miércoles, 19 febrero 2025
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Fábula de la gasolina y del mito coronavirus

Se actúa colectivamente forjando expectativas que no se construyen con la realidad. Fantasías en una circunstancia compleja que no tendrá resoluciones de volver al desarrollo y a la democracia.

@OttoJansen

Las comunidades surcan el durísimo desierto que han impuesto el desmantelamiento de los servicios y la extinción de la gerencia pública. Esto ha traído mayores secuelas a las que la población responde con actitud mecánica. El estado Bolívar es dura constatación de esto: sus incontables crisis de agua, servicio eléctrico, transporte, aseo domiciliario y aguas residuales destruyendo la vialidad casi que dejan de lado a la violencia antisocial (en municipios mineros, etnias indígenas, en las ciudades y en el campo) que se pierde en números y casos. Ponen en otro hemisferio de la atención colectiva las dificultades de la desaparición de la moneda, la hiperinflación y, con ello, la adquisición de alimentos y productos de primera necesidad.

Es una atmósfera que no sorprende con las trabas infinitas a lo que fue la normalidad de las ciudades. Ya se dejó de responder a razones y fundamentos de la civilidad, a las leyes y a lo que directamente tenemos entre manos: el rescate del orden constitucional. En este punto “ayudan” las explicaciones de grupos de intereses económicos y políticos -siempre en las antesalas del poder del signo que sea- que propugnan pactos con la revolución bolivariana y sus alianzas con Cuba y otros Estados totalitarios, responsables de estos derroteros nacionales.

Amenazados como estamos por el COVID-19 que aúlla, in crescendo, los horrores de otros países, tenemos por morada el lecho de roca del abismo, cuyas dantescas dinámicas no están exentas de jerarquías y etiquetas sociales (es, sin duda, el cálculo del socialismo del siglo XXI) y donde seguramente y cada vez más, de continuar así, será la miseria con sus bajos instintos la que impondrá su naturaleza. ¿Por qué las numerosas protestas que vienen sacudiendo en las regiones venezolanas, descritas por los observatorios de servicios, conflictos y violencia, no tienen capacidad de generar soluciones ante males tan tortuosos? Sabemos que el control dictatorial, la represión con sus aparatos de seguridad y la censura imponen a los pobladores límites casi insalvables. Conocemos que la degeneración de las organizaciones partidistas no conecta con la aspiración ciudadana, harta de poses y manipulaciones. Hemos presenciado episodios bochornosos en nombre de la lucha por la libertad, que para colmo se repite alejando a la gente al rincón de fantásticos delirios contra el régimen y soslayando la perseverancia frente a las trampas dictatoriales. Pero, ¿por qué nos hundimos cada vez más, sin alientos que ayuden, a la resiliencia entronizada -tal como lo leímos en las redes- que también se ha demostrado como cultura de la vida democrática de otros periodos?

Limpiar la casa

Los guayaneses desafían desde la cotidianidad de su vida los embates de un tiempo anormal. Desde el espíritu construido por la boyante economía que nos proporcionaron las empresas básicas, los días y meses eran para la joda y los comentarios sin trascendencia sobre el hecho político cuando muchos descubrieron que el socialismo era además de una farsa, una tenaza contra la denuncia. Que es un grupo de incompetentes y corruptos, peores que los que ostentaron las riendas de Venezuela y de la región. Cuando descendemos al abismo de las necesidades y nos percatamos de que solo podremos superarlo con tesón y sacrificios, las reminiscencias ponen a la población en un trance escéptico, a las explicaciones incoherentes que eluden racionalidades dolorosas. Se actúa colectivamente forjando expectativas que no se construyen con la realidad. Fantasías en una circunstancia compleja que no tendrá resoluciones de volver a la república, al desarrollo y a la democracia, si cada guayanés no se dispone a asumir la lucha que le corresponde. Con ideas renovadas, claridad de objetivos, otros protagonistas y el ímpetu ante los riesgos.

En diciembre tendremos pernil, consigna de la usurpación que provoca risas y llantos, pero que sirve para que algunos relajen sus angustias y esperen que del cielo caigan los pedazos que nunca llegaron a las clases populares. Pero que ahora “sí vendrán” con otros “obsequios” para superar las pesadillas sociales que tampoco en 20 años de revolución han tenido soluciones. Los barcos iraníes normalizarán la gasolina -dicen- en un país petrolero cuya corrupción e incompetencia fundió las refinerías. El coronavirus, que tantas muertes hemos visto producir en otras sociedades, ahora resulta que no tendrá consecuencias en una Venezuela cercada por fronteras contagiadas. No habrá, según el relato prosaico, consecuencias en este país desmantelado en su red hospitalaria. Solo el espejismo que mata la esperanza de cambios es la explicación a estos delirios.

Al cerrarse el ciclo inexorablemente se impone la conseja del sentido común que invita al sentimiento nacional a detectar cómo se comporta el Estado fallido bloqueando todos los derechos. Urge articular las voces al unísono que empujen el imprescindible gobierno de emergencia nacional, propuesto por Guaidó y la Asamblea Nacional, hoy requisito fundamental para derrotar la tragedia extendida.