lunes, 13 enero 2025
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Expolios y despojos

El verborrágico militar -histriónico, ególatra, estraperlista y embaucador- no tuvo el más mínimo escrúpulo para disfrazarse de salvador, a fin de ofrecer villas, castillos y una vida cómoda y holgada a todo bípedo en edad de votar.

Mi vida ha sido objeto de todo tipo de despojo. Soy víctima de infinidad de “exprópiese”, ordenada desde el trono en el que sentaron al jeque de Sabaneta, para que ejecutara a la democracia -con todos nosotros adentro- en el paredón del expolio. El territorio nacional fue convertido en un campo de exterminio donde vida, ilusiones, sueños, proyectos, imaginarios y realizaciones fueron sucumbiendo en este holocausto socialcomunista, que convirtió a Venezuela en un botín, en una presa, a punta de pillaje, saqueos, desvalijamientos.

El verborrágico militar -histriónico, ególatra, estraperlista y embaucador- no tuvo el más mínimo escrúpulo para disfrazarse de salvador, a fin de ofrecer villas, castillos y una vida cómoda y holgada a todo bípedo en edad de votar. Condimentó sus promesas con odio y rabia, al inocular elementos de la lucha de clases entre los resentidos de siempre y los de nuevo cuño, que compraron el relato con inusitada rapidez. En este momento, ya el fanatismo y las explicaciones fáciles habían logrado su cometido, y muchos estaban convencidos que sus privaciones se debían a que otros le habían quitado lo que les pertenecía, solo por haber nacido encima de un pozo de petróleo. El respeto al esfuerzo, al trabajo y a la propiedad voló por los aires, pulverizando importantes valores, que habían vertebrado la arquitectura existencial de unos venezolanos, que vieron en un militar felón una mágica solución a sus problemas.

 

Agridulces

El edulcorado informe de la FAO, siempre eufemístico, concluye que en toda Venezuela “se registra una inseguridad alimentaria aguda”. Sus fuentes son las inexistentes estadísticas oficiales. Cómo se ve que sólo buscan complacer a la cúpula podrida y gorda, que ha distribuido el hambre pareja entre el 90% de los venezolanos.

 

 

Lo anterior se produjo en el terreno de lo inmaterial, de lo intangible, de las promesas, de las quimeras, revestidas de una indumentaria verde oliva que auguraba el bienestar, la seguridad y los privilegios de que gozaban los militares en aquellos tiempos. Mucho soñaban que se le abrirían, de par en par, las puertas del Ipsfa o del círculo militar. Era lo mínimo con lo que soñaban ilusos, cándidos, vivalapepa, creyentes y vivarachos. Se veían en rumbas interminables en los salones infinitos de aquel círculo, tintineado en vasos de cristal un escocés de 21 años, mientras caminaban alrededor de las piscinas. El final feliz se completaba con un paseo por Los Próceres, con la protección y aquiescencia del teniente coronel.

El paraíso socialista -henchido de toda la igualdad y equidad que pueda albergarse en los consumidores de promesas- llenó la cabeza de la gente, que esperaba la llegada de su Lenin y de su Che nacido en la pampa venezolana. Aquello alimentó a la gente y luego fue transformado en voto-castigo para cobrarle al liderazgo civil las deudas acumuladas. En 1988, finalmente, las masas eligen al amado militar mesiánico, su salvador: generoso, protector, liberador, pero sobre todo dadivoso y espléndido.

Manos estiradas, ávidas, recibieron envueltas en misiones, las dadivas que dispararon el consumo de bebidas espirituosas en los barrios de Venezuela. Las colas en los bancos eran infinitas, en especial el viernes, para recibir un dinero que no era el pago por un trabajo realizado, sino un bono, un óbolo, una limosna, distribuida, perversamente, por el paracaidista. Pues le permitía preparar a los venezolanos para el futuro, que él y los Castro habían pergeñado para el pueblo de Bolívar, que no era otro que la pobreza absoluta como forma de vida. Vale decir un calco del modelo cubano.

Desde los primeros años todo se encaminó de acuerdo con la conveniencia del redentor. Y la precarización era una condición indispensable para ese control, que desde siempre ha ejercido el comunismo sobre los pueblos, mediante la administración del hambre y la instrumentalización de la pobreza. Por eso una de sus primeras acciones fue el programa Bolívar 2000, dirigido por un general llamado Cruz Weffer, cuyo propósito esencial fue controlar todo lo que tenía que ver con los alimentos: desde la siembra, pasando por la cosecha hasta su distribución. Claro con los ojos puestos en la importación, donde estaba el negocio más rentable y lucrativo.

Se materializó otro expolio de algo esencial como son los alimentos. De los mercales, pdvales y mercalitos a las cajas CLAP la curva de la pobreza ha sido siempre ascendente, y la dependencia de la cúpula cívico-militar corrupta y corruptora, repartidora de mendrugos y deshechos, cada vez mayor. La misma que recibe dólares del erario público para hacer sus propios negocios, que tienen como objetivo esencial sobrealimentar las riquezas personales de cada uno de sus integrantes.