lunes, 10 febrero 2025
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Expresidentes y democracia

Venezuela tiene 25 años con un partido único en el dominio absoluto del poder. Una dinastía socialcomunista en la que el extinto impuso a su zurdo sucesor, para que gobernara hasta el fin de sus días. Mientras esto ocurra Venezuela no tendrá expresidentes.

En varias oportunidades he escuchado al doctor Vicente Díaz, exrector del CNE, referirse a que Venezuela debe volver a tener expresidentes. Como ocurrió en democracia, que una vez que cayó la tiranía de Marcos Pérez Jiménez, se inició la alternabilidad quinquenal, que llegó a contar con varios expresidentes. Unos decididos a repetir y otros retirados, definitivamente, en sus cuarteles de invierno. El arcano tiempo dio cuenta de la vida de cada uno de ellos, entre la década de los años setenta del pasado siglo y los primeros años del 2000. Rómulo Betancourt murió en 1981 durante el gobierno de Luis Herrara Campins (1979-1984). Raúl Leoni había muerto en 1972 mientras Rafael Caldera llevaba adelante su primer gobierno, entre 1969 y 1974.

Caldera, muy longevo y con un récord como candidato, tuvo la oportunidad de un segundo mandato, luego de destruir a su propio partido. Esto fue a finales del siglo XX (1994-1999). Después de Caldera I tenemos el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez (1974-1979) quien repitió en 1989 hasta 1993. Jaime Lusinchi accedió a la primera magistratura en 1984 hasta 1989. Ramón J. Velásquez estuvo un año en la presidencia, 1993-1994.

Algunos expresidentes tuvieron la experiencia de observar el desarrollo de la gestión de sus colegas. Unos eran consultados, otros referentes y algunos jamás abandonaron sus ganas de volver a disfrutar las mieles del poder. Volver, pero no para quedarse. De suyo, todos los expresidentes de la democracia se despidieron de esta vida lejos de Miraflores. Betancourt y Leoni murieron en Nueva York. Carlos Andrés Pérez expiró en Miami en diciembre de 2010. Luis Herrera, Caldera, Jaime Lusinchi, Ramón J. Velásquez y Octavio Lepage murieron en Caracas entre 2007 y 2017.

La democracia representativa fue precedida por las feroces dictaduras de Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez, y después de 40 años fue sustituida por la tiranía que impuso el socialismo del siglo XXI. Una democracia encajonada por regímenes totalitarios. Asediada por militares con vocación de tiranos y envenenados por el castrismo, que como demuestra Américo Martín en su libro La terrible década de los sesenta, influyó de manera determinante en los cuarteles.

A pesar de las dificultades y obstáculos que sortearon los presidentes electos en procesos electorales transparentes, la democracia -gracias al Pacto de Punto Fijo- alcanzó los 40 años. Tiempo en los que hubo expresidentes, y, no obstante, sus diferencias congeniaban, y se les consideraban figuras importantes de la política nacional. Se les respetaba, y como tal tenían reservado un escaño en el poder legislativo como senadores vitalicios.

Los expresidentes sólo existen en democracia, como en Estados Unidos. En ese gran país coexisten demócratas y republicanos y hacen sus aportes a la consolidación de su sistema de libertades. En USA, hoy por hoy, viven en perfecta armonía Carter, Clinton, Bush, Obama y Trump como evidencia de la buena salud de la democracia. Igual pasa en España con Felipe González, Aznar, Rodríguez Zapatero, Mariano Rajoy. Tengo la certeza que Pedro Sánchez se incorporará a esta lista, una vez derrotada su oscura ambición de convertir a España en una tiranía. Son sólo dos ejemplos.

La figura del expresidente tiene la carga simbólica de la preeminencia de la democracia. Porque sólo los tiranos llegan al poder para no abandonarlo jamás. Se creen insustituibles y acaban con cualquier obstáculo que amenace su “irremplazabilidad”: sea institucional o con cualquiera que le dispare la paranoia. Prevalidos de su superioridad y de su desprecio por la vida del otro, están dispuestos a todo para evitar convertirse en extiranos. Por cierto, de estos últimos existen muy pocos, porque suelen morir amarrados al poder. Los que “tumban” se van a países de acogida, donde viven como reyes, dándose todos los placeres que las riquezas mal habidas les proporcionan.

La palabra alternabilidad no tiene cabida en el glosario de pocas palabras usado por los dictadores. No contempla aquella posibilidad ni siquiera para sus más seguros servidores, quienes suelen conspirar, pero terminan muertos o tras las rejas. Tal como está escrito en la historia y se repetirá, inexorablemente, en las nuevas satrapías que surjan en el futuro.

Venezuela tiene 25 años con un partido único en el dominio absoluto del poder. Una dinastía socialcomunista en la que el extinto impuso a su zurdo sucesor, para que gobernara hasta el fin de sus días. Mientras esto ocurra Venezuela no tendrá expresidentes. Vale decir, no habrá democracia.

Agridulces

Hablar con Samar López o con El Aisami es delito grave para la cúpula. Me pregunto, ¿cuál crimen perpetró el que los hizo ministros, vicepresidentes o altos jerarcas del régimen, con plenos poderes para que robaran hasta la extenuación?