razones, y los gobiernos que habían ignorado la importancia del desarrollo científico y la investigación quedaron desnudos como aquel viejo rey del cuento.

Con tantas noticias referidas al tema logramos entender que una cosa es la vacuna y otra muy distinta la vacunación, y que la segunda necesita de otro tipo de héroes y de acciones. Distribuir las vacunas, mantenerlas en un estado óptimo de preservación y aplicarlas a la mayor cantidad de personas posible es una tarea titánica y de ingenio que supera todo relato épico.

Si es complicado hoy, imaginemos lo difícil que pudo haber sido en 1804, cuando llegó la vacuna a nuestro país, gracias a aquella inolvidable expedición que, por orden de Carlos IV, tenía por objetivo inmunizar a las poblaciones de las colonias españolas. Fue una empresa gigantesca, la primera jornada de vacunación mundial, que logró darle la vuelta al planeta en el transcurso de tres años: 1803-1806. Andrés Bello fue nombrado como secretario de la Junta de la Vacuna de Caracas y, para agasajar a los miembros de la expedición, compuso y declamó una oda titulada “A la vacuna” que puede leerse hoy como uno de los primeros textos de divulgación científica en nuestro país.

Una obra literaria que representa detalladamente esta proeza de la expedición de la vacuna, conocida también como la expedición de Balmis, es la novela A flor de piel, del español Javier Moro, publicada el año 2015. Esta novela recupera la figura de la enfermera Isabel Zendal y los 22 niños huérfanos de entre 3 y 9 años de edad quienes fueron usados como “recipientes vivos” para conservar la vacuna dentro de sus organismos. Una epopeya de hombres, mujeres y niños que lucharon contra tempestades, contra la oposición de pequeños caudillos y la ignorancia de otros tantos y que finalmente lograron hacer lo imposible. Esta expedición de la vacuna esconde una fascinante historia que ha sido ya contada por varios cineastas y escritores, pero que en Venezuela aún guarda sus secretos.

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Instrucciones para volver a dar abrazos

Dar abrazos no es como montar bicicleta. Si no se practica, se olvida. 

Hay quien pedalea fácilmente, como si fuese Miguel Induráin o Fausto Coppi -leyendas del ciclismo-, a pesar de haber pasado décadas sin siquiera ver ni un minúsculo triciclo. Pero una cosa es la relación con los objetos y otra, muy distinta, el trato con los sujetos. Con las cosas tenemos una convivencia de autómatas: el abrelatas, el control remoto, el cepillo… Nada nos dicen ni nada esperamos de ellos, más allá de lo usual, y ante ellos nuestro cuerpo responde sin vacilación y con instinto. 

La relación entre humanos es de otra índole.

Si cada cabeza es un mundo, como normalmente se afirma, el tono que le demos a ese contacto puede resultar entonces en eclipse, en choque de planetas o en una armoniosa conjunción de gravedad y vaivenes, uno girando alrededor del otro. Mutuamente. Y la sorpresa y la incertidumbre es el signo de todo encuentro. Una puede ser la intención que se tiene del contacto con el otro, y ese otro puede traer una intención muy distinta a la nuestra; sin embargo, la maravilla del encuentro se torna posible cuando se construye sobre esa tierra de nadie que se crea entre ambos. 

Ya Gadamer y Ricoeur -leyendas de la filosofía- habían señalado la relevancia y fragilidad del diálogo. Sí, el diálogo, el encuentro con el otro, que resulta maravilloso… pero sucede que estamos confinados y hemos olvidado dar abrazos. La cuarentena nos ha desajustado los mecanismos de relación y el GPS de las emociones.

La historia de las mentalidades nos ha enseñado que la sensibilidad y la política de los afectos es un marco regulador de la sociabilidad. No por casualidad los manuales de urbanidad, como el famoso de Carreño o de Montenegro -leyendas de la educación-, ponían tanto hincapié en reglamentar la cercanía de los cuerpos como una práctica para alcanzar una sociedad ordenada, moral y en progreso. Ellos sabían que normar las relaciones supone concebir un determinado tipo de sociedad. Al cambiar la política de los afectos, ahora mediada por las pantallas, el distanciamiento social y la desconfianza, irremediablemente cambia el contrato ciudadano.

Desde mi ventana veo, a lo lejos, a dos personas que se encuentran en la calle. No saben cómo saludarse. Amagan con darse la mano, abren los brazos sin saber qué hacer, se muestran los codos y el puño cerrado… La ignorancia del saludo, el desconocer el protocolo de las relaciones, quizás sea el preámbulo de una sociedad por venir.

Otras páginas:

-1821, annus mirabilis: Hace doscientos años sucedió una coincidencia milagrosa. En 1821 nacieron tres autores fundamentales de la literatura universal: Charles Baudelaire (Francia, 9 de abril), Fiódor Dostoievski (Rusia, 11 de noviembre) y Gustave Flaubert (Francia, 12 de diciembre). Este año 2021 es la ocasión perfecta para hablar de estos tres grandes genios, de su vida y de su obra y, de seguro, las instituciones educativas, los medios de comunicación y las academias organizarán actividades al respecto. Tengo fe en ello.

-Calidad, no cantidad: “El bulto del libro solo denota que tiene mucho papel. No crecen los tomos por echar hojas, sino por madurar frutos, que eso les quedó a los libros de su linaje de árboles”. Juan Espinosa Medrano, 1662.